Todas las penas conducen a El bronx

El 28 de Mayo, la Fuerza Pública de Bogotá desmanteló El Bronx, un sector de la capital colombiana donde la decadencia humana se sentía como en casa

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“La amo mucho. Perdóneme por todo lo malo que le he hecho pasar. La quiero con toda mi alma. La pienso. La extraño. Me hace muchísima falta. Para siempre juntos”.

Existen pocos objetos más tristes que una carta que no llega a su destino.

Una carta extraviada es un monumento a todas las cosas que pueden salir mal para que quien la escribió no pudiera enviarla.

De la carta que encontró Jorge Torres, miembro del Concejo de Bogotá, no se conoce el autor ni el destinatario ni la fecha en que fue redactada. No se sabe más que una cosa: que no llegó a su destino, y que a quien escribió las líneas con que comienza este artículo le pasaron cosas malas.

Esté vivo o muerto, le pasaron cosas malas. Haya sido pobre o rico, le pasaron cosas malas. Cualquiera que haya sido su nombre, hay certeza de que le pasaron cosas malas. Lugares como El Bronx hacen eso: homogenizan, cortan de un tajo la incertidumbre porque una cosa es ineludible: a todo aquel que haya puesto pie allí, en ese agujero negro de cinco cuadras, le pasaron cosas malas.

Cuando las autoridades ingresaron al sector, cuna de uno de los mayores mercados negros del mundo, encontraron muchas cosas malas y tristes. Era un agujero negro al que iban a morir las esperanzas de miles de personas que a cambio de dinero podían hacerse de lo que quisiera, lo mismo daba si eran drogas, servicios sexuales u órganos humanos.

También encontraron los escombros de muchas vidas que, cegadas por la adicción, quedaron atrapadas en las calles del Bronx, a la deriva en un lugar donde lo mismo fluía el dinero manchado que la sangre humana.

El barrio que fue

No fue así siempre. Otrora, el sector fue un valorizado e histórico sector de la capital de Colombia. Cuando el siglo XX apenas despuntaba, la zona se llamaba Barrio Santa Inés, y en torno suyo se levantaban casas que daban techo a familias de renombre en el país. Dice el diario cafetero El Tiempo que “tener una casa allí significaba pertenecer a la clase media alta de la época”.

Pero cuando las décadas se empezaron a suceder una a la otra, de Santa Inés y su elegancia no quedó rastro. En su lugar, se instalaron dos de los barrios más peligrosos –en Colombia los llaman ollas – del continente.

Primero fue El Cartucho, que durante la década de los ochenta fue tomado por narcotraficantes, indigentes, prostitutas y delincuentes. Muy atrás quedó la significancia histórica de Santa Inés y en cambio la tónica la marcaron, durante diez años, los asesinatos, venta de drogas, mutilaciones y otros crímenes que quedaban impunes: a El Cartucho no entraba la policía, como si se tratara de Sin City , la novela gráfica de Frank Miller.

No fue hasta que el siglo XX pasaba sus últimas páginas del calendario que el tiempo se le agotó a El Cartucho. En 1998, Enrique Peñalosa fue electo alcalde de Bogotá. Su gestión transformó a la ciudad por completo y la convirtió en un ejemplo de recuperación urbana y de apropiación y aprovechamiento de los espacios públicos para los ciudadanos.

Uno de los puntos más reconocidos de su gestión fue la reconquista de El Cartucho. Las autoridades limpiaron la zona y Peñalosa construyó, en su lugar, el Parque Tercer Milenio, que en más de 16 hectáreas extiende zonas verdes, canchas con graderías y ciclovías donde antes hubo muerte y adicción.

Pese a que Tercer Milenio parecía representar una victoria –aunque recibió fuertes críticas en su momento sobre todo por la no reubicación de los indigentes que poblaban El Cartucho–, resultó ser no más que una solución temporal. Con el tiempo, el mismo cáncer comenzó a reptar por las calles de Bogotá, en busca de un nuevo hogar.

No le hizo falta ir muy lejos. La oscuridad llegó a mediados de la década pasada, y se instaló entre las calles 9 y 10 y las carreras 15 y 15A, en el sector Los Mártires; es decir, solo dos cuadras al occidente de Tercer Milenio.

Así nació El Bronx, el último clavo en el ataúd del viejo barrio Santa Inés.

Donde viven los monstruos

En El Bronx, las ventanas no tenían cristal. No porque se quisiera ventilar las viejas casonas que apenas se mantenían en pie en sus calles; no tenía mucho sentido: cuentan que en todas partes el olor era el mismo. El olor a sangre. “Es la sangre seca pegada a los escalones que dibuja un camino macabro hasta la tercera planta, donde funcionaba una sala de tortura”, escribió Ana Marcos, del diario español El País . “Huele a excrementos de perros encerrados a los que alimentaban con carne humana”.

Es imposible encontrar una descripción de El Bronx que no pinte una tragedia humana, la que allí se llegó a aglutinar. La revista Semana , de Colombia, escribió: “En muchas de las paredes hay rasguños y partes de piel. En varios lugares hay cadenas y cuerdas a las que amarraban a personas torturadas. Cuartos llenos de desechos y heces acondicionados como celdas para mantener secuestrados”.

En El Bronx, las ventanas no tenían cristal porque el mantenimiento de una fachada era el menor de los problemas para quienes allí habitaban. Mucho más arriba en la lista estaba, por ejemplo, encontrar espacio en alguno de los cuartos de menos de dos metros cuadrados que podían compartir hasta 15 personas consumiendo bazuco –una droga similar al crack–, sin importar si se trataba de mujeres embarazadas o si cargaban en sus brazos a niños de escasos meses de nacidos.

Porque nadie la pasó peor en El Bronx que los niños. En el sector eran comunes las discotecas donde decenas de menores de edad, la mayoría niñas –asegura Semana –, eran obligados a consumir alcohol casero y drogas; a cambio de las dosis, muchos eran víctimas de abusos sexuales. Niñas y adultas, poca diferencia hacía la edad: en El Bronx podían permanecer semanas y meses convertidas en esclavas sexuales.

Los excesos no tenían horario, y el mercado de El Bronx permanecía abierto siete días a la semana, 24 horas al día. El modelo incluso se convirtió en un atractivo para extranjeros y miembros de clases económicas privilegiadas de Colombia, quienes llegaban al lugar por voluntad propia, en busca de placeres ilegales que no encontrarían en otro sitio.

Lo hacían atenidos a grandes riesgos, más allá del consumo de sustancias ilegales. El Bronx estaba controlado por tres mafias que mantenían su propia fuerza de seguridad, los Sayayines , quienes se encargaban de cobrar, del modo que fuera y con la violencia que resultara necesaria, a quienes allí consumían.

Sus métodos no conocían límites: varios sobrevivientes de El Bronx aseguraron al noticiero colombiano RCN Noticias que parte de los castigos utilizados en el lugar era arrojarlos a un túnel con un cocodrilo que devoraba seres humanos.

la raíz

Desde la madrugada del 28 de mayo, el espantoso anecdotario de El Bronx se escribe en pasado. A las cuatro de la mañana de ese día culminó una operación de más de cuatro meses durante los cuales la policía de Bogotá se preparó para acabar con el cáncer que carcomió a la ciudad por una década.

Cuenta El País que la Fuerza Pública entró “con escudos y armamento, bloquearon las vías de acceso y unas 1.900 personas quedaron retenidas”. No hubo choques ni heridos, pese a que los criminales de El Bronx contaban con qué defenderse: 30 armas de asalto, 11 no letales y cinco granadas. El operativo fue impecable: no hubo tiempo de reacción. “Nos lanzaron algunas bombas molotov y tenían preparados baldes con bolsas de excrementos y pinturas”, dijo el comandante Giovanni Cristancho, del Comando de Operaciones Especiales.

Toda esa información ya era de conocimiento de la policía desde antes de que los 2.500 efectivos ingresaran al sector para desmantelarlo. Durante los 120 días previos, una joven agente se hizo pasar por una vendedora de droga, y rentó una habitación en un edificio contiguo al usado por los jefes de las tres bandas que controlaban El Bronx.

Durante ese tiempo, la mujer se dedicó a espiar las comunicaciones entre esos hombres, gracias a minúsculos micrófonos que instaló en las paredes y que permitían escuchar en tiempo real las conversaciones de los delincuentes que, de acuerdo con El Tiempo , “desde allí controlaban el tráfico de estupefacientes, los actos de sicariato en la capital, la compra de objetos robados y el comercio sexual con niños, con travestis adolescentes y hasta con animales”.

Gracias al valiente espionaje llevado a cabo por la agente, la policía de Bogotá –nuevamente a las órdenes del alcalde Enrique Peñalosa, electo en el 2015– consiguió hacer una limpia de la zona. A diferencia de lo que ocurrió con El Cartucho, esta vez Bogotá está preparada para brindar un apoyo a quienes habitaban El Bronx.

Los menores de edad están siendo atendidos por el Instituto de Bienestar Familiar. Los indigentes pueden solicitar ayuda a la Secretaría de Integridad Social. Y desde el propio 28 de mayo, un millar de personas ha solicitado refugio en centros preparados para ello. Allí, reciben asistencia psicosocial, comida y aseo. Incluso, pueden ingresar a un programa de resocialización de hasta nueve meses.

Sin embargo, no todos lo cumplen. Muchos del todo no están interesados en recibir ayuda de ningún tipo. El cáncer, una vez más, repta por las calles de Bogotá, buscando un nuevo sitio donde echar raíces.