Tinta fresca: "¿El fin justifica los miedos?", por Cristian Cambronero

No gana el que mejor convence y cautiva. Gana el que más asusta.

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“Dime a qué le temes y te diré por quién votarás”, escribió uno de estos días el analista Gustavo Araya. El muy estimado se adelantó a la respuesta y planteó varias opciones: a) Corrupción b) Privatización c) Ideología d) Inexperiencia. Pero fue con la pregunta inicial que Araya dio en el blanco: si hay un protagonista en las elecciones de este próximo 2 de febrero, es el miedo.

Es tan obvio que es el argumento más esgrimido por unos y por otros, que se acusan víctimas o denuncian victimarios. “Campaña del miedo”, dicen, cuando lo cierto es que estamos frente a una “elección del miedo”, que no es nada menos que la encrucijada de escoger entre el menor de los temores distintos.

Tan tétrico panorama no es nuevo. El miedo ha sido decisivo al menos en los últimos tres procesos electorales en Costa Rica, incluyendo el referendo de 2007. Una trampa nefasta en la que los ciudadanos ya no elegimos líderes con base en la confianza, o al menos en la esperanza, sino en el miedo a sus adversarios y las amenazas que –nos dicen– representan.

No gana, entonces, el que mejor convence y cautiva. Paradójicamente gana el que más asusta.

Esa es, si me permiten la hipérbole alarmista, la definición de terrorismo: la coacción de la sociedad mediante el terror. El miedo como arma de desinformación masiva: “Asusta, asusta, que algo queda”, deben sostener los actuales tramadores de tan infames estrategias.

Hay dos respuestas frente al miedo, incluso si se aborda desde la fisiología y la bioquímica: la acción y la paralización. El miedo es por igual capaz de movilizarnos, o de congelarnos, pero nadie duda de que es un pésimo consejero: altera nuestra percepción y capacidad de discernimiento, nos predispone, nos vuelve impulsivos, y nos dificulta ponderar la escala real de una amenaza. Nadie decide con lucidez cuando lo hace motivado por el miedo. Rusell escribió que conquistar el miedo es el principio “del camino a la sabiduría”.

Pero este 2014 decidimos los menores de 35 años. El miedo se enfrenta en las urnas a la generación de la irreverencia, que no es otra cosa que la renuncia decidida a disfrazar de “respeto” los paradigmas que históricamente se han sostenido por miedo. No la tiene fácil.

Tampoco hay que confundirse: no hace falta tomar partido para rechazar el miedo como herramienta de propaganda, de sumisión y de confusión. No hay miedo de derecha y miedo de izquierda. Solo está el miedo; y apesta. Porque lo único más peligroso que una persona con miedo, es que una persona con miedo vaya decidir su futuro y el mío.

“En la vida no hay que temer, hay que comprender”, decía la doble Premio Nobel, Marie Curie. “Es tiempo de saber y entender más, para temer menos”.