Tinta fresca: Soy de ‘Desampa’

A mí no me vengan a decir que somos la capital del hampa cuando la mayoría no nos hemos robado ni una uva del súper

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Mónica morales

Mis 30 años los he vivido en este cantón de contrastes, primero en una casa en Gravilias, en el corazón del pueblo, y luego en San Rafa Arriba, cerquita de Calle Fallas (ustedes lo recordarán como el lugar donde mataban gente por conflictos de drogas; yo lo recuerdo por la ferretería Santa Lucía, donde me llevaba mi papá cuando era niña a comprar de todo para el bricolaje).

En estas tierras aprendí a dar mis primeros pasos, a andar en bici y a cuidarme de que nunca me llevara el “viejo del saco” con el que tanto me amenazaba mi abuela cuando yo lloraba –y es que lloraba por todo–. En Desampa he sido inmensamente feliz: tuve mi primer novio, he visto crecer a mi familia, salgo a pasear con mis perros, he encontrado buenos amigos, he bailado en el bar de los hippies y he comido el mejor gallo pinto en la emblemática soda de los taxistas.

Crecí en una ciudad cada vez más grande, cada vez más sobrepoblada y cada vez más peligrosa, dicen. Sin embargo, nunca me han asaltado y, más sorprendente aún, nunca he asaltado a na-die. Y sí: tanto mi familia como yo somos de Desampa-jones . Pregúntenme dónde vivo, que yo responderé con orgullo, aunque haya quienes arruguen la cara o pongan sus carteras en un lugar seguro.

Cuando salía con algunas amigas a los bares, me tocaba escuchar sugerencias como: “No digás que sos de Desamparados. Basta con que digás que sos de San Rafael, así los maes van a pensar que es San Rafael de Escazú”. Porque la teoría dice que a los muchachos de la high class no les gustan las mujeres de Desampa, pero yo que en mi adolescencia me tiré enterita la novela María la del barrio sé que las muchachas humildes podemos hacer cosas grandes (con o sin muchacho high class ).

Además, lo que sale en las noticias es solo una parte de la historia. Es cierto que ocurren asesinatos (como en otros lugares del país) y también es cierto que lo ideal sería que no muriese nadie a manos de criminales; sin embargo, hay razones demográficas que explican, en parte, el fenómeno. Desampa es el segundo cantón más poblado de la provincia de San José, después de la capital.

Claro que tampoco es el paraíso: hay maleantes, pobreza, drogas, presas en cada calle y cero Fresh Market per cápita, pero también hay niños jugando en las escuelas, desamparadeños pulseadores, gente de bien y, por supuesto, está mi abuela aún amenazando a los nietos más pequeños con el viejo del saco.

Lo que me gusta de Desampa es la diversidad, un reflejo de una Costa Rica llena de retos. Hay grandes casas junto a otras más pequeñas en cuyos corredores se ven gallinas, hay condominios con piscina cerca de caseríos humildes, autos BMW haciendo fila detrás del Hyundai Excel. Crecer entre esa mezcla me ha hecho realista y ha marcado mi personalidad. Aquí convivimos todos.

De los más de 33.800 habitantes, somos una abrumadora mayoría quienes no nos hemos robado ni una uva en el supermercado, así que no me vengan a decir que mi cantón es la capital del hampa. En el Desampa que yo conozco están mis mejores recuerdos y cada vez que voy en una presa sofocante miro por la ventana y veo el rancho Garibaldi, El Descanso Musical, la primera casa de mis papás, la vecina en la parada del bus, y me siento segura. Estoy en casa.