Tinta fresca: Píldoras del día después

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El día después uno probablemente amanece de goma.

El día después uno siente cuánto realmente dolió el golpe.

El día después nos sale el morete.

El día después es cuando reclaman los músculos.

El día después toca lavar los platos.

El día después se quitan las vendas.

El día después uno desempaca.

Es el día del jet lag.

El día después se comienza a entender la trascendencia de un logro.

El día después se le busca lugar al trofeo.

El día después es cuando pasamos de celebrar a asumir.

Es cuando procedemos.

El día después uno estrena.

El día después uno descubre con quién amaneció, y cuánta gente se dio cuenta.

El día después uno se entera que existen fotos, y ya están en línea.

Es el día de la vergüenza.

El día después se entierra al muerto.

El día después es cuando se siente una ausencia.

El día después uno desmenuza las palabras. Se devuelve sobre lo dicho.

Es el día de la reafirmación. O el arrepentimiento.

El día después uno ve las repeticiones.

El día después renuncia el director técnico.

El día después es cuando ya no hay quite, y no hay excusa.

El día después empezamos a pensar en el día después.

El día después casi siempre es domingo.

En el día se vive. Pero el día después se piensa, se siente, y se entiende.

En el día uno se entera del qué, y el día después entiende el cómo y el por qué.

El día después es cuando realmente empieza a correr el tiempo, fuente por excelencia de perspectiva y serenidad sobre lo vivido.

El día después es cuando el presente se transforma en futuro, y el hecho se convierte en sus consecuencias.

Es la distancia mínima que tendremos sobre lo inmediato.

Lo más cerca que vamos a estar de un momento que a partir de entonces solo va a alejarse.