Tito Vilanova: El marqués del fútbol

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Llevó a su esplendor un equipo que ganó todos los títulos posibles, desafió a la enfermedad y a la muerte con la serenidad de los valientes.

Pasó por la vida sin ruido. Humilde en la derrota y más aún cuando el carro de la victoria se posó frente a su puerta; siempre supo darse su lugar y cedió el mérito a los que patean el balón, a los que lo gastan, a los que lo miman y llenan los estadios: los dioses del fútbol.

La muerte le negó el sueño de su vida; el que acarició en largas noches de vigilia en la cama de La Masia, el yunque donde el Barcelona forja a sus leyendas.

Francesc Tito Vilanova i Bayó, nunca bebió, nunca fumó, nunca abusó de nada ni de nadie; pero el destino le dio un puñetazo y lo dobló, como a una débil varilla de estaño.

En un examen rutinario le detectaron un tumor en la glándula parótida, que en cuestión de tres años lo consumió. Aunque el cáncer lo redujo a los huesos, siempre conservó la esperanza: “Todo irá bien”, era su frase.

Del club a la clínica, como si estuviera de paso por la vida y por el Barça : iba y venía. Era de aquellos hombres que bajo una tormenta, en lugar de lamentarse por no tener un paraguas, pensaba que pronto escamparía.

Días antes de morir encargó un pequeño favor a un amigo: comprarle un reloj a su esposa Montse Chaure, con la que vivió 22 años y tuvo dos hijos, Carlota y Adriá. Así, aunque el pasado no volvería, estarían juntos con solo darle cuerda.

Llegó a Barcelona desde Bellcaire d’Empordà, un pueblito de 600 habitantes, donde nació el 17 de setiembre de 1968. El padre, Joaquim, fue alcalde y como su madre, Rosa, todavía administra una bodega.

A los tres años fastidiaba a los vecinos con sus pelotazos contra la pared y el salario de la mamá se iba en zapatillas de fútbol. Joaquim le enseñó a patear con la zurda.

Era un chiquillo inquieto, tímido, cariñoso, aplicado en los estudios. A los 13 años recaló en La Masia, donde se hizo amiguísimo de Pep Guardiola y juntos fundaron el “club de los glotones”, fama que lo perseguiría por su afición a la paella, los hongos, los caracoles y los canelones.

Siguió una carrera discreta como mediocampista en diferentes equipos, donde fue el Marqués por su estilizada figura a la hora de tocar el balón.

Cuando Pep asumió al Barça , en el 2008, lo nombró su asistente; ambos fueron como Arturo y Lancelot y alcanzaron la gloria con un equipo de fantasía, que en cuatro temporadas ganó 14 de 19 títulos disputados.

Cerebral, analítico, pausado y calculador, sucedió a Guardiola y tomó las riendas del Barcelona en el 2011.

Tocó el cielo. Realizó la primera mejor vuelta de la historia de su club en la que solo empató un partido; conquistó el campeonato con 100 puntos y registró una marca de 115 goles a favor.

Cuatro meses antes de su partida llegó al Nou Camp; ya no estaba en el banquillo sino en un palco y recibió la mejor terapia: el fútbol.

Se despidió de la vida –el 25 de abril del 2014– con optimismo e ilusión, con la verdad y la bondad de un hombre de pueblo: valiente, tranquilo y cabal.