Tragedias y esperanzas acompañan a los afectados por deslizamientos en Valladolid

Lenta solución para enorme desprendimiento somete a muchos vecinos a fuertes desafíos

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Karen Torres sale todas las mañana acompañada por Teo, uno de los perros del barrio, a realizar un recorrido que ya se sabe de memoria. Ella es la encargada de verificar algún cambio en el deslizamiento de la urbanización Valladolid que amenaza con llevarse más casas si no se hacen mejoras pronto.

Esta dirigente comunal de 46 años, casada y madre de tres hijos, combina los oficios domésticos de su casa y los de otras dos viviendas más donde trabaja, con el de “inspectora de terrenos”. Afortunadamente, según relata, en los últimos meses se ha estabilizado el suelo gracias a las tuberías que la municipalidad instaló para el drenaje de las aguas pluviales.

Luego de recorrer la zona donde la hierba ya cubre muchos restos de las casas colapsadas, en compañía de Marisol Salguero, otra líder de la comunidad, ambas comentan que ha habido un antes y un después en sus vidas.

Las dos conocen de primera mano la angustia, preocupación e incluso los episodios de depresión de sus vecinos. Uno de los casos que más la afectó ocurrió el 6 de junio, cuando falleció su vecino Bernardo Salas, de 71 años.

Afirman que fue muy doloroso, ya que ese adulto mayor era el propietario de una casa de alto que quedó al borde del barranco en la segunda de tres calles colapsadas. Cuando ocurrió todo, su casa fue declarada inhabitable y tuvo que irse a vivir con su esposa e hijos alquilando en Desamparados.

Según les explicó la hija, él extrañaba tanto su casa que a veces se escapaba para visitarla y hasta se les extraviaba, por lo que tuvieron que regresar a Valladolid y alquilar cerca de donde habían vivido durante más de 20 años. Aunque le permitían ir a la casa por unos minutos, él siempre quería regresar.

Era diabético e hipertenso, casado con una mujer de 66 años y ambos vivían con una pensión muy pequeña.

El primer año, el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) les ayudó con el alquiler, pero luego cesó la ayuda, por lo que él siempre buscaba ayuda en el comité para gestionar que le volvieran a instalar el agua y la luz, porque quería regresar a su casa.

Aunque la estructura sigue en pie, se les explicó que el Ministerio de Salud no permitía el regreso, ya que si la casa se derrumbaba, podrían enfrentar una demanda.

“Algunos decían que don Bernardo era terco o testarudo, pero hay que ponerse en los zapatos de una persona mayor a la que obligaron a salir de su vivienda y ahora vivía alquilando”, dijo Torres.

Perdió la vida por una mala decisión, ya que sin decir nada a su familia, un domingo don Bernardo buscó ayuda e intentó reconectar la electricidad en su antigua casa. Fue entonces cuando recibió una descarga eléctrica que le costó la vida dos días después en el Hospital San Juan de Dios.

Ahora surge el problema de qué pasará con la vivienda, ya que se trata de personas desalojadas y todo se dificulta al morir el propietario.

Situaciones similares en el entorno han provocado infartos e incluso hace dos años una vecina se suicidó. Además de los problemas con la casa que perdió, no le renovaron el contrato de trabajo y estaba muy deprimida. “No había día en que no viniera a ver el deslizamiento e incluso a veces lo hacía de noche, todas estas situaciones se suman”, dijo Torres.

Aquí urge la ayuda

Para Virginia Chaves Salazar, otra vecina que vive con su hija, nietos y un bisnieto a escasos tres metros del deslizamiento, cada vez que está comiendo, piensa en cuándo ocurrirá algo. “Cuando llegan las lluvias en la noche, pienso en qué sucederá. No podemos dormir tranquilos”, dice. Ella perdió su casa y ahora vive con su hija Jenny y otros familiares. Afirma que prefiere estar con ellos y si todo se desmorona, ella se irá con ellos.

“Esperamos que hagan algo en el próximo verano. Veo las noticias por televisión y hablo sola. Veo cómo construyen puentes y carreteras, claro, todo eso es necesario, pero aquí también necesitamos ayuda”, afirmó.

Mi casa quedaba más abajo y la perdí. La herencia de mi nieta quedó hundida y toda la familia sufre. Su hija Jenny trabaja cuidando a la suegra anciana.

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Priscilla Bonilla, de 20 años, nieta de doña Virginia, cuenta que cuando perdió su casa en el deslizamiento del 2020, decidió seguir estudiando y eso le dio la oportunidad de trabajar como analista de cuentas y publicadora en una empresa, lo cual ha sido una gran oportunidad para poder ayudar a su familia.

Mientras tanto Sidney Sobalvarro, otro de los que perdió su casa y su lote en el deslizamiento, indicó que el 13 de diciembre del año pasado y el 24 de enero de este año se realizaron audiencias en el Tribunal Contencioso Administrativo, donde varias familias demandaron a la CNE.

El Tribunal fijó para el año 2025 el juicio oral y público. “Para las familias que nos encontramos en la demanda, es difícil esperar dos años, ya que seguimos pagando un alquiler sin ninguna ayuda estatal y sin poder calificar para el bono de vivienda”, expresó.

Vivir con lo que hay

Sin embargo, mientras llega la ayuda, el monitoreo que hacen Karen y Marisol les permite informar al comité y a los vecinos todos los detalles relacionados con el deslizamiento. A pesar de esta vigilancia, han sufrido robos de las tuberías de drenaje, por lo que la municipalidad tuvo que reforzar con cemento y soldadura algunos tramos.

Karen Torres, por ejemplo, vive en la zona amarilla, a unos 25 metros de la corona o parte alta del deslizamiento. Se encuentra al final de una de las tres calles que quedaron interrumpidas cuando la masa de tierra cedió. Ahí han colocado portones de latas con candados para evitar la entrada de personas que vienen a robar y causar daños, pero algunos logran ingresar por el lado del río, por lo que también tienen sirenas para alertar cuando ven algo sospechoso.

Tanto ella como Marisol han recibido capacitación en asuntos de evacuación ante emergencias y mantienen un censo que actualizan regularmente, ya que muchas casas del barrio ahora se alquilan, debido a que algunos propietarios buscaron una vida en otro lugar. En ese barrio viven muchos niños, 28 adultos mayores y ocho personas con alguna discapacidad.

Después de muchos trámites, nueve familias que perdieron sus casas, al fin calificaron para recibir un bono de vivienda y se trasladaron a Atenas, Palmares, Aserrí y Curridabat. Cuatro familias aún se encuentran en proceso. Otras tuvieron que recurrir a préstamos y empezar de nuevo, ya que no calificaron para el bono. Se mudaron a lugares como Higuito, Ciudad Colón y Desamparados, mientras que otras ocho continúan alquilando sin ayuda estatal, ya que solo recibieron apoyo durante unos meses.

En asocio con las líderes, las familias están pendientes de las amenazas de lluvias, sismos y aún del verano, ya que el deslizamiento también reacciona cuando la tierra se seca. Los vecinos dicen que cuando tiembla, todo se mueve como una hamaca.

“Tenemos dos pluviómetros (medidores de lluvia) a cargo de personas que envían un informe diario a la CNE para saber la cantidad de agua que cae. A veces alcanza hasta 50 litros por metro cuadrado o milímetros”, manifestó Marisol Salguero, coordinadora del comité local.

Cuando alcanza los 50 mm, el comité debe reunirse en el puesto de mando y si aumenta, se preparan para evacuar al menos a las 24 familias en las zonas de mayor riesgo, incluyendo cuatro que están a escasos metros del barranco. Según Marisol Salguero, esto es difícil porque no es lo mismo estar en la propia casa que vivir con otra familia, ya que cada hogar tiene su propia cultura.

“En tu casa, aunque sea humilde, cada persona es libre de administrar su tiempo, su forma de vestirse y cuidar de sus mascotas, pero en un refugio o en casas de familiares, a veces tener un perro molestan a los demás”, señaló.

El alquiler también es muy duro para estas familias, ya que sienten que el mes se les va volando y que el dinero que ganan se desvanece. Después de haber tenido una casa propia, lo cual a veces significó para muchos sacrificar vacaciones y salidas con los hijos para poder ampliar una habitación o poner un cielorraso, ahora verse sin casa, sin terreno y alquilando, es difícil de asimilar.

“Hemos tenido un antes y un después. Créame, este ‘después’ no es fácil ni para los que se fueron ni para los que aún estamos aquí”, dijo Torres.

Recordó que hace dos años estuvo postrada en cama, ya que además del problema de tener su casa tan cerca del barranco, también sufrió la pérdida de su madre, no tenían suficiente dinero y los problemas familiares le causaron un daño que le costó superar.

Cuando llovía mucho, tenía que pensar a dónde llevar a su hermano con discapacidad y también tenía que contactar a su vecina Marisol o decidir dónde enviar a sus hijos. Tenía familiares en la zona sur, otros en San Sebastián y ella estaba allí.

“Tenemos fe en que pronto se realizarán trabajos de estabilización. Sabemos que la CNE y la Municipalidad están trabajando arduamente para que esto se lleve a cabo”, agregó.

Para valorar las obras en la zona, los vecinos han visto pasar representantes de hasta cinco empresas que llegan a conocer el lugar, pero solo un consorcio muestra interés y solicita mucho más dinero del estipulado originalmente por la CNE.

“Creemos que la empresa podría reducir el costo, pero no la calidad de las obras, porque es un trabajo que comienza en las faldas del río Jorco, con nueve terrazas, de las cuales cinco irán rellenas”, dijo Torres.