Un ruego, por nosotros

Que sea la fe la que mueva montañas de ineptitud y oportunismo

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Este miércoles, más de 2 millones de personas caminarán hacia Cartago. Unos dan gracias, otros piden favores, muchos se limitan al acto de fe, otros tantos se aprovechan. Si es la unión la que hace la fuerza, ¿qué tal si, en pelota, le hacemos fuerza a algunos de los males criollos que, si por la víspera sacamos el día, solo encontrarán solución con urgente intervención divina?

Sugiero entonces –respetuosamente– abrirle un campito entre las propias a estas peticiones colectivas.

Pongamos por delante lo más urgente: olvidemos la soberanía alimentaria, o la dependencia del petróleo, y recemos para que nuestro país consiga el autoabastecimiento de puentes bailey . Ningún insumo es tan vital ahora, ni lo será en el futuro. Tendremos así un inventario permanente para nuestra solución provisional. Ya sabemos que el camino es uno, es temporal, y es hacia adelante.

Introducido el tema, podríamos ampliar el favor al cráter que nos agobia: ese vacío desesperante que se abre entre la crisis de nuestra infraestructura y el jaque de nuestro transporte público. Imploremos una solución celestial que nos libre del flagelo diario del colapso vial, ese castigo que hace miserable el día a día de quienes nos movemos por los recovecos de una ciudad fallida.

Ya puesta la mano, a la carta a la Negrita habría que sumarle lucidez para esos sectores prehistóricos de nuestra sociedad diversa. Claridad de pensamiento para quienes se oponen a que sea la razón y la ciencia las que dicten el rumbo de los programas educativos; que viven aterrados de que sea el derecho y no el dogma el que defina el rumbo de las políticas civiles; que ven venir apocalipsis morales y alborotos hormonales, que lo único que realmente amenazan es su anacrónico status quo .

La tercera gran súplica podría ser una epifanía de transparencia que inunde a la administración pública. Un pentecostés contemporáneo que barra con el ejercicio cínico de la corrupción y el chorizo como modus operandi de creciente recurrencia.

Quedan mil necesidades por fuera, pero no hay que saturar al cielo. Pidamos. Ya que no nos queda confianza, que sea la fe la que mueva montañas de ineptitud, oportunismo y sinverguenzada. Y en gratitud por los favores concedidos, liberémonos nosotros de la peste del ciudadano moderno: la indiferencia. A Cartago caminando y con el mazo dando. Que ser ciudadanos es mucho más que votar cuando toca, tocar el pito y pegar el grito, quejarse –peor aún resignarse–, o escribir una chota para el periódico del domingo.