Tinta fresca: La vida es oler

Si recordar es vivir de nuevo, el olfato es el sentido de nuestro renacimiento constante.

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Un gato duerme sobre Las mil y una noches , cuatro libros encima de Milán Kundera.

El polvo, una capa fínísima hecha como de tiempo detenido, acecha en los estantes. Muevo un ejemplar y el polvo alza vuelo y ataca. Es invisible, pero muerde la nariz y aparece en las yemas de los dedos.

Pequeñas molestias aparte, las ventas de libros usados tienen amplias ventajas sobre las de libros nuevos: dueños o empleados que leen las obras que ofrecen y hablan de sus favoritas como hablan de personas amadas, ediciones viejas (y bellísimas) que cuesta un mundo encontrar en otras partes y su seña más característica: el olor, síntesis de tanto.

El gato se sacude los bigotes con una de sus patas. Lo veo un momento y sigo buscando; es decir, revolviendo el polvo, moviendo el tiempo estancado.

Oigo la voz de una persona que no veo. Habla conmigo y dice: “Todo el lugar huele a su colonia”. Es la esposa del dueño. Yo no la percibo y casi me disculpo por haber alterado con ella el aroma único del local.

Me llevo Coto , de Marín Cañas, y voy hacia la calle.

Dicen los meteorólogos que una onda tropical avanza sobre el mar Caribe. Octubre corre por los caños y trata de entrar en las alcantarillas taponadas. Viene a mi mente la palabra “petricor”, fea y aún sin diccionario, usada para nombrar el olor de la lluvia en la tierra seca.

El aguacero me retiene en la librería. Estornudo y recuerdo el polvo de los estantes. Estornudo otra vez y me veo los dedos ennegrecidos.

Me gustaría lavarme las manos con el chorro de alguna canoa, como cuando era niño, pero no hay ninguna cerca.

El olfato me toma con frecuencia de la mano y me lleva al terreno vivo de los recuerdos. Aparecen entonces mi primer, y ahora lejano, viaje al mar, oloroso aún al aceite Mennen con el que mis hermanos decían protegerme del sol; los días iniciales en la escuela de San Felipe guardan el olor de los lápices Mongol y las espirales Gala sin prender.

Las mandarinas recién peladas evocan un diciembre distante, asociado con las cogidas de café en tiempo de vacaciones. Algunos viajes al colegio seguirán para siempre perfumados por las flores del café abiertas en mayo en la frescura del monte.

La presencia buena de mi abuela es igual a la fragancia del pan tostado en la cocina de leña, el arroz amarillo con manteca de chancho y de un baúl de cedro y naftalina.

Guatemala tiene el olor suave del cardamomo en el aire y La Habana el del tabaco y el del combustible que descargan en el puerto.

El optimismo hacia el futuro, afirman los psicólogos, pasa también por el cariño con el que recordamos y hablamos de experiencias del ayer.

La nostalgia, tan removida a veces por el olfato, es útil para vivir. Nos dice que estamos vinculados a gentes y a lugares. Nos habla del sitio que ocupamos hoy.

La vida, pienso, es una larguísima serie de aspiraciones profundas que alimentan la memoria y la existencia.