Tinta fresca: Se atormenta una vecina

Cuando no hay nada de qué hablar, uno habla sobre la lluvia

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La estación lluviosa es lo que ocurre en Costa Rica durante todo el año, con excepción de la Cuaresma. Empieza el Viernes Santo y termina el Miércoles de Ceniza del año siguiente, con una que otra pausa en enero para que se asoleen los chiquillos y se seque la ropa. Aquí el invierno es el statu quo. La lluvia es todo el clima. Uno dice “ya entró el invierno” como quien dice “hoy es domingo”, o “ya son las cuatro”. Sin embargo, todos los días nos asombramos de la lluvia como si nunca hubiera llovido. Un síntoma revelador de que la costumbre del tico es impermeable. Decimos “¡está lloviendo!” con legítima sorpresa, como quien dice “¡no hay papel higiénico!”, o “¡estoy embarazada!”.

El invierno retrata nuestra capacidad de asombro. Como nunca la esperamos y cada día nos sorprende desprevenidos, le echamos a la lluvia la culpa de todo lo que no es culpa del gobierno de turno. Decimos “como resultado de las fuertes lluvias” como quien dice “por una serie de eventos desafortunados”.

Deslaves, huecos, cráteres, apagones, inundaciones, alcantarillas taqueadas y las presas de todos los días. Todo ocurre porque llueve. El invierno es el apocalipsis.

La lluvia es un infalible dinamizador de la economía. Activa una aceitada maquinaria de compra y desaparición exprés de paraguas. Armazones de varillas desechables con una esperanza de vida nunca mayor a las cuatro semanas. Los compramos, cada uno, seguros de que este sí va a durar. Acabamos diciendo “perdí la sombrilla”, o “se me jodió el paraguas”, más veces al año de las que decimos “mañana es feriado”. El invierno es saber perder. La lluvia es uno de los lubricantes sociales por excelencia. ¿De qué nos hablarían, si no, los taxistas y las señoras en los buses? Nos dicen “hace viento como de lluvia”, “ya se viene la de los frescos” o “qué aguacero verdad, pa ”, como quien dice “buenas”. El invierno es el tema de conversación de las conversaciones muertas. Nos encanta que llueva, pero en otra parte. Decimos “la lluvia es una bendición” como quien dice “¿por qué diablos no llueve solo en Guanacaste y en Cartago?”. Porque la lluvia es mejor vista desde el verano. Y mayo era mejor cuando estábamos en abril.