Giannina Segnini. Recordar la utopía.

Giannina Segnini renunció a un medio de comunicación. Dudo que haya renunciado el periodismo.

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"La primera gran confusión que provoca miedo consiste en pensar que el periodismo es el que está en decadencia, o que lo está su impacto en la democracia; pero la única entidad agonizante hoy es la industria de los medios como la conocíamos, no el periodismo, que -en medio del ruido moderno- prevalece como una de las únicas disciplinas capaces de revelar verdades ocultas y decodificar fenómenos sociales".

Las palabras de Giannina Segnini en su discurso de aceptación del premio Gabriel García Márquez retumban en las paredes de un presente asfixiante y, paradójicamente, también feliz: la industria de los medios de comunicación tradicionales está en franca decadencia, pero no el periodismo, no lo que hacemos los periodistas.

Como buena leyenda viva, sus frases, desde ya, se han quedado inmortalizadas en discursos, entrevistas y conversaciones que tantas veces se han escrito o grabado en las memorias de los periodistas que la hemos conocido (algunos aunque sea un poco, como yo; otros, durante toda su vida).

A nosotras nos queda la portada de Giannina en la revista Perfil de enero que -debo decir- es la que más me ha llenado de orgullo escribir, en conjunto con mi jefa. De entre tantas caras conocidas -actrices, presentadoras de televisión, modelos, deportistas, etc- escogimos a Giannina Segnini. Quizás la menos conocida, pero la que más nos inspiraba, la que nuestras lectoras realmente merecían conocer.

La historia de Giannina sorprende. Quedó embarazada a los 16 años, a los 15 había empezado la universidad. Llevaba cursos, vendía salveques, trabajaba como dependienta o como cajera, hacía repostería y por la noche lavaba, cocinaba, planchaba. Tuvo tres hijos y mientras los criaba, se dedicó a ser la única periodista de investigación del diario. Luego fue formando una unidad de investigación en la que incorporó no solo periodistas de gran talento, sino ingenieros en software, mineros de datos y en ocasiones también geógrafos y profesionales de otras disciplinas a las que había que envolver en el mundo apasionante, pero también desgastante del periodismo.

La utopía es algo que parece irrealizable, dice la RAE. Nadie dijo que no se podía.

A los periodistas que trabajamos dentro de la empresa a la que ella renunció, nos deja una lección de vida, de ética y de profesionalismo. Ya antes nos había dicho que su rol no era la de líder mundial o local, que a ella nadie la había escogido para decidir qué era mejor para el país, pero que hacía periodismo por una cosa: descubrir la verdad. “(...)Que somos amantes y guardianes de la verdad y que solo en ella encontramos la verdadera paz”. Lo había dejado claro siempre, lo había demostrado, pero ahora lo corroboró: si el mismo medio de comunicación para el cual se labora coarta las posibilidades para buscar la verdad, es el momento de terminar las relaciones.

Sus hechos, incluso más que sus palabras, me remiten en directo a las de Tomás Eloy Martínez, en su discurso “Defensa de la utopía”, Cartagena, 1996. “Si el periodista concilia, si transa con el Poder, si se vuelve cómplice de la mentira y de la injusticia, no sólo está traicionándose a sí mismo. Traiciona, sobre todo, la fe que el lector ha puesto en él, y con eso destroza el mejor argumento de su legitimidad y el único escudo de su fortaleza”.

Vivimos días de incansable política y politiquería, días confusos llenos de pasiones y sentimientos encontrados, repletos de intereses partidarios y electorales que podrían hacernos perder el centro si no fuera porque tenemos las palabras de cabezas que no se dejan calentar y que ya nos han trazado el camino. Hay una esperanzadora realidad, dice Giannina: el periodismo de calidad nunca antes había sido tan necesario para nuestra democracia. Y tenemos todas las herramientas a la mano para lograrlo, con medios en crisis o sin ellos. La esperanza está en recordar la utopía, eso que nos permite dar pasos con fe en la historia que somos y seremos. Cuando miremos hacia atrás, en el futuro, veremos el cambio que hemos gestado hoy, si no nos arrinconamos al primer dolor de cabeza, si levantamos la cresta y sacamos el pecho por lo que sabemos que es correcto.

Giannina tiene, tal vez, cuarenta años, y ya es una leyenda viva del periodismo porque se ha atrevido a hacer lo que muchos no pueden por mil razones distintas -salariodependencia, hijos, cuotas del banco, alquileres, lujos, etc-. Su renuncia es la última gota de un vaso lleno de tensión, de duras críticas, de asfixia periodística, pero es también el símbolo de que se pueden tener esperanzas. No nos ha dicho en qué creer, no nos ha contado qué hará a partir de ahora, pero nos ha demostrado que no hará nada que vaya en contra de sus principios, y eso es algo que tenemos que aprender.

Es verdad que sus razones para irse me llenan de angustia, de preguntas existenciales, de cuestionamientos a mi propia ética periodística. Sería hipócrita si dijera que me alegra que se vaya la cabeza pensante más completa que se ha desarrollado en el periódico durante los últimos 20 años. Pero también es cierto que sus últimas palabras fueron definitivas y definitorias: “Me voy con la certeza de que siempre habrá espacios abiertos para continuar haciendo periodismo independiente de la mano de la tecnología y para seguir inspirando a las nuevas generaciones de periodistas que creen en el aporte de nuestra profesión a la democracia”. Yo (también) tengo fe.