Los hábitos de higiene nos definen

La llegada de la época lluviosa nos inunda de basura y hasta nos puede ahogar...

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Si bien, poco a poco, cada vez más costarricenses aprendemos y nos apuntamos a la clasificación de la basura, la proliferación de desechos, de todo tipo, en aceras y calles del país, sigue tan campante como nunca.

Francamente, da vergüenza hablar y alardear, mundialmente, de que somos un país verde ante propios y extraños, y caminar en cualquier calle de la capital, del cantón, de la playa y hasta de un parque nacional, para encontrarnos con toda clase de basura. La contradicción entre el dicho y el hecho me tiene anonadada.

Cada mañana que camino por las calles de Tibás hacia el trabajo, me quitan la paz interior las bolsas de todo tipo de comestible, las botellas de vidrio, de plástico y de aluminio que se “acomodan” en los caños, las alcantarillas y desagües. Y claro, con los aguaceros esos desechos son los que obstruyen el flujo del agua y terminan inundando las calles de este cantón y de otros muchos, haciendo un daño enorme a casas, calles e infraestructura, para que sea “noticia”, otra vez, sin que hagamos nada para evitarlo y corregirlo.

La noticia debería centrarse en lo cochinos que somos, debería darnos vergüenza hablar tan cándidamente de lo “verde” del país y ponernos en evidencia con tanta facilidad y sin sonrojarnos, cada día, en cada calle y cada esquina de cualquiera de nuestras provincias.

Como decía mi madre, el hábito de la higiene y de no tirar basura en la calle es, definitivamente, una conducta aprendida en la casa. Además de las campañas públicas que de vez en cuando se realizan para mejorar y erradicar este mal hábito, claramente es necesario tomar conciencia y procurar su erradicación definitiva.

Como país de renta media (es decir, con un nivel de desarrollo bastante bueno), una cobertura educativa amplia y de regular calidad, tenemos que colocar en el imaginario colectivo que tirar la basura alegre e impunemente en las calles y aceras debe recibir una sanción social, un “colorazo”, un chiflido, un acto tan despreciable para el común de la sociedad, que nos lleve a gozar calles prístinas y limpias, como cualquier país que se precie de desarrollado, bello y comprometido con el ambiente.