Tinta Fresca: En busca del paraíso

En medio del trajín cotidiano y la cantidad de tareas que debemos - o nos imponemos- realizar, algo se va perdiendo. Y a veces es la felicidad.

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Dijo una vez John Lennon que “la vida es aquello que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Y nos pasa a menudo. En medio del trajín cotidiano y la cantidad de tareas que debemos –nos imponemos– realizar, algo se va perdiendo. Y a veces es la felicidad.

Recuerdo como si fuera ayer cuando pasaba mis vacaciones escolares en casa de mi abuela Rosa leyendo cuanto libro caía en mis manos; como esos de Julio Verne, que me llevaban a aventuras fantásticas; Cuentos para Niños, de León Tolstoi, que me mostraban vidas distintas en tierras lejanas; o los Cuentos de mi Tía Panchita, de Carmen Lyra, más cercanos a nuestro imaginario popular. Pero lo que más recuerdo es que era inmensamente feliz con esa pila de libros y las cajetas recién hechas y servidas en corteza de coco, que me preparaba mi abuela.

No necesitaba nada más porque para mí eso era el paraíso.

Una enfermera dedicada a cuidar pacientes en fase terminal reveló una vez cuáles eran los deseos más comunes de los enfermos antes de morir y, dicho sea de paso, ninguno tenía que ver con cosas materiales. Ellos hubieran deseado vivir una vida más consecuente consigo mismos y no con lo que otros esperaban; no haber trabajado tan duro y haber disfrutado más momentos con sus seres queridos y las cosas simples de la vida; haber tenido el coraje necesario para expresar los sentimientos; haber hecho más contacto con los amigos; y haber cultivado más la felicidad en ellos mismos con una vida más plena.

Algunas personas pareciera que lo logran en vida, como los habitantes de las famosas “blue zones” o zonas azules del planeta, donde la gente no solo vive más sino mejor: Okinawa, en Japón; Loma Linda, en California, Estados Unidos; Cerdeña, en Italia; Icaria, en Grecia; y, dichosamente, Nicoya, en Costa Rica.

Los habitantes de estos sitios tienen una dieta saludable y realizan ejercicio físico constante en sus tareas cotidianas, pero hay otras cosas no menos importantes: promueven la integración familiar y con amigos, la espiritualidad o fe y cuentan con un propósito de vida, que los empuja a vivir con pasión y en conformidad con lo que son y tienen, dándose también a los demás. Esto los lleva a ser felices, eleva los niveles de endorfinas y fortalece, de paso, el sistema inmunológico.

Hacer lo que apasiona y genera felicidad debería ser prioridad en la vida y tampoco es lo mismo para todos; pero muchas veces implica salirse de la zona de confort o luchar contra circunstancias adversas, abrirse y atreverse a nuevas experiencias y renunciar a lo material, a lo negativo, a lo que no suma, con todo lo que eso puede implicar. Pero siempre valdrá la pena.

Hace algunos años viajé al archipiélago de Bocas del Toro, en Panamá, para hacer un reportaje. Hacía dos días que estaba allí y la isla Colón resulta tan pequeña que no es difícil encontrarse con las mismas caras en todas partes. Había conversado en algún momento con un veterinario neoyorquino en sus tardíos treinta, a quien le tomó años lograr sacar unos días de vacaciones para visitar ese paraíso caribeño de aguas claras, estrellas de mar y naturaleza.

Andaba feliz en sus bermudas y camisa floja de palmeras y daba la impresión de que era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Trabajaba sin descanso haciendo mucho dinero, pero sin tiempo para nada. Ahora quería desquitarse aprovechando cada instante.

Me lo encontré de nuevo en el embarcadero, donde yo pretendía tomar una barca de remos para ir a otra isla y me propuso hacerlo juntos. Se acercó a uno de los boteros y le preguntó cuánto costaba el viaje. Este le contestó que un dólar.

“Un dólar, ¿cómo?, ¿tan barato?, debería cobrar más”, le dijo, impresionado, al botero.

Este, un panameño joven de piel morena curtida por el sol, lo miró sin darle importancia.

– “Pero usted no piensa en su futuro, cuando se pensione, para vivir mejor”, lo increpó.

Y de nuevo el muchacho, sin inmutarse en lo más mínimo, le contestó con toda naturalidad:

–"¿Para qué? Si yo ya vivo en el paraíso…”–