Tinta Fresca: ‘Letras desde el soraki’

En mi cabeza respondo preguntas imaginarias sobre las razones por las que escribo sobre mi vida. La respuesta no existe ni es necesaria y francamente es un verdadero alivio

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Posiblemente sea cierto que la escritura nace desde la soledad del escritor. Me cuesta etiquetarme con tal oficio, pero cuando destino unos minutos para escribir estas columnas me enfrento al problema común: ¿qué tengo por decir?

Cuando estaba en la escuela de periodismo, me fascinaba leer a una colega que escribía en Tinta Fresca. Al conocerla en persona, supe que no era un libro abierto en su día a día; los subibajas emocionales se los dejaba para las tintas frescas que iban con su firma.

En un día cualquiera, dediqué una tarde para leer todas sus tintas frescas y... Guau. Era cosa seria. Esta muchacha había encontrado un confesionario perfecto en un sitio donde la intimidad era nula, pues sus letras (y su vida) estaban a la vista de todos.

“Jamás podría escribir algo así”, le dije a un amigo periodista en su carro hace un par de años, un día que fantaseábamos con escribir alguna tinta fresca en el futuro. “Yo tal vez podría contar algo personal”, me dijo él, encogido de hombros. “Yo nunca”, le respondí.

Han pasado unas cinco publicaciones en esta sección firmadas por mí y de lo único que he escrito en estas líneas es sobre mi vida.

Nunca supe por qué estudié periodismo, pero sí he encontrado, en los últimos meses la confirmación de mi felicidad al conocer historias ajenas. Escribo todos los días sobre la acera del frente y me agrada.

Apenas llevo un par de años ejerciendo periodismo y el temor de no hacer justicia al entrevistado siempre me persigue. Omitir involuntariamente alguna información, o sesgar algún contenido sin intención, me aterra.

Posiblemente, esos ojos ajenos me conducen a la primera persona en las tintas frescas. Si veo al frente para escribir, lo hago únicamente buscando el espejo.

En mi cabeza respondo preguntas imaginarias sobre las razones por las que escribo sobre mi vida. La respuesta no existe ni es necesaria y francamente es un verdadero alivio.

El periodismo me guía a escuchar, escribir y describir, en muchos casos, a gente que apenas conozco. Considero un par de entrevistas para escribir sobre alguien más, a sabiendas que aquellas palabras apenas son un miserable extracto de una vida no vivida por mí.

Esta frustración, de pedir perdón anticipado a un entrevistado, es uno de los temas que tengo apuntados en la libreta de notas de mi celular. Ahí aparece un documento titulado Temas para Tinta Fresca y, a la fecha, nunca he respetado este listado.

Los temas allí escritos siempre tratan sobre otra persona, sobre cualquiera que no sea yo. Hay algunos aún menos interesantes como una oda a los centros comerciales de mi pubertad, como el Mall San Pedro, el Novacentro, el Centro Comercial de Guadalupe... Naturalmente, no sabría cómo escribir sobre tal cosa más allá de un párrafo.

Al calor de la pantalla en blanco, suelo volver a mí para las tintas frescas, posiblemente sin ninguna convicción más que una terapia solapada.

En este blog de notas del celular, debajo de todos los temas, tengo anotada la frase “Letras desde el soraki”.

Posiblemente escribí esta inexistente palabra en alguna noche de insomnio, o en un día frenético donde se ausentaron las horas lúcidas. Suele suceder más de lo que parece.

Tras varios días preguntándome qué diablos es el soraki, he decidido que es justo esto: el camino sin comienzo y sin salida que ha significado mi escritura.

No el ejercicio periodístico, sino las reflexiones que nadie me pide y que aún así llegan a muchas personas; esas que me han llenado la bandeja de correos de agradecimiento cada lunes después de la publicación de este segmento.

Me gusta el soraki. Es cansino, es enredado, es oscuro y siempre devela algo malo de mí, pero reconstruye lo que no está a simple vista. Posiblemente, si alcanzara a ver el paisaje del soraki, me encontraría hundido en un pozo con olor a soldadura.