Tormenta Nate: la ayuda que cayó del cielo

Miles de familias aún continúan incomunicadas. Desde el mismo lugar en el que se formó la tragedia bajó la ayuda

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Son las 6 a. m. y el sol se asoma tímido sobre la pista del aeropuerto Juan Santamaría. La calma que se respira al amanecer engaña: cuesta creer que hace solo semana y media el país estaba siendo golpeado violentamente por uno de los desastres naturales más groseros en décadas.

Como es rutina, el himno de Costa Rica comienza a sonar por los parlantes del Servicio de Vigilancia Aérea (SVA) y la tripulación que prepara la aeronave que pronto nos elevará al cielo interrumpe sus tareas para saludar a la bandera que ondea al fondo.

No era su bandera, tampoco su país. No importó. Los seis panameños a cargo del helicóptero AN140 se detuvieron en formación como símbolo de respeto y fraternidad.

“Por parte del gobierno panameño se da la instrucción de venir a apoyar en tareas humanitarias a la hermana república de Costa Rica”, me dice el comisionado Roberto Armijo antes de partir.

Le pregunto al capitán cómo ha visto desde el aire la zona sur tras el paso de la tormenta tropical Nate. “Ya lo vas a ver tú”, me contesta. “Están bien afectados”.

Por sétimo día consecutivo, el helicóptero alza vuelo para apoyar las necesidades de un país que aún no termina de digerir las dimensiones de la ingrata tragedia.

Junto a los aviones del SVA del Ministerio de Seguridad y aeronaves privadas alquiladas por la Comisión Nacional de Emergencias, los oficiales del Servicio Nacional Aeronaval de Panamá (quienes volvieron a su país este miércoles) se dispusieron a brindar ayuda por aire a la numerosa cantidad de comunidades que quedaron aisladas.

A las 6:33 a. m. la aeronave despega, la pista del aeropuerto se hace cada vez más pequeña, las casas quedan atrás. Una iglesia blanca nos despide a lo lejos.

De las montañas brotan frondosos bosques verdes recubiertos por una capa de nubes blancas que las cobijan con ternura. La vista impone una paz que se cuela por las ventanas de la veloz máquina voladora. Mientras nos dirigimos al sur, ese mismo cielo que hizo desastres y que causó tantos estragos como quiso, hoy descansa.

Ese es, quizá, el paisaje más dócil que veremos en todo el día.

La tormenta que no avisó

La noche del 4 de octubre la lluvia malcriada no parecía querer detenerse. En gran parte de la capital así se vivió, como una tormenta de dimensiones que no recordábamos.

La fuerza del viento y cantidades de agua descomunales desbordaron ríos, inundaron calles, botaron árboles. Amanecimos con el mapa de nuestro pequeño país pintado casi por completo de rojo y con la noticia que ya veíamos venir: los daños que estaba provocando la tormenta fuera de la meseta central recorrían desde el extremo norte hasta el sur.

Nate aprovechó que estábamos distraídos para patear la puerta y entrar con furia. Dos días antes, la noticia de que una depresión tropical se estaba formando muy cerca de las fronteras de nuestro país no nos impresionó. Es octubre, en octubre llueve.

24 horas después el país se encontró en el epicentro de una tragedia que nos arrebató la inocencia. Durante el 4 y 5 de octubre, en 48 horas, la cantidad de lluvia que cayó del cielo sobrepasó por mucho lo esperado para todo el mes de octubre.

Los daños que causó el huracán Otto hace casi un año en la zona norte hoy no se comparan ni de cerca con el poder destructivo que tuvo Nate.

11 fallecidos, dos desaparecidos, 76 cantones en alerta roja, 11.576 personas trasladadas a 178 albergues, más de 400 puntos en carreteras bloqueadas y destruidas en seis de las siete provincias. Cientos de miles de dólares en pérdidas.

El país entero cayó por fin en cuenta de lo que estaba sucediendo. La naturaleza nos mostró su verdadero poder y nos puso a temblar. Nos azotó con una emergencia de la cual no nos recuperaremos pronto.

Ayuda desde el cielo

Mientras nos acercamos a Pérez Zeledón, nuestra primer parada, los rayos del sol se van esfumando y el cielo se oscurece.

En las noticias, las secuelas de Nate se ven catastróficas e inclementes, pero sobre todo, muy lejanas. Desde el aire, la historia cambia. Las dimensiones de la destrucción toman forma.

Las primeras marcas de la tormenta se van asomando en las cumbres de las montañas. A 266 kilómetros por hora, el helicóptero nos lleva rápidamente a una de las zonas más golpeadas del país.

Laderas agrietadas, terraplenes, estrías cafés que rasgan los grandes terrenos verdes.

Más abajo, los ríos aún mantienen su color oscuro manchado de barro. Los árboles caídos y escombros son testigos del nivel del agua que subió hasta ya no aguantar más y luego se abrió camino por donde pudo.

Aterrizamos en la pista de Pérez Zeledón y un camión lleno de víveres de la Comisión Nacional de Emergencias, la Cruz Roja y empresas y vecinos de la zona ya está listo para cargar el helicóptero.

El cielo es la única vía por la que todavía, este sábado 14 de octubre, se le puede llegar a 1.683 familias en la región de Pérez Zeledón, Osa y Buenos Aires que quedaron aisladas por la destrozo y bloqueo de sus vías.

Óscar Jiménez, jefe de la delegación de Policía, explica que la topografía del terreno dificulta el acceso. “El tema de caminos está muy complicado. Hay partes donde el río se llevó hasta 400 metros y el río quedó en ese margen. Hasta el habilitar el camino está bien difícil”.

Estamos en la pista apenas unos minutos. Como hormigas, personal de la comisión local de emergencias y funcionarios de SVA arman una cadena humana y abarrotan la aeronave de diarios. Las hélices comienzan a girar mientras el fotógrafo Rafael Murillo y yo nos abrimos un pequeño espacio entre las bolsas.

Huele a jabón de ropa, huele a desinfectante, huele a ayuda.

El día apenas está comenzando en Santa Lucía de Río Nuevo, una comunidad con apenas 28 familias, y el sonido del helicóptero que desciende sobre una pequeña plaza saca a la gente de sus casas.

Saludan hacia el cielo, graban videos con sus teléfonos, aplauden emocionados y se reúnen alrededor del helicóptero mientras los víveres van creando un montículo.

“Aquí lo más que se dio fue mucha lluvia y mucho viento”, recuerda José Hernández, secretario de la comisión de la comunidad. “El camino está totalmente cerrado. Es demasiado lo que hay de derrumbes. La vía está totalmente colapsada. Hay que esperar a que venga de la maquinaria”.

Virgilio Ulloa, de Zaragoza de Río Nuevo, me dice después que fue trágico y que están aislados.

Mientras nos desplazamos a la zona de Quepos, las montañas nuevamente nos muestran sus heridas abiertas. Pequeños puentes caídos, deslizamientos que se sostienen con las uñas de las laderas, vacas aisladas en medio de barro y zacate, casas arrastradas por la fuerza del agua.

“La magnitud de los daños que ha provocado la tormenta tropical Nate en toda la infraestructura vial del país es de proporciones titánicas”, dijo Germán Valverde, ministro de Obras Públicas y Transportes. “Proporciones titánicas” es un término muy abstracto... hasta que se ve con los propios ojos.

La fuerza del agua

Fue después de las 11:30 p. m. del 4 de octubre que a la lluvia se le comenzó a ir la mano. Las sesenta familias de Santo Domingo de Savegre no se dieron cuenta de lo que el río les arrebató hasta el amanecer del día siguiente.

“Comenzó a llover muy temprano pero ya en horas de la noche aumentó”, aseguró Allan Durán con su ropa llena de barro. “Fueron como treinta horas seguidas. No nos habíamos dado cuenta de lo que había hecho el río. En la madrugada fuimos a dar una vuelta por varios lugares. Fue muy impactante para todos”.

“Yo sí me di cuenta. Yo trabajo como guarda en el Rafiki Safari Lodge”, agrega José Luis Elizondo. “Desde que el muchacho me llevó en moto -yo entro a las 9 de la noche- vi que el río se estaba llenando demasiado. Le dije: ‘váyase rápido porque uno no sabe’. Uno ha visto ya muchos desastres de este río”.

“Como estaba de guarda lo estaba vigilando. Salí y vi que el río ya se estaba tirando a la calle. Ahí hay una quebrada que estaba haciendo desastre”, cuenta Elizondo. “Me fui abajo a ver el camino y vi que venía una creciente. Comencé a correr porque venía a la par mía. Yo que salgo y se llevó la calle”.

Diana Irigoyen estaba en la parte más baja del pueblo cuando un fuerte olor a barro le llegó a su casa. “Comenzamos a decirle a los vecinos de la parte baja que salieran a la parte alta. Como siempre, muy pocos salimos. Gracias a Dios el río no logró llegar hasta ahí”, cuenta la joven. “Cuando ya amaneció todos vinimos a la parte alta para ver qué había hecho el río. No teníamos idea que nos había dejado sin camino. El río se llevó parte del camino, en otras partes ahora pasa el río por donde va la carretera. La alimentación que ha llegado ha sido vía helicóptero”.

Por el momento, la única forma llegar y salir del pueblo a pie es cruzando por el río o por una inestable ladera, ambas peligrosas. “Ha habido donativos que nos traen y los dejan ahí en Silencio. Los hombres del pueblo o los que tienen más fuerza han ido hasta allá y se han traído los sacos al hombro. Ahora tenemos un burro, porque los animales se habían perdido”, dice Irigoyen, integrante del comité comunal. “Pasaron por un trillo por donde a duras penas camina uno, con un guindo al río. Luego hubo algunos valientes que se tiraron al río para ver qué tan hondo estaba. El paso por el río sí es un tanto peligroso por una cabeza de agua, pero es menos peligroso que pasar por la ladera. Mientras el río está bajo se puede pasar, porque por la ladera es demasiado peligroso”.

Esperanza

Hasta el miércoles de esta semana, el Servicio de Vigilancia Aérea había movilizado 125.193 kilogramos de alimentos repartidos en 6.986 diarios a las comunidades aisladas.

Hace una semana la Cruz Roja hacía un llamado a donar. La ayuda para los afectados por Nate no era suficiente.

“No se está viviendo lo mismo que se vivió con el huracán Otto, que la gente salía de la casa a donar”, le dijo a La Nación Gérald Jiménez, jefe del departamento de prensa de la Cruz Roja. “Sí lo hacen, pero no con la misma intensidad. Hay que tener claro que, a diferencia de Otto, que afectó principalmente Upala, en esta ocasión, casi que todo el país se vio afectado”.

¿Cuánto le costará al país reponerse por los embates de Nate? Los daños aún no han terminado de cuantificarse pero se sabe que la factura será elevada.

Al llegar a Santa Lucía de Río Nuevo una enternecedora escena nos recibió. Mientras las bolsas comenzaban a salir del helicóptero, dos jóvenes se fundieron en un abrazo. La ayuda había llegado. Más allá de la comida, esas bolsas significaban algo mucho más poderoso y esperanzador: no están solos, estamos con ustedes.

Tras la emoción momentánea al ver la aeronave, a los ojos de las personas con quienes hablamos regresaba ese velo de consternación. Son las marcas que dejó un caos que no vimos venir y para el que no estuvimos preparados.

“Es una incertidumbre”, dice Diana Irigoyen. “No tenemos salida. No hay muchas entradas de trabajo. Hay muchos que viven del turismo y acá no va a entrar el turismo en quién sabe cuánto tiempo. Una incertidumbre. Se ha estado trabajando como hormiguitas para ver qué se puede reactivar nuevamente. No sabemos qué pueda suceder”.