Tinta fresca: "Proveer para formar... no para cumplir", por Diego Delfino

¿Estamos criando a nuestros hijos para el futuro o para la foto del Facebook?

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Tras la lectura de este texto, cualquier psicoanalista promedio concluiría que el tema de la paternidad responsable me resulta particularmente cercano. Le ahorro el mérito y dejo en autos desde el primer párrafo el dato clave: mi padre biológico nos dejó botados en un país extraño cuando yo todavía no hablaba. Como a cualquier otra persona a la cual alguno de sus progenitores invisibiliza, olvida o niega, su ausencia me marcó por el resto de mi vida.

Historias como la mía sobran. Afortunadamente, hoy día son cada vez menos frecuentes y ya no estamos dispuestos a hacernos los majes: cualquiera que abandone su responsabilidad como padre o madre es visto como un cobarde y un irresponsable; eso no se discute. Pero, ¿qué sucede con quienes sí están al día con lo que exige la ley? ¿Es eso suficiente?

Para los que transitamos sobre los treinta, resulta familiar aquella frase de “yo que te di techo, ropa y comida...”. Para nuestros padres, aquellos eran los valores que bastaban para acostarse a dormir con la sensación de tarea cumplida. Esta doctrina no debe sorprender ni dar pie al reproche: la realidad de nuestros viejos fue muy distinta a la nuestra. Ellos no sabían lo que nosotros sabemos ahora y su vida, antes que nada, era sinónimo de sacrificio, de lucha; no de aventura.

En tiempos modernos, en cambio, no hay excusa para limitarnos como padres a ofrecer una presencia relativa y espectral, de esas que descargan toda la responsabilidad en el primer aparato que podamos enchutarle al güila para que se mantenga calmado.

Los padres que, “cansados” de su “vida de adultos”, encuentran más fácil dejar a la criatura absorta en la pantalla tienen muy pero muy claro que están fallando en la formación de sus hijos.

Sin embargo, prefieren autocompadecerse (“ay, qué cansado”), tomar una foto bonita en el cumpleaños del nene o la nena, y subirla al Facebook. “¡Sonreí, mi amor!”.

Si usted asumió la responsabilidad de ser padre o madre, enfréntela con todo lo que implica. Recuerde que la presencia física por sí sola no es ningún mérito, la manutención tampoco: estamos hablando de un ser humano, no de un carro que llevamos a Riteve. Si es incapaz de ofrecer su afecto y compañía real a quien trajo al mundo, sépase tan ausente como el más ordinario de los carebarros autoexiliados.

Recuerdo una campaña de Profamilia en los años 80 que decía: “Tenga los niños que pueda hacer felices”. Hoy, cuando el tema de la natalidad empieza a preocupar, es probable que no se retomaría tal eslogan. Pero yo no lo olvido. Esa felicidad del infante, créame, empieza por la atención; lo demás es complementario.