Tinta Fresca: Gracias, Spiderman

Mi ‘bully’ en la escuela se llamaba Richard. Todos los días me molestaba —entre otras cosas— por ser gordo, usar lentes y sacar buenas notas. Nunca tuve el valor de enfrentarlo, sin embargo, me reconfortaba ver que Spiderman también tenía sus temores...

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Minutos antes de empezar a ver en el cine Eternals —una de las últimas películas de Marvel— lo dijo como si fuera algo menor: “Me cae mal Spiderman”.

Yo sin entender y asumiendo las razones de tal nivel de radicalismo le pregunté: “¿El de Tobey Maguire?”, pero ella respondió muy segura “No, Spiderman en general, el personaje”. Quedé congelado.

Claramente no lo pude dejar ahí. Traté de explicarle, rápidamente, pero con lujo de detalles, por qué era tan importante Spiderman para nuestra generación, mientras recorría caminos propios de los extremistas de los cómics y películas de Peter Parker, cosa que vale aclarar que no soy.

Después del cine, les tuve que preguntar por WhatsApp a varios amigos —entre broma y en serio— qué significaba Spiderman en sus vidas. Sí, así de mesiánica, inesperada y sin sentido fue la consulta.

Creo que, a esas alturas del asunto, ni buscaba que alguien contestara, sino que trataba simplemente de comprender por qué aquel personaje era tan importante para mí y por qué me afectaba —más de la cuenta— que mi pareja no lo apreciara.

Parte de la respuesta me la dio mi amigo Jose, con palabras tan acertadas que hasta las calificaría como sabias. “Es muy real cuando es Peter (no Spiderman) y eso lo hace muy cool. Cuando vi Spider-Man: Into the Spider-Verse, lamentablemente, en lugar de identificarme con Miles Morales, me identifiqué muchísimo con el Peter Parker viejo, el panzón, y creo que es un guiño super bello a quienes veíamos Spiderman de chamacos y queríamos poder hacerle frente a los bullies, como hacía Peter adolescente, pero ahora somos grandes, tenemos otros conflictos, pero también los tiene Peter”.

Mi bully en mis primeros años de escuela —en los que veía religiosamente la serie animada de Spiderman— se llamaba Richard. Todos los días me molestaba —entre otras cosas— por ser gordo, usar lentes, sacar buenas notas y “hablar como mujer”.

Recuerdo que nunca tuve el valor de enfrentarlo, le tenía demasiado miedo y Richard era experto en atacar mis inseguridades. Sin embargo, de alguna forma me reconfortaba ver que Spiderman también tenía sus temores, al final de cuentas no podía ser tan malo ser inseguro si mi héroe lo era.

Recuerdo también que muchas veces, por culpa de las burlas de Richard, me escondía en el patio de la casa de mi abuela (la veía como mi propia tía May) para llorar. Mi mente de niño no podía procesarlo como lo hago hoy, pero sabía muy dentro de mí que no estaba mal sentarme ahí a botar lágrimas.

Al final de cuentas había visto varias veces a Spiderman hacerlo cuando estaba triste o frustrado, incluso creo que al día de hoy debe ser el súperhéroe que más he visto llorar en una pantalla.

Con el paso de los años, le perdí el rastro a Richard. Nunca me pidió perdón, nunca lo perdoné. Algunas de las inseguridades por las que me molestaba en la escuela se fueron, otras se quedaron y aparecieron muchas nuevas en el camino.

Hoy tengo días en que siento que soy como Spiderman: me pongo la máscara, tomo valor y logro cosas que nunca pensé posibles; otros en que soy como Peter Parker: vagando lleno de miedos por la vida, sin tener idea de qué estoy haciendo. En el fondo sé que ambas versiones están bien.

Desde muy pequeño tuve claro que nunca podría ser como Batman o Iron Man, mucho menos Superman ¿Cómo hacerlo si ni siquiera podía enfrentar a Richard? ¿Cómo si era el chiquillo que se escondía a llorar donde la abuela? Sin embargo, siempre tuve cierta esperanza de que algún día, aunque fuera lejano, podría llegar a ser Spiderman.

Después de todo Richard ya me recordaba, todos los días, que yo era un legítimo Peter Parker.

Gracias por tanto, amigo arácnido.