Memorias de un capitán a 15 años de naufragio : ‘Uno de los muchachos me dijo que le pegara un tiro, que él me perdonaba’

Saúl Quirós recuerda los 24 días que él y su tripulación pasaron a la deriva luego de que la embarcación Fu Fa Cheng explotara; cinco pescadores fallecieron mientras el resto se aferró a un milagro

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La madrugada del domingo 26 de junio del 2003 aún vive en la mente de dos pescadores vecinos de Quepos, quienes sobrevivieron al naufragio y explosión del pesquero Fu Fa Cheng.

Aquel desastre, próximo a cumplir 15 años, cobró la vida de cinco pescadores que habían zarpado de Puntarenas. Junto a los pescadores, otras dos personas salieron con bien.

El capitán de aquel barco, Saúl Quirós, relató aquella tragedia y recordó como uno de los ocho marineros se le hincó al frente y le pidió que lo matara, aterrorizado por la odisea que se vislumbraba ante la orden de abandonar el barco.

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Cada vez que ocurre un naufragio, como en el reciente caso del barco Capitán Bismark en Golfito, Quirós y William Guadamuz rememoran los días que vivieron agarrados a pedazos de estereofón y boyas.

Así estuvieron por 24 días, esperando un milagro, en un remoto lugar del océano Pacífico, hasta que fueron rescatados el 17 de julio del 2003 por un barco venezolano.

Para ese entonces los náufragos estaban a unas 188 millas de las ecuatorianas islas Galápagos.

Ambos sobrevivientes se reúnen de vez en cuando para conversar sobre lo vivido, cuando Guadamuz realizaba por primera vez un viaje de pesca tan largo.

Es de valientes

Aquella fue una tragedia que les cambió la vida.

“Yo sé que un naufragio es duro, que es de valientes sobrevivirlo”, afirmó Quirós, quien nos atendió en su casa en barrio La Inmaculada de Quepos, acompañado por su esposa Ana Lidieth Valverde Céspedes, quien conserva muchas publicaciones de los diarios sobre aquel drama.

Saúl Quirós volvió al mar, meses después del naufragio y navegó tres años más, pero luego se retiró para dedicarse a manejar buses de la empresa Tracopa entre San José y Quepos, trabajo al que todavía se dedica.

Este abuelo de 57 años, tiene cuatro nietos y es padre de dos hijos. Recuerda como si hubiera sido ayer, lo acontecido aquel día de junio en alta mar.

“Eso lo tengo vivo y nunca se me podrá olvidar. Nosotros teníamos unos cuatro días de haber salido del puerto y cerca de las 3:45 a. m. ocurrió el percance”.

Rememoró que quizá unos 45 minutos antes él se levantó e hizo un recorrido. Notó todo normal, aunque el mar estaba picado.

El barco iba con el piloto automático, porque se navegaba solo, sin embargo siempre había un pescador como centinela. Quirós vio al muchacho de guardia y encontró todo normal, pero poco después sintió que el barco iba virado o recargado a un lado.

Lo primero que pensó que que se había derramado el combustible de uno de los tanques, porque la embarcación lleva tanques en ambos lados.

“Si un tanque de esos se va vaciando va perdiendo contrapeso, entonces uno lo cierra y abre el otro para ir llevando el nivel. Si una manguera se rompe, el tanque se vacía muy rápido, entonces el barco se ladea”, explicó.


Su primera reacción fue decirle a los marineros “hay que ver qué fue lo que pasó con el barco, porque se ladeó".

Todos se levantaron, pero al abrir la escotilla para entrar al cuarto de máquinas, ya había fuego. Aquello fue imparable.

Quirós aún no sabe qué provocó el incendio, porque en cuestión de media hora todo cambió .

Aunque usaron los cuatro extintores de 100 libras que llevaban, fue imposible sofocar el fuego y ahí comenzó la tragedia.

En el momento en que quiso activar el S. O. S. para enviar una alerta por radio, se dio cuenta de que el fuego los había dejado sin corriente eléctrica. En medio de esa impotencia, pidió a los pescadores desalojar el barco.

“Fuimos a buscar el bote salvavidas, pero ya estaba en llamas, entonces lo único que les dije a los muchachos fue: tiren todo lo que flote al agua, porque hay que desajolar el barco”.

Comenzó lucha por sobrevivir

En ese ir y venir de un lado a otro, llegó donde el capitán el pescador Juan Francisco Poveda Acevedo, quien le pidió que lo matase.

“Él me dijo que le pegara un tiro, que él me perdonaba”, afirmó Quirós.

Poveda sabía que Quirós tenía permiso de portación de arma y siempre llevaba con él una pistola 9 mm. y se le hincó al frente para que le pegara el tiro.

Según el capitán, él llevaba el arma, porque pensó que podría servirles para cazar un ave y así comer en caso de necesidad cuando estuvieran flotando.

“Al ver la reacción de ese muchacho, yo lo que hice fue quitarle las balas a la pistola que luego lancé al fuego y tiré las balas al agua, Luego lo regañé y le dije que eso no se había terminado, porque mientras haya vida, hay esperanza”, afirmó.

Por esas cosas del destino, ya en el mar la tripulación se dividió y Poveda fue el único de su grupo que sobrevivió. Tiempo después regresó a su natal Nicaragua y luego se embarcó en un atunero.

Su mejor amigo pensó diferente

Con el capitán quedaron William Guadamuz y Eliécer Espinoza . Los tres sobrevivieron, mientras que en el grupo de los otros seis, solo Poveda quedó con vida.

Quirós todavía lamenta la muerte de cinco compañeros, pero en particular la de Jorge Fernández Chaves, conocido como Pellejudo, quien era su gran amigo, pero no acató su recomendación de nadar con ellos hacia el barco.

La disyuntiva de dividirse surgió entre los pescadores, que estaban asidos a unas boyas, cuando a lo lejos veían solo la punta del barco que se había quemado.


Una opción era quedarse en las boyas y la otra volver al cascarón del barco para ver si conseguían una parte que los mantuviera a flote.

Quirós nadó con Willian Guadamuz y Eliécer Espinoza al barco, pero los otros seis se quedaron en las boyas. Esa fue la última vez que se vieron.

Quirós explicó que la pequeña pieza que entre los tres sacaron del barco, fue arrastrada por las fuertes corrientes marinas cuando apenas ellos se estaban acomodando en ella para pasar la noche.

Así las cosas, el amanecer los sorprendió solo con un pedazo de estereofón de las neveras cada uno, las cuales se colocaron en el pecho para mantenerse flotando.

Sin dormir y a merced de las olas

Lo único que pudieron rescatar fue una bolsa con manzanas, una botella de agua y un queque seco, lo cual solo les duró cuatro días, del total de 24 que pasaron en el agua.

En esa travesía los tres pasaron sin dormir y como 20 días casi sin agua, pues lo único que podían tomar era agua de lluvia.

Todos sabían que el organismo no acepta el agua salada y el capitán les advirtió que tomar agua del mar les podía afectar la mente.

La primera vez que llovió, como a los ocho o diez días, ellos ponían las palmas de sus manos hacia arriba para que les cayera agua y se las chupaban, por la sed desesperante. Cuando terminó el aguacero vieron que Eliécer Espinoza se quitó la camisa para retorcerla y sacarle agua.

“Fue ahì cuando vimos que él tenía una bolsa plástica, que se había puesto para que le sirviera como capa cuando comenzó la tragedia, entonces yo se la pedí, la adaptamos y cuando volvió a llover usamos ese plástico. Cada uno lo agarraba de una punta y el agua que recogíamos la tomábamos”, narró.

De esa forma, se saciaban y a veces lograban guardar agua en una botella, la cual usaban de forma racionada para sobrevivir, tomaban un trago en la mañana y otro en la tarde.

Para comer, explicó, se aprovecharon de los pequeños peces que se les acercaban atraídos por las heridas que tenía William Guadamuz en las manos antes de caer al agua. Él los atrapaba, pero la carne que les podía sacar era muy poca.

Sus dos compañeros se la comían, pero Quirós lo único que podía comer era el pequeño hígado de esos pececillos.

En una ocasión Guadamuz logró cazar un pequeño tiburón que también comieron, pero lo que no pudieron asimilar fue la sangre de una tortuga que atraparon.

“Ninguno de los tres pudo tomarla. Es algo que con solo el olor lo rechaza el organismo. El poquito de carne que pudieron sacarle, tuvieron que dejarla de un día para otro para que se le fuera el almizcle y fue poco lo que se aprovechó”, comentó.

El capitán pensaba que los del otro grupo, por tener las boyas, habían tenido más posibilidad de sobrevivir, pero al final no fue así.

Experiencia de un naufragio es desoladora

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Para William Guadamuz, otro de los sobrevivientes del naufragio del Fu Fa Cheng, lo sufrido en febrero por los tripulantes del barco Bismark debió ser desolador.

La muerte de don Florencio debe haber sido algo muy duro para la familia. La parte afectiva se ve impactada, argumentó Guadamuz, quien conversó con el equipo de este diario en la parte alta del hotel Mariposa, donde trabaja como salonero, en Manuel Antonio, Quepos.

Desde ese hotel, que da al Pacífico, recuerda los días de tormenta y de sol en aquel océano donde estuvo a punto de perder la vida 15 años atrás, cuando iba a bordo del barco que se incendió.

Al Fu Fa Cheng le ocurrió el accidente cuando estaba a unas 188 millas náuticas al suroeste de Punta Burica, Golfito, una zona lejana pero relativamente cerca de donde el pasado 25 de febrero fueron rescatados los tres sobrevivientes del barco Capitán Bismark.

“Lo que nosotros vivimos fue algo muy duro. Poco antes del accident,e mi esposa iba a la casa del capitán y por ahí hablábamos por radio. La última vez fue un domingo. Luego, al romperse la comunicación, sospecharon que algo malo había ocurrido y se empezó a vivir todo un calvario”, dijo.

Dice que a ellos los salvó su fe. “Sabía que Dios no me iba a dejar en esos momentos y que iba a poder salir de ahí, volver a estar con mi familia y ver a mis hijos crecer, de hecho ya soy abuelo, tengo un nieto y vivo feliz”, acotó.

Lo que le activó la lucha por sobrevivir fue la familia. Fue el hecho de saber que en tierra firme había gente que lo esperaba y lo amaba. Pensar en los hijos, padres y hermanos.

“Solo Dios y los que estuvimos ahí sabemos lo que pasó. No teníamos agua y ocurrieron cosas increíbles que nos permitieron obtenerla y salir adelante”, añadió.

A estas alturas ve lo ocurrido como un accidente y estima que así como le pasó en alta mar, pudo haberle ocurrido en tierra.

Él tiene escritos sus recuerdos y espera poder plasmarlos alguna vez en un libro.

A lo largo de estos años, Guadamuz, de 47 años, ha trabajado solo en restaurantes. Se separó de su esposa, Elizabeth Mora, y ahora tiene otra pareja, pero aún mantiene buena relación con sus tres hijos.

Dice que lo suyo siempre ha sido trabajar como salonero, pero aquella vez. por una temporada baja, decidió ir a probar suerte.

Afirmó que cuando pasó el accidente no podía creerlo, porque él no se dedicaba a la pesca y de pronto se vio metido en eso por haber tomado una decisión a la ligera, quizá por mejorar su situación económica.

"En las primeras de tanteo pasa lo que pasa, yo estoy ahí, yo me veo ahí y no lo puedo creer...La vida ahí se le detiene a uno y de ahí en adelante la lucha es diferente: vivo o no vivo", expresó.

Tiene muy fresca la sensación de haber sentido un golpe y el barco se fue de lado. El barco quedó a oscuras, se fue el sistema eléctrico y el piso metálico se empezó a poner caliente, lo que significaba que había fuego y comenzó la desesperación.

Desde que sobrevivió al naufragio ha tenido sueños recurrentes de aquellos días a la deriva en el mar, en que vieron pasar unos 17 barcos que navegaban principalmente de noche y se alejaban sin verlos, sin siquiera sospechar de su desdicha.

Uno de sus hijos trabaja como auxiliar de mecánica en Tracopa, la misma empresa donde labora Saúl Quirós, razón por la cual a veces se ponen de acuerdo para encontrarse y departir en familia aquella experiencia.

Su actual esposa es de Paquera y la familia de ella tiene unas pangas, por lo que cuando tiene vacaciones a veces se va para allá con Karolai, su hija menor, y se van a pescar.

A Francisco Poveda nunca lo volvió a ver, mientras que a Eliécer Espinoza lo visitó un par de veces en Quebrada Ganado, Garabito, donde tenía unos familiares. Sin embargo, la última vez no pudo saludarlo, porque la familia le dijo que Eliécer se ponía anímicamente muy mal cuando algo le rememoraba la tragedia.

Las distancias separan de la familia

  • Es muy duro dejar a la familia por periodos de tres a cuatro meses que duran a veces los viajes en el mar, recordó Saúl Quirós.
  • Si alguien de la familia fallece no se puede hacer nada, porque a veces se duran 12 días para poder llegar a puerto. Quirós recordó que una vez  a un marinero le avisaron por radio que se le murió el papá. Lo único que hizo fue agacharse a meditar unos minutos, luego no había más que seguir trabajando.
  •  Uno de los barcos en que navegaba  Saúl Quirós después del naufragio tenía tecnología avanzada, con él se podía esquivar tormentas, porque alertaba sobre el estado del tiempo y el navío se podía desviar, lo cual no sucedía en buques que capitaneó antes.