Vivir en condominio: El costo para todos del encierro de unos

La tendencia de los condominios nace de la búsqueda de un entorno más seguro y de una necesidad de diferenciación; pero podría traer otras consecuencias sociales

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Digámoslo con una metáfora trágica y exagerada: los condominios son las balsas salvavidas del Titanic.

No sabemos si verdaderamente hay un barco hundiéndose, pero ciertamente la percepción de inseguridad es real y está haciendo que la clase media acomodada abandone sus barrios originales para encerrarse en una comunidad cercada.

Representantes del sector inmobiliario también sostienen que hay un asunto de estatus involucrado: una necesidad de separarse del viejo barrio, de demostrar movilidad social.

La socióloga Wendy Molina se ha especializado en temas de vivienda y urbanismo, y claro que sabe que la pobreza no se inventó en este siglo. Sin embargo, ella advierte que la proliferación de los condominios vino a profundizar la desigualdad que ya cargamos en el país.

“El conflicto que se presenta es que las poblaciones ya no mezclan y no hay intercambio cultural, lo cual es negativo para barrios pobres: hay una reproducción de la pobreza porque no tienen acceso a otro capital social diferente al propio”, dice Molina.

Según la socióloga, este fenómeno ya ha sido registrado en muchos otros países de Latinoamérica, donde una clase media emergente busca estos nuevos condominios para buscar encerramiento, ya que no puede acceder al otro barrio que históricamente ha sido rico.

Las personas más acaudaladas tradicionalmente han vivido aparte, ahora habría un desgajamiento adicional de las relaciones entre clases sociales cuando cierto sector de la clase media se decide a vivir en condominios.

Pugnas citadinas

En otro sentido, el desarrollo inmobiliario por condominios horizontales atenta también, hasta cierta medida, con los esfuerzos por convertir a San José y al Área Metropolitana en una ciudad compacta y multifuncional.

El urbanista Eduardo Brenes, afirma que la cultura urbana costarricense es muy escasa.

“Hace 100 años el área metropolitana era un montón de pueblos rurales, y solo a partir de 1950 empieza a densificarse un poquito. 65 años en la vida de un país no es nada; es como un pestañear de ojos”, dice Brenes.

Esta falta de “trayectoria urbana” es la que, según una hipótesis de Brenes, hace que los ticos no suelan cuidar la ciudad.

Más allá, Wendy Molina apunta que muchos de los nuevos condominios horizontales se venden como un alejamiento del mundanal ruido, como un regreso idílico a las montañas. Ello, a contrapelo de las recomendaciones urbanísticas, extiende la denominada mancha urbana en lugar de concentrarla.

En un esclarecedor ensayo publicado por Andrés Fernández en la revista Ambientico , el arquitecto apunta a que los esfuerzos por el repoblamieno urbano se topan con escollos en la idiosincrasia y la historia ticas (dicho ‘tico’ en el sentido histórico del término como poblador de la meseta central).

Para el arquitecto, en San José creció una industria sin industrialización, y hubo crecimiento urbano sin urbanidad. En sus palabras, “San José se quedó en el pliegue ese, en ese entre acto fallido entre lo rural y lo urbano”.