Dolor y satisfacción invaden a rescatistas de operario sepultado

Su principal alegría está en haber facilitado que familia se despidiera del chofer de draga

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“El cómo se despide a una persona es siempre muy importante. Una cosa es llegar a despedirse de un cuerpo tapado por una sábana y otra completamente diferente es despedirse de alguien que, antes de morir, pudo conversar con usted.

”Entonces, en ese sentido, nos sentimos felices porque sentimos que pudimos minimizar el impacto emocional a la familia del operario”.

Con esas palabras, Róger Abarca, líder de la Unidad de Rescate Urbano (USAR) del Cuerpo de Bomberos, describió el sentimiento que lo embarga casi una semana después del rescate de Minor Pérez Castro, operario que quedó enterrado en el tajo El Cerro, en Dulce Nombre de la Garita, Alajuela.

El viernes 23 de junio, Pérez operaba una draga cuando, a las 3:55 p. m., hubo un derrumbe que lo dejó atrapado bajo unos 18.000 metros cúbicos de escombros y tierra. Pese a que los rescatistas lograron liberarlo 20 horas después, falleció el lunes.

“Nosotros no somos dioses; somos humanos y hacemos lo que tenemos que hacer, pero hay situaciones que se nos salen de las manos y duele, claro que duele”, expresó Abarca.

Con él coincidió Marcos Meza, otro de los rescatistas que participaron en la emergencia.

“Cuando una persona muere, es desmotivante y más porque fueron muchas horas de trabajo. Lo único que queda es pensar que no sufrió y pensar, también, que nuestro trabajo le permitió a la familia despedirse”.

Mientras, Gabriel Oses, otro de los bomberos de la unidad USAR, mencionó: “Nos hubiera encantado que ya él estuviera caminando. Es una lástima lo que pasó; nos golpea el ánimo”.

Abarca, Meza y Oses son tan solo tres de los 17 bomberos que atendieron este difícil caso durante el fin de semana pasado. Allí también estuvieron funcionarios de la Cruz Roja; pero, aunque La Nación intentó conversar con algunos de ellos, no se obtuvo respuesta al pedido.

‘Poco alentador’. Pese a que ellos tres tienen vasta experiencia en el rescate de víctimas, aseguraron que este será uno de los casos que no olvidarán. No porque sea el más complejo que hayan hecho, sino por todo el trabajo y paciencia que implicó.

Meza recordó que él y su esposa, Karen Agüero, otra de las rescatistas que también ayudó en las labores en la Garita, habían salido ese viernes de su lugar de trabajo a las 4 p. m.

“Al sitio llegó de primero una unidad para atender la emergencia, pero cuando vieron que se trataba de algo tan grande, nos alertaron. Como a las 4 p. m. empiezan a llegar mensajes por WhatsApp de que es muy posible que se vaya a activar el grupo (USAR)”, relató.

Cuando ya era un hecho, esa unidad convocó a 10 de los 60 bomberos que tiene. De 4 p. m. a las 6 p. m. de ese día se dedicaron a prepararse para hacerle frente, de la mejor manera, a la situación. Mientras eso pasaba, en el tajo estaban otras autoridades intentando localizar dónde estaba exactamente el operario.

“Cuando llegamos, nos encontramos con demasiados escombros. La situación no era nada alentadora. Era demasiada la cantidad de escombros, piedras grandes y mucho barro”, recordó Meza.

Hasta ese momento desconocían si había alguien con vida debajo de ese material. Por ello, la maquinaria se dedicaba a remover lo que se encontrara. “La escena era tan insegura que ni siquiera era posible llevar a los perros para que fueran a buscar un rastro humano porque sería exponerlos a ellos”.

Adrenalina por mil. Conforme pasaban las horas, la maquinaria seguía removiendo el material. Finalmente, a eso de la medianoche del 24 de junio, tuvieron el primer contacto con la víctima, Minor Pérez.

“Se le debe mucho a las personas de las excavadoras. Ellos fueron quienes lograron hacer el primer acceso a la parte de la cabina (donde estaba Pérez). Minor se escuchaba al fondo; se quejaba porque no sentía sus piernas.

”Supimos que estaba vivo y ahí el panorama de la emergencia cambió radicalmente”, manifestó Meza.

A partir de entonces se comenzó con un trabajo hormiga; es decir, la maquinaria pesada fue retirada y fueron los rescatistas quienes comenzaron a quitar las piedras, una por una.

No obstante, a las 3 a. m., se vino un segundo derrumbe y el trabajo que se había adelantado se perdió. Tuvieron que volver a comenzar de cero.

Abarca, como líder del grupo, reconoció que eso fue un “bajonazo importante, que influyó mucho en el personal”. “Fue muy desmotivante, pero por dicha no hubo más heridos”.

Después de ese nuevo derrumbe, volvieron a trabajar y, dos horas y media después tuvieron contacto con Pérez.

“Hicimos un orificio en el techo de la draga en la que estaba. Vemos que él estaba en posición fetal y entre su pecho y piernas tenía una piedra de 45 kilos aproximadamente. El señor medía cerca de 1,80 metros y pesaba cerca de 90 kilos. El espacio que teníamos para sacarlo era de 35 x 35 centímetros.

”Si en la posición en la que estaba lo intento sacar, voy a maltratarle la espalda y no tengo certeza de cómo estaban sus piernas. No sabía si las tenía dormidas, como popularmente se conoce, o si se le habían amputado”, explicó Abarca.

Añadió que, si sacaban a Pérez sin tener certeza de cómo estaba, le podían causar una hemorragia “que lo mataría en menos de tres minutos”.

Entonces, continuó el experimentado bombero, tuvieron que tomar una decisión que los mantuvo en vilo desde 5:30 a. m. hasta el mediodía: “Volverlo a sepultar para intentar sacarlo por una de las puertas de la cabina en la que estaba.

”En esas casi siete horas estuve lleno de zozobra. Uno piensa y sabe que tomó la decisión correcta, pero se le venía la pregunta: ¿resultará?”.

Mientras Abarca pensaba y pensaba en eso, la maquinaria pesada regresó al campo para seguir extrayendo material.

Paralelamente, los Bomberos trajeron a la esposa del operario, Gabriela Arroyo, para que ella le hablara y lo motivara. El rescatista Oses señaló: “El tema psicológico es muy importante en estos casos. La idea es darle una razón a la persona para que resista lo que está pasando. Le llevamos a la pareja, aunque a ella también tuvimos que ayudarla. Estaba tan impactada que no sabía ni qué decirle”.

Cansancio extremo. Después de 20 horas, Minor Pérez vio la luz. “Él no dice nada; se ve cansado y tiene lágrimas. El agotamiento que se le nota en la cara es extremo”, recordó Meza.

Sin embargo, la emoción por verlo afuera embargó a todos los que estaban ahí, pero debían controlarse porque el rescate no terminaba ahí.

“Había que bajar revoluciones para seguir concentrado en lo que son las tareas de ese momento: poner el collar cervical, las vías, etcétera”, agregó.

Cuando Pérez ya estaba listo, fue trasladado al Hospital México. Allí, sin más por hacer, los médicos primero tuvieron que amputarle las piernas. Luego su estado se complicó, y falleció.

Pese al desenlace, los bomberos dijeron quedar con la satisfacción de haber logrado que, después de 20 horas atrapado, la familia, especialmente los hijos y Pérez, se dieran un adiós.