Las secuelas de la guerra en nuestras calles

Una exposición fotográfica del Hospital del Trauma reune las historias de sobrevivientes de accidentes de tráfico.

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Era viernes por la mañana. Iba recostado –casi dormido– en el asiento de copiloto de la buseta que manejaba su compañero de trabajo.

Estaba cansado, recuerda. Había tenido una semana pesada.

Frank Durán tenía 19 años cuando su mundo entero cambió en un instante. Su vida dejó de ser la misma ese 6 de octubre del 2006, en una carretera en Pozos de Santa Ana.

No vio nada. No vio luz, no vio la vagoneta que se dirigía hacia ellos, no vio su vida pasarle frente a sus ojos. Nada.

Un parchón celeste con blanco es la última imagen que guardó su memoria antes de que todo cambiara. La guardó, quizá, como un valioso y estremecedor recuerdo: el último de la vida que había conocido hasta el momento.

“Eso fue lo único que me di cuenta”, dice Durán. “Cuando me desperté del coma, a los días, me contaron que la vagoneta era celeste con blanco. Es lo único que recuerdo. En las noticias dijeron que había un muerto y un herido… El muerto era yo”.

Durán, tiene hoy 30 años y es una de las caras de la exposición fotográfica creada por la Red de Servicios de Salud del Hospital del Trauma.

En la semana de seguridad vial, celebrada del 3 al 9 de mayo, el centro de salud perteneciente al Instituto Nacional de Seguros inauguró su trabajo gráfico, en el que gracias a la participación de 10 sobrevivientes se retratan las dolorosas secuelas de los accidentes en nuestras calles.

“Mi compañero dice que venía una patrulla pidiendo campo, parece que él se puso nervioso porque no tenía licencia. Ahí fue cuando invadió el carril contrario y chocamos de frente. En el accidente yo me quiebro las dos piernas, tengo trauma craneoencefálico y quedo en coma”, recuerda Durán. “A mis papás les dijeron que si yo sobrevivía quedaba como un vegetal. Gracias a Dios salí de ese estado y comencé a tratar de recuperarme”.

Su pierna izquierda se alivió rápido, la derecha no. Tras nueve años de terapia, 52 cirugías y un complicado proceso de recuperación, Durán tomó la decisión que había postergando desde hacía tiempo. Su pierna fue amputada en el 2015.

“Estaba muy joven, estaba empezando a vivir y a descubrir el mundo. Me hicieron parado de un solo”, cuenta. “Muchas veces me deprimí, muchas veces lloré, muchas veces no quería seguir. Honestamente muchas veces pensé que mejor me hubiera muerto en el accidente antes de estar pasando por todo eso. Pero siempre traté de seguir adelante y de ponerle una sonrisa a la vida”.

Las caras de lo intangible

“No queríamos solo representar las víctimas mortales, sino dar la cara de aquellos que sufren accidentes y quedan con secuelas, que son las víctimas que recibimos acá en el hospital”, asegura Katherine Jiménez, diseñadora gráfica del Hospital del Trauma y coordinadora de la muestra.

El fotógrafo y director de enfermería, Christian Cortés, retrató a la mayoría de participantes de la exposición. Contó con el apoyo de Jiménez y de otra fotógrafa, Viviana Vargas, para darle vida al proyecto.

“Buscamos pacientes internados y que ya no estuvieran acá. También casos de pacientes que se han superado después del accidente”, agregó Jiménez.

La realidad que intentan retratar no es una problemática nueva. Durante décadas se ha advertido: nos estamos matando unos a otros. Aún así, nada parece detener el acelerado aumento de la violencia vial.

Según datos del hospital, 32.138 personas fueron atendidas durante el 2016 a causa de un accidente de tránsito que pudo ser evitado.

“En las carreteras se vive una guerra”, enfatiza Jiménez. “Para nosotros era importante el tema de prevención y de hacer conciencia de que a cualquiera nos puede pasar. Esas personas que están ahí representadas en el mural muestran todo lo que puede cambiar la vida. Tal vez la persona que llegue a verlo, diga: ‘tengo que ser prudente, tengo que manejar bien’.

Según Jorge Espitaleta, director de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital del Trauma y médico con más de 20 años de experiencia, la cantidad de pacientes que se reciben por imprudencias en las calles ha aumentado exponencialmente.

“La expectativa de vida al nacer en Costa Rica es muy alta comparada con otros países del mundo, pero sí tenemos un alto índice de muertes accidentales en la etapa más productiva de las personas que tienen esos accidentes”, indica Espitaleta.

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“Nuestro estilo de vida ha cambiado. La necesidad de movernos rápido ha hecho que nos desesperemos más, que queramos siempre llegar por el atajo o la manera más rápida y eso ha hecho que cometamos errores importantes de conducción. Realmente la irresponsabilidad al conducir y el uso de tecnología se va viendo cada vez más”, agrega. “No estamos concentrados solo en conducir, sino también en contestar un mensaje que nos llegó, en cambiar la radio, en hacer una serie de cosas que no deberían realizarse cuando estamos conduciendo”.

Muertos hay muchos, dice, pero la factura que cobra las secuelas de los sobrevivientes es incalculable. “El costo es superelevado. Haciendo cuentas rápidas y sin hacer un estudio, un paciente de cuidados intensivos que requiera de todo, por día podría estar gastando $5.000 o $10.000”, asegura Espitaleta.

Solo en esta institución hay espacio para 220 camas. El hospital se mantiene con capacidad máxima la mayor parte del tiempo. “Las unidades de cuidados intensivos son costosas precisamente por el tipo de tecnología que necesitamos para intentar mantener (con vida) el cuerpo”.

“Los seres humanos tendemos a decir: ‘a mí nunca me va a pasar’. Probablemente cuando ven un testimonio como el de ellos, que tenían su trabajo, tenían su vida, etcétera y que no pueden volver a como estaban antes, tal vez logremos prevención al manejar”, espera el médico. “Nos estamos matando en la calle. Si vemos estadísticas, cada vez vemos más y más y más muertos; y no solo los muertos, sino secuelas de accidentes de tránsito”.

Sobrevivir para contarlo

Wenceslao García nunca perdió la conciencia. El vecino de Atenas se dirigía a su trabajo ese 20 de enero del 2015 en motocicleta.

“Era un lunes, iban a ser las 8 a. m.”, recuerda. “Iba de Atenas hacia Los Manolos. Iba en una recta y veo que sale un carro en mi carril. Pensé: ‘si me cambio de carril hacia el de él y reacciona me pasa por encima y va a ser peor’. Lo que hice fue darle gas a la moto y sacarla al espaldón. El carro siguió y me dio a un costado. Ahí fue cuando me jodió la pierna”.

En el hospital le dieron la noticia. Su pierna izquierda ya no se iba a salvar. Al despertar, la doctora le informó que se la habían reconstruido esperando que sanara.

Al día número 16 de su internamiento, el doctor le informó que no había más por hacer. “El día antes le dije a esta otra (pierna): ‘despídase de la otra porque ya no la vuelve a ver mañana’”, recuerda el hombre de 48 años. “Eran unos dolores muy fuertes. Sentía jalones muy bravos. Ya la carne estaba descompuesta”.

Miedo no tuvo. Ya se había hecho la idea y solo quería que el dolor se acabara. “Diay, no podemos hacer nada. Quítela”, le dijo al doctor. “La pura verdad yo echaba para adelante, porque para atrás nada podemos hacer ya”.

Meses después conoció el golf cuando lo invitaron a entrenar en las campos del Club Los Reyes. “Desde chiquitillo todo el tiempo deseaba ese deporte, pero decía, ‘no, eso solo los ricos…’. Y vea, ahora tengo la oportunidad. Tengo que aprovecharla. Me ha gustado mucho”.

Hace dos semanas se dirigía de Atenas a Alajuela cuando un grupo de motociclistas seguían su automóvil haciendo piques. “Me corrí y les di campo. Pensé: ‘si supieran lo que están haciendo’. Si chocaran les pasaría igual a uno. Como decía el compañero, uno dice que a uno no le va a pasar nada... pero son segundos”.

Machismo en carretera

Costa Rica se jacta de ser un país de paz, de no tener ejército. Para el sociólogo del Hospital del Trauma, Norman Cordero, la realidad que estamos viviendo es mucho menos utópica.

“Estamos en presencia de un problema de salud pública. Los accidentes de tránsito a nivel mundial matan más personas que las guerras. Mueren más personas por las lesiones causadas por accidentes de tránsito que personas asesinadas. Muere más gente en la carretera que la gente que se suicida a nivel mundial”, advierte.

La problemática afecta, especialmente, a los hombres. “Para los Servicios de Salud del INS, 8.8 de cada 10 pacientes accidentados en carretera que se atienden son varones”, asegura.

“Hay un elemento de género que tiene un peso muy importante en la forma en que se comportan las personas en carretera. A nosotros los varones nos han criado para asumir más riesgos en todo momento. Estamos más dispuestos a asumir peligros”, agrega. “Para los varones, el riesgo se presenta como un elemento atractivo, es contradictorio. Por lo menos para los hombres, en vez de significar una alerta, una precaución, las conductas riesgosas en carretera significan, en la mayoría de los accidentados, una demostración de valentía, de coraje, de fortaleza. Son formas hasta de jerarquizarse entre los varones en carreteras”.

“A pesar de la valoración negativa que usualmente se hace de las conductas de manejo de las mujeres, si revisamos en detalle los hábitos de las mujeres, tienden a ser más cautelosas, más seguras y más precavidas. Las conductas arriesgadas son las que usualmente adoptan más los hombres, ya que son valoradas más positivamente”, agrega.

Los datos además indican que las personas mayormente afectadas son los motociclistas: tanto por imprudencias de los conductores, como por el irrespeto de usuarios de otros vehículos hacia ellos.

Según información del Cosevi, el en 2016 y hasta el junio de este año, 39% de los fallecidos en sitio en accidentes de tránsito viajaban en motocicleta.

“¿Por qué (campañas de prevención) no han sido tan eficientes?”, añade Cordero. “Creemos que lo que está sucediendo en las carreteras no es un hecho aislado, sino que está interconectado con otros aspectos de la sociedad, donde la batería y conjunto de valores vigentes hacen de las personas, personas más individualistas, personas más egoístas, personas más intolerantes”.

Imprudencia

El caso de Daryl Cruz fue uno de los más mediáticos del 2016. “Mujer sufre amputación de piernas al ser atropellada por picón”, tituló una nota de este medio el 18 de marzo, un día después del incidente.

La estudiante de criminología de –en ese momento– 23 años fue con su amiga y su novio a ver las carreras de autos en Pavas.

“Cuando yo abrí los ojos, ya yo me estaba raspando en el piso”, expresa la joven. “Josué (su novio) se me tiró encima. Yo le preguntaba que si yo tenía mis piernas. Él me dijo que sí las tenía pero que estaban muy malitas. Cuando llegaron los bomberos yo estaba consciente. Me acuerdo de todo el mundo, pero yo me cubría la cara. Me comenzaron a tomar fotos y videos y yo no quería que me vieran así”.

No sintió dolor, ni el golpe. Ojalá no me muera, rogó. ¿Qué van a decir mis papás?

Un año y dos meses después del incidente que casi le quita la vida, Daryl volvió a su trabajo en la Unidad de Operaciones del Banco Davivienda.

“Es un luto que uno lleva. Aprender a sentir el miembro fantasma, porque también así lo sentía. A veces sentía los pies. Creo que a todos los amputados les pasa. Se sienten como calambres. Todavía se siente”, dice Cruz. “El mismo estrés diario del trabajo y de las personas hacen que no sean conscientes de que cada persona tiene una familia también. Las personas imprudentes, ya sea por tomar o que quieran picar, no ven que están cometiendo ese daño. Gracias a Dios yo estoy viva, pero si me hubiera muerto, no hay quién repare una hija. O un padre, o una hermana. Lo de mis piernas ya es para toda la vida, no hay nada que me las pueda devolver. No es para que sientan lástima, sino para que valoren lo que tienen”.

Vida nueva

11 años después de su accidente, Frank Durán vive la vida que nunca llegó a imaginar que tendría.

Cuando empezó a trabajar, a los 15 años, su meta era comprarse una bicicleta. Nunca lo hizo. Al menos con sus dos piernas.

Fue hasta después de su amputación que se comprometió con el ciclismo, el deporte que lo enamoró.

“Tuve mucho miedo. Pensaba que no iba a poder salir adelante, la verdad. No sabía lo que venía y el camino que he recorrido hasta ahora es mejor de lo que yo pensaba”, dice Durán.

“La gente cuando a vos te falta una pierna te tratan diferente. Algo que a mí me enoja y en realidad, a las personas que nos falta alguna parte del cuerpo, es que nos trate de pobrecitos, de que no pueden. Me trataban de pobrecito, de ‘qué pecado’. Eso me hizo sentir mal e incómodo, pero conforme ha pasado el tiempo mucha gente ha dejado de verme así. Para mí también ha sido un cambio fundamental”, agrega.

El joven ciclista de 30 años se casó cinco meses antes de su amputación y tiene una bebé de nueve meses. Entrena diariamente durante dos o tres horas para llegar a cumplir su sueño: vestir los colores de Costa Rica y competir internacionalmente.

“Los ciclistas todos los días vivimos con susto”, dice. “Todos los días carros nos pasan no al metro y medio que es lo que uno pide, sino que a veces no nos dan ni 20 centímetros. Sentir que te pasa un bus o un camión a 20 centímetros a toda velocidad a la par tuya da pavor. A veces salir a entrenar pensamos: ‘¿y si me pasa?’ Pero diay, hay que hacerlo”.

Para él, que se conozca su historia y la de muchos más es necesario para lograr el cambio que aún no llega.

“Hay que hacer conciencia de que en un momento podés perder no solo la pierna, tu brazo.. Sino que podés perder la vida. No solo hay una pérdida material de un carro. Puedes perder mucho”, añade. “Yo cuando tenía 19 años pensaba que no me iba a pasar nada y bueno, tuve el accidente. Gracias a Dios pude salir adelante y recuperarme, pero en un accidente como el que yo tuve muchas veces se pierden vidas. A cualquiera nos puede pasar. Es cuestión de segundos”.