Sofía Méndez de Proyecto Miradas: el cielo es el punto de partida

La luna guía el camino de tres argentinos: Sofía, Yayo y Negra van de sur a norte en un remolque para enseñar a cientos de niños a creer en las estrellas.

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Negra Ekdesman Méndez es el mejor contraste de su nombre: rubia como los rayos del sol. Sus pocos años de vida le permiten andar por ahí enseñando los pañales, sentarse donde le plazca y hacer rabietas con cierta frecuencia, principalmente cuando hace demasiado calor. Yayo (Daniel) Ekdesman, su padre, se seca el sudor de su cabeza brillante y se queja, un poco en broma, un poco en serio, del bochorno pavoroso que lo está matando aquí, en Hone Creek de Limón, donde desarrollan actividades sobre astronomía con niños y niñas de la escuela. Sofia Méndez camina por ahí como si fuera brisa, pero también le reclama al clima que no le regale un poquito más de brisa.

Sofía, Yayo y Negra son parte del Proyecto Miradas, una iniciativa que nació de ellos para recorrer Latinoamérica enseñando y aprendiendo sobre astronomía en diferentes escuelas y comunidades. Viven y viajan en un remolque de pocos metros cuadrados donde llevan su vida a cuestas con una cotidianidad sorprendente: Sofía pide pañales para Negra, Yayo va a la pulpería a comprarlos, vuelve sin ellos, Sofía tiene que ir de vuelta al supermercado. Yayo, mientras tanto, se queja de que siempre le toque lavar los platos. Negra pide galletas. Nadie sabe qué de todo es en serio y qué de todo es en broma, pero es muy divertido todo.

Sofía no tiene miedo de que nada malo le pase a Negra. La cree madura, grande, fuerte. Lo parece. La parió en México, en la casa de un grupo de mujeres que dan apoyo a las madres solteras y afectadas por la violencia. Una partera estuvo con ella durante muchas horas mientras ella misma se miraba en un espejo, se hacía su propio tacto e iba viendo el avance de la cabeza de la niña entre el agua tibia de la tina.

Ahora está embarazada por segunda vez y a veces se pregunta, con algo de furia, por qué se volvió a embarazar, pero luego cambia el semblante y recuerda los consejos de las indígenas y campesinas: no debe salir cuando hay eclipse, el parto puede adelantarse con la luna llena y los dolores también pueden intensificarse.

Su historia no es la de la típica viajera hippie que se va a recorrer el mundo en un motorhome con su novio. "Él me hinchaba las pelotas para que viajemos", dice Sofía en su indeleble acento argentino. "Yo tenía ganas de viajar pero me gustaba lo que hacíamos allá", insiste. De hecho, lo pensaron durante dos años antes de emprender el viaje: estudiaron y aprendieron cuanto pudieron sobre astronomía, compraron libros y telescopio, vendieron el kiosco que tenían en el centro de la ciudad del Rosario en Argentina para poder comprar el remolque y partieron un día a las 5 p. m. desde la casa de la abuela de Sofía hacia un pueblo cercano.

Han visitado trece países, unas cincuenta escuelas y un montón de plazas públicas. Su metodología es totalmente informal; consiste en hacer talleres de astronomía con los niños de las comunidades para que aprendan más sobre su entorno. Algo así como entender la tierra con el cielo como punto de partida. El juego, las obras de teatro, los libros, las manualidades y los gritos de Negra tratando de robarse el globo terráqueo también son parte de las lecciones. Lo más difícil, dice Sofía, es que los niños participen sin que ellos les ofrezcan una calificación a cambio, por la deformación educativa formal.

Sentadas en las afueras de su camioneta, que se conecta al agua y la electricidad de la escuela Hone Creek de Limón, con un vaso de agua fría cada una, Sofía conversó con nosotras sobre la educación en Centroamérica, su trabajo y sus proyectos.

Vida de remolque

P: ¿Cómo se mete toda una vida en un camión?

S: Dejamos todo, pero está bueno, uno aprende a vivir sin nada. Nosotros tenemos demasiado, hay gente que viaja con mucho menos. Este auto es enorme. Yo me traje mis ollas, tengo un horno chiquito. Es re lindo. A mí me encanta cocinar porque cocino rico y sano.

P: En las escuelas, ¿notaste alguna diferencia educativa entre mujeres y hombres?

S: Por lo general, la población femenina es mayor en las escuelas, pero en la mayoría, el director es un hombre. Cuando es un hombre puede pasar que sea fantástico o una persona muy autoritaria, de mucho poder. En las mujeres no. Son personas con una visión más integral, más humana para organizar las tareas de la escuela. Hay muchísimas madres solteras que son el sostén de la familia. Pasan horas y horas fuera de casa, en la escuela. Tienen dobles turnos. Llegan a las seis y se van a las seis.

P: ¿Y entre los niños?

S: Las nenas están más ocupadas en cómo se están viendo y los hombres haciendo bromas, las ponen en ridículo y las chicas ahí...se siente que tienen más presencia los hombres. Es feo. Pero en otras escuelas, las mujeres son quienes participan más. Preguntan más, sin darles vergüenza de exponerse al grupo desde la ignorancia.

P: ¿Cómo podríamos hacer una radiografía breve de los maestros que conociste?

S: Hay maestros que trabajan para sentirse bien en su profesión y para aprender más, y hay maestros que trabajan para el director. Los chicos trabajan para la maestra, la maestra para el director y así. Hay mucha ignorancia en para qué sirve aprender, cómo se aprende. La religión es muy fuerte. Parece una pared: se desconoce el valor de la tarea humana.

P: ¿Se les hizo complicado alguna vez hacer diferenciación entre el cielo “de dios” y el cielo de las estrellas?

S: Sí, muchas veces. Ayer mismo una maestra, cuando estábamos hablando de la importancia de la atmósfera para que haya vida, lo relacionó con el poder de dios de que todo sea tan justo y a la medida. Nosotros contamos lo que dicen otros sobre la creación del universo, como la del big bang. Que cada uno se quede con la que se sienta más cómodo.

P: ¿Es la escuela un reflejo del sistema en el que se enmarca?

S: Eso siempre. En casi todas las escuelas que trabajamos, muchos chicos tienen papás, tíos, hermanos en Estados Unidos. Solo una nena nos dijo que ella se queda acá porque ella ama su país, pero en todo lado ven eso como una oportunidad de crecer, de éxito.

P: ¿Cuál modelo predomina, el de la competencia o el de la colaboración?

S: Nos cuesta mucho presentar tareas comunitarias, que los chicos se vean dentro de un grupo, sabiéndose parte de él. Principalmente en los niños ha sucedido. Esa área está más trabajada cuando son escuelas locales chicas, cuando los chicos se ven afuera de las escuelas, comparten tareas, los padres están involucrados en cuestiones comunitarias. Así se fomenta el sentido de pertenencia.