Un país dividido por el fútbol

En Bosnia, una selección de fútbol conformada por hijos de la guerra no une a la nación; sus triunfos la dividen.

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En Bosnia, cuando la Selección Nacional de Fútbol juega, la mitad del país apaga el televisor.

Los gritos de “¡gol!” no ahogan los recuerdos de una sangrienta guerra civil hace casi 20 años, entre musulmanes, croatas y serbios.

El 15 de octubre del 2013, el reloj marcaba el minuto 67 del partido entre Bosnia y Lituania. Una jugada de Vedad Ibiševic se convirtió en el único tanto de la noche. Un 0-1 de Bosnia hizo explotar a más de 30.000 personas repartidas por las calles de Sarajevo, la capital. Los hinchas, afónicos, celebraron ese día la primera clasificación a un Mundial en la historia de ese joven país.

La agencia de noticias AFP reportó que aquella noche, en Sarajevo, se encendieron bengalas y la gente se desbordó en festejos por las calles. Sin embargo, al otro lado del país, no hubo celebración alguna. Ibiševic, jugador, héroe nacional de aquella noche, es parte del bloque musulmán, y la victoria no sabe igual para los serbios y los croatas.

De hecho, la mayoría de las estrellas del equipo son musulmanes, razón por la cual, los televisores serbios ni siquiera transmitieron el partido clasificatorio.

En Bosnia, la Selección no une, sino que divide.

Conflicto Histórico

El mapa poblacional del país está separado en dos: el 51% del territorio es ocupado por musulmanes y croatas, y el 49% restante, por la denominada República Serbia de Bosnia.

La historia de este conflicto interno, que el Mundial volvió más público, se remonta a la caída de Yugoslavia, a inicios de la década de los 90, cuando las tierras yugoslavas se fragmentaron para delimitar varios territorios independientes, entre ellos, Bosnia-Herzegovina.

Después de la independencia, este país encendió una guerra civil entre los grupos musulmanes, croatas y serbios, los que pusieron fin al conflicto armado con la firma de los Acuerdos de Paz de Dayton, en 1995.

Los tratados detuvieron diplomáticamente la guerra civil, pero el conflicto étnico y religioso no se disipó. La fragmentación del país se sigue reflejando en las instituciones del Estado.

El fútbol no ha sido la excepción. En 1992, la FIFA exigió a Bosnia que unificara las tres asociaciones de fútbol que separaban a croatas, serbios y musulmanes.

Por muchos años, la presidencia de la Federación de Fútbol en Bosnia rotó entre los miembros de cada una de las etnias en el país: por seis meses, presidía un croata; después un serbio y luego un musulmán.

En el 2011, la FIFA impuso nuevas reglas: Bosnia debía nombrar a un presidente permanente. Ese año, Elvedin Begic asumió ese papel, y la Federación de Fútbol se convirtió en un excepción en un territorio dividido: es la única institución que funciona con unidad en este país que lucha por convivir como una nación multiétnica.

Bosnia aprendió a disimular sus divisiones internas con tal de jugar al fútbol. Sin embargo, casi la mitad de la población sigue festejando más los goles de Dzeko, Spahic, Ibisevic, Bergovic o Pjanic: todos, jugadores de la mayoría de seleccionados musulmanes.

Hijos de la guerra

Una guerra trae carencias y parálisis. El conflicto en los Balcanes produjo crisis humanitarias gravísimas; pero también trajo una pérdida más modesta y menos visible. Los años de enfrentamientos dejaron por fuera de las competencias deportivas a muchas generaciones de la antigua Yugoslavia.

Los atletas debieron dejar los entrenamientos y emigrar. Otros murieron en los conflictos armados.

La Selección de Fútbol de Bosnia es el símbolo de un país que quiere volver a tener deportistas.

Otras naciones vecinas, hijas de Yugoslavia, han podido remontar el vuelo formando nuevas estrellas y, en el caso más concreto del fútbol, han vivido buenas épocas. Sin embargo, para Bosnia –el país más castigado por las balas–, ha sido más difícil, y hoy se siguen pagando las consecuencias. Muchas de las familias bosnias debieron emigrar cuando estalló el conflicto, y sus hijos son ahora estrellas en otras selecciones de Europa.

No obstante, esta nueva generación ha regresado a sus raíces.

Ahmed Buric, periodista bosnio, habló con el diario argentino El Clarín al respecto. “Muchos de ellos podían optar por lo más fácil; es decir, por jugar con sus países de adopción. [...] El arquero Begovic, del Stoke City, [pudo representar] a Canadá; y Miralem Pjanic, de la Roma, a Luxemburgo”, señala.

Todos estos muchachos están dispuestos a jugar para un país en donde la mitad de la afición no los apoya.

En Bosnia, el deporte nacional subraya las líneas divisorias marcadas por la religión y la etnia. Para los tres grupos que se reparten hoy el territorio, está claro que la reconciliación aún no llega: el fútbol es testigo.