Ver con las palabras

A los 12 años, Adrián Mena PERDIÓ LA VISTA pero nunca el entusiasmo. Hoy es el fundador y director de Talk, una empresa que contrata exclusivamente a personas ciegas.

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A drián Mena tiene los ojos muy abiertos, aunque no sean los que tiene en el rostro. Los suyos son ojos de otro tipo, de los que se llevan en algún lugar del pecho.

Adrián Mena ve con algo parecido al alma o al espíritu, se crea o no en ese tipo de cosas.

A los nueve años, la glaucoma hizo que comenzara a perder la visión; a los 12, Adrián ya era una personas ciega. No una persona no vidente, me subraya; la ceguera, dice, es una particularidad suya, como si fuera el color de su pelo o el tono de su voz.

Como esa, las muestras de su fuerza de carácter abundan, incluso en una conversación de media hora: Adrián nunca deja de sonreír, de mostrar su carisma y de relatar las historias que formaron la persona en que se ha convertido hoy, quince años después de que por sus ojos dejara de filtrarse la luz.

Hoy, Adrián es el director y fundador de Talk, una empresa que conecta usuarios con facilitadores que enseñan inglés conversacional; todos ellos –los profesores, no los alumnos–, homologados por una distinción notable: como Adrián, todos son ciegos; como Adrián, todos ven con ojos que no están en el rostro.

Si no hay puentes, los tendemos

Después de estudiar enseñanza del inglés en la Universidad de Costa Rica y graduarse en el 2013, Adrián Mena salió a la calle a tocar puertas.

Sin embargo, pronto descubrió que el camino estaba lleno de más piedras de que las que hubiera pensado en un principio.

“Tenía un buen curriculum vitae y estaba acreditado como docente. Pero cada vez que llegaba a una entrevista”, recuerda mientras conversamos precisamente en el campus de la UCR, “la persona a cargo cuestionaba mi capacidad para escribir en la pizarra, para controlar a un grupo. Alguna vez, incluso, dudaron si esa hoja de vida realmente era mía. Me decían: ‘¿usted de verdad estudió en la Universidad?’”

Cuando Adrián recuerda las adversidades, no se molesta.

Ni siquiera arruga la cara por un segundo. En su lugar, se ríe y se ilumina un poco, como si estuviera pensando en buenos momentos.

De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, más de mil millones de personas –es decir, una de cada siete– en el planeta vive con alguna forma de discapacidad; de ellas, casi 200 millones experimentan dificultades considerables en su funcionamiento.

Pero los números son fríos: no queman la piel. En cambio, la práctica –es decir, experimentar de primera mano el rechazo y la discriminación laboral– sí que quemó a Adrián. Tanto que, en poco tiempo, decidió tomar cartas en el asunto. Si la respuesta a sus problemas no estaba ahí afuera, entonces la construiría él mismo.

“El emprendimiento se parece mucho a la vida”, me dice. Junto con Andrea Valerio, su socia, decidió iniciar un servicio de clases particular es de inglés en línea, pero pronto descubrieron que ese no era el mejor camino: era un mercado saturado y no estaban ofreciendo nada realmente novedoso. Aquí es cuando Adrián completa su símil: “El emprendimiento es como la vida porque uno tiene que cambiar y adaptarse para crecer”.

Así dieron forma, poco a poco, a Talk. “Talk es un start up –proyecto de emprendimiento– social, porque no solo genera empleo y satisface una necesidad, sino que también ataca una problemática: que las personas con discapacidad no consiguen trabajo solo por su situación particular”.

Hasta ahora, el proyecto ha sido exitoso –no hace mucho ganó un premio Yo Creo, de la Universidad Latina, por su impacto social– y no parece que tenga otra intención más que crecer.

“Las personas con discapacidad debemos lidiar, en nuestras vidas, con mucha adversidad”, me cuenta Adrián, filosófico, sensible, viendo con los ojos que no están en el rostro. “Creo que eso inspira mucho a una persona que está aprendiendo algo nuevo, como un idioma. Porque no hay razón alguna para creer que uno no lo puede lograr. Todos podemos avanzar juntos, sincronizados, al mismo paso”.