Marie Curie, la genia radiactiva, murió hace 80 años

Marie Skłodowska se murió hace 80 años, a sus 66. No solo sobrevivió a las fuertes radiaciones a las que se sometió para entender el funcionamiento del radio sino que, con su muerte, pagó por miles de vidas.

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No era una mujer normal, esa Marie. Era un poco alocada, decían. Se le ocurrían ideas raras y las pensaba más de lo que una mujer debería pensar. Por ejemplo, pensaba que ella tenía derecho a estudiar. Sus padres la mandaron a una escuela clandestina en la que sí eran permitidas las mujeres. En ese tiempo (finales del siglo XIX, principios del XX), Polonia, país donde nació, estaba ocupado en su mayoría por Rusia.

Las condiciones para seguir sus estudios eran casi imposibles, pero ella y su hermana Bronisława prometieron que irían a la universidad sin importar nada. Cada una pagó por la otra. Mientras Bronisława estudiaba en París, Marie empezó a trabajar para pagar por sus estudios.

La mujer, que estaba destinada a ser una genia, pasó la mayor parte de su vida ignorando deliberadamente y de la manera más fina los estereotipos y los prejuicios de la comunidad científica. “Este no es lugar para mujeres”, dirían. En aquel momento, frases como esta no eran políticamente incorrectas. Eran, más bien, la constante.

Pero ¿a quién le importa?, diría entonces la loca de Marie Sklodowska quien se enamoró del hijo de su empleador y tuvo que huir a París con el desamor en el pecho porque el hombre era muy pobre como para que sus padres lo aceptaran.

“El mundo sería muy distinto si dejáramos de tener tanta curiosidad por la gente y comenzáramos a tenerla un poco más por las ideas”, solía decir.

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Fue la primera mujer en recibir algún tipo de reconocimiento en cualquier cosa que tuviera que ver con ciencia. La primera que se graduó de un doctorado en ciencias, después de presentar su tesis en 1903, la primera persona en el mundo en ganar dos veces el premio Nóbel.

La vida no le dio motivos para hacerle caso a las normas. Perdió a su hermana y a su madre por enfermedades mortales. Dejó de creer en dios y prefirió creer en la ciencia. En 1906, perdió también a su esposo, a quien lo atropelló un coche con caballos. Nada, ni siquiera la muerte, era capaz de detenerla. Cinco años después del accidente de su marido, Curie se ganó el segundo premio Nóbel de química.

No le importaba lo que el mundo pensara de ella, le bastaba con hacer del mundo un lugar mejor.

Ejemplo de ello fue su actitud al saber que recibiría el segundo premio Nóbel. La comunidad científica la señalaba por el rumor de su amorío con un estudiante de su difunto esposo y ya le echaban tierra a ese premio: calculaban que, por moralidad, Marie no iría a recibirlo.

¿Y adivinen qué hizo? Fue, lo recibió y siguió trabajando. Ayudó a disminuir el dolor de los soldados en la I Guerra Mundial con radio, su elemento más estudiado; descubrió que la radiactividad se creaba desde el átomo y no desde la molécula. Una de las imágenes más impactantes de la película Madame Curie (1943), basada en el libro de su hija Eve, muestra a Marie a los pies de su esposo, explicándole por qué tenían que seguir trabajando en radiactividad, aunque sus tejidos se estuvieran dañando con cada experimento.

Marie se dio cuenta de que el radio podía estarlos matando y decidió que debían continuar: “Si le hace esto a los tejidos de mi piel, podría también destruir los tejidos malignos, como los del cáncer”. No era una mujer a la que se le pudiera decir que no ni discutir con ella, rememora ahora su nieta Hélène Langevin-Joliot.

“Ella tenía las ideas muy claras, pero no pretendía convencer a nadie. Decía esto es así, y punto. No se podía discutir con ella”, le relata Hélène a El País de España.

Las investigaciones más recientes sobre su vida demuestran el dolor que vivió luego de la muerte de su marido. Descubrimientos que le devuelven esa esencia humana que suele desaparecer cuando alguien se convierte en una leyenda.

Murió de leucemia. Su hija y el esposo ganaron otro premio Nóbel por descubrir la radiación artificial. La suya fue la familia con más premios Nóbel en la historia y eso determina a sus nietas y bisnietas, comprometidas con un apellido abrumador al que temen no rendirle tributo con sus actos.

La genia, la mujer radiactiva, la científica más importante de todos los tiempos resumía su sabiduría diciendo que un científico en su laboratorio era como un niño colocado ante fenómenos naturales que le emocionan, como si fuera un cuento de hadas. Su vida no fue precisamente un cuento, pero la capacidad de sorprenderse y emocionarse con la ciencia la hizo capaz de convertirse en una leyenda: una de esas en las que alguien da la vida por un montón de gente más.