Ser policía en tiempos de huelga

En un país sin ejército, la Fuerza Pública se percibe con carácter mutable; pueden ser héroes o villanos. En casos de crisis, como la huelga nacional, son vistos como una masa homogénea que solo acata órdenes, cuando son más que un pelotón de uniformes azules

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Nota: los apellidos de los oficiales Marín y Salguero no son los reales.

El oficial Salguero aprecia, sin el mínimo vértigo, la zona boscosa que abraza al Parque Metropolitano La Sabana.

Hoy, treinta días después del comienzo de la huelga en oposición al proyecto de reforma fiscal, el policía se muestra más tranquilo que nunca: la mancha de manifestantes se ha diluido con el paso de las semanas y, a su propio parecer, el control policiaco cada vez resulta más pacífico.

“Ya se ve menos gente, se ve más tranquilo. Es un alivio para uno porque a veces se siente una ansiedad muy diferente con estas personas. Uno no quiere caerles mal, ¿me entiende? Uno nada más viene aquí a hacer su trabajo e incluso a cuidarlos”, dice Salguero mientras se rasca la cabeza, como si su comezón le diera respuestas sobre su propio enigma.

En el costado de la estatua de León Cortés se encuentra la concentración medular de la manifestación de hoy.

Unas cuantas decenas de personas son vistas desde arriba como una diáspora de sombrillas rojas y blancas (algunas traen el sello de la Asociación Nacional de Educadores y sus colores).

Al filo del pavimento, un camión cargado de altoparlantes transmite, con poca nitidez en el audio, la Patriótica Costarricense.

El sonido del cántico resulta aún menos entendible cuando algunos huelguistas utilizan vuvuzelas para hacer sentir su presencia con mayor auge.

“Y bueno, también uno llega a la casa y ya tiene atravesado el sonido de esas carajadas cuando uno se acuesta”, dice Salguero al señalar las vuvuzelas y deja soltar una risilla inocente.

Justamente, hasta pocas horas antes de acostarse, el oficial Salguero sabe lo que deberá hacer el día siguiente.

En este momento, por ejemplo, a las 10 a. m. del martes 9 de octubre, desconoce dónde estará mañana para su cobertura policial.

Ese incierto destino ha sido la constante el último mes de su vida pues su rutina depende del punto en el mapa que señalen los manifestantes cada día.

Esa incertidumbre no es la que provoca en Salguero un anhelo por regresar a su patrullaje habitual en los barrios del sur. Al estar en un operativo causado por la huelga, sabe que existe al menos una ínfima posibilidad de enfrentar a su propio pueblo, “a gente buena que tiene el derecho a manifestarse”, pero abandonar el oficio en un momento así es una fantasía profana.

No habría que pensar mucho para saber que la justicia es un bien público. Cada hombre y mujer investida de azul es el vecino de alguien, es el familiar de algún posible detenido.

La huelga, a su vez, es un recordatorio de que el policía vive en una isla donde el mal y el bien existen en su pura esencia. No hay puntos medios. No hay purgatorio. La ley es un dios al que se obedece sin cuestionamientos.

A su vez, los oficiales son la representación de todo un país –que por cierto no tiene ejército– y que a veces se percibe como un símbolo de opresión para muchos.

La Fuerza Pública es, en algunos momentos, vista como una masa unimente. Son visualizados como figuritas de gorra azul encima de un tablero imaginario en el que solo se acatan órdenes. Si son entrevistados, suelen aparecer en la televisión con el rostro frío, y nunca se se refieren a su sentir, sino a sus acciones.

Pero si solo una de estas figuritas de gorra azul se cae, si tan solo un oficial se resbala en el caudal de emociones provocado por una manifestación como la que comenzó a sacudir al país en setiembre, toda la masa policiaca se desarma. Se quema y ebulle en un río de polémicas que puede ser infierno si un celular graba un video en el lugar oportuno al momento oportuno.

En medio de sus cavilaciones al respecto, el oficial Salguero mira con los párpados relajados a la muchedumbre en La Sabana. En este instante, pero en la zona norte del país, otros policías son tratados como héroes por su labor rescatista ante la desastrosa ola de inundaciones que afecta a Guanacaste.

Salguero vive lo opuesto: algunos huelguistas lo miran con recelo, según él mismo lo percibe. El oficial ni se inmuta.

“Es que así es nuestro trabajo”, dice súbitamente. “Así es”.

La escala angelical de la Fuerza Pública es muy reducida. La paradoja viene en la esencia de su oficio.

Elixir de las calles

Desde el 10 de setiembre, día que comenzó la huelga que ha tocado con sus dedos a cada una de las provincias, la Fuerza Pública ha recibido una retahíla de eventos con distintas tonalidades.

Los policías intervinieron en un forcejeo que debilitó las vallas que rodeaban la Asamblea Legislativa, protegieron al Presidente Carlos Alvarado tras un altercado en la Plaza de la Cultura, recibieron lanzamiento de huevos, usaron gases lacrimógenos en Puntarenas, desbloquearon caminos en Barranca y San Carlos, detectaron bombas molotov en Limón, destaparon una polémica al ingresar al campus de la Universidad de Costa Rica y, sobre todo, no han cerrado párpados desde que la declaratoria de huelga hizo ecos en todo el país.

En los dos casos más críticos –el incidente en la Asamblea Legislativa y la agresión contra el Presidente– el policía que estuvo detrás de los operativos es quien aparece montado en una clásica picap blanquiazul con el sello en gigante de FUERZA PÚBLICA.

Como si se tratara de una entrada espectacular, el oficial desciende de la alta picap policiaca y se acomoda su gorra azul. Su nombre es Randall Picado Jiménez, tiene 49 años, una voz gruesa, la tez quemada por veintiocho años de servicios en las calles y un lunar que se esconde a un lado de su nariz.

El comisionado Picado es el encargado de las operaciones que suceden en todo San José. La ronda de policías caminantes en la calle principal, los policletos ubicados dentro de la zona boscosa del Parque, los motorizados que se mantienen junto a los oficiales de tránsito y la patrulla y ambulancia que reposan a un lado del parque no estarían ahí si no fuera por su orden.

Suena como un megaoperativo, pero las decenas de manifestantes ni se inmutan. El sol golpea con fuerza la piel sin diferenciar si se trata de un oficial o un huelguista, así que la mayor preocupación de los presentes es protegerse de la radiación solar antes que pensar en algún problema con la Fuerza Pública.

Aunque en el altoparlante no se haya dicho que la masa caminará hacia las afueras de Teletica, el comisionado Picado ya se prepara para la movilización. En el grupo de whatsapp que tiene en su celular, llamado HuelgaRegión1, todos saben la ruta que continuará la marcha.

Picado se entusiasma al hablar de las operaciones estratégicas, de cómo su experticia le permite predecir los movimientos de los huelguistas y lo que le ofrece la adrenalina de la acción en campo, pero confiesa que esta experiencia en particular le resulta amarga.

“Todos sabemos en los que nos metimos cuando nos hicimos policías”, sentencia con seriedad Picado, “pero nosotros fuimos preparados para enfrentar delincuencia. No nos gusta enfrentar al pueblo. Enfrentar al pueblo y tener una estrategia operacional para manifestaciones es desviar el recurso que se tiene para atacar la criminalidad. Nosotros tenemos un mandato constitucional de velar por el orden público y por eso estamos aquí, pero también nuestra profesión es velar por la seguridad ciudadana así que hay que cuidarlos, estemos de acuerdo o no con la huelga, porque algún intolerante puede tirarles un carro y agredirlos. Eso nunca va a estar bien”.

Picado sabe que, aún así, la Fuerza Pública resultar ser una figura antagónica para los manifestantes, percepción que no le preocupa.

No hay que caminar un largo rato por la concentración huelguista en La Sabana para escuchar comentarios de desaprobación sobre los controles. “Unidos hacemos la fuerza. Esto depende de nosotros, no de las cabezas del país, no de los pacos, no de los ricos. No nos pueden decir nada. Recuerden eso”, le dice un hombre de camisa sin mangas a un grupo de personas que se protegía con sombrillas debajo de la estatua de León Cortés. “Si llevamos semanas aquí no podemos ceder, no podemos parar aunque nos tiren gases”, les dice.

Aunque en San José la Fuerza Pública no tiene permiso de usar gases lacrimógenos, Picado comprende la actitud defensiva de algunos manifestantes. Incluso, al comisionado no se le dificulta empatizar con los huelguistas, en particular porque su hermano es uno de ellos.

“Mi hermano trabaja en el Hospital México y es sindicalista. Los días de gran concentración en la Asamblea, él llegaba a la línea de vallas a preguntarle a los policías por su hermano. Yo me acercaba y solo le daba el consejo de que si ve pleito se aleje, pero yo sé que es cabezón y en la de menos se mete si ve algo”, confiesa Picado con la mirada hecha risas.

“Además, yo estudié en la Universidad de Costa Rica y me topo a compañeros que son profesionales. La gente lo saluda a uno. Yo soy profesor también, pero nunca ejercí. Es curioso ver a antiguos compañeros en una situación así, porque ellos entienden el trabajo de uno. Al final, uno también es del pueblo”.

A pesar de que su lenguaje corporal delata que Picado ama su trabajo, el oficio de policía llegó a sus días como resultado de una ruleta. A sus veinte años, el comisionado trabajaba en las bodegas de ropa del Hospital México, estampando sellos de CAJA COSTARRICENSE DEL SEGURO SOCIAL en los uniformes hospitalarios.

Allí entró a laborar recién salido del Liceo de San José y quiso estudiar enseñanza, pero su trabajo en el hospital no le bastaba para compensar los gastos de la universidad. La oportunidad de ser policía apareció y le gustó lo suficiente como para terminar su carrera en enseñanza y aún así pasar sus días vestido de azul.

“Después estudié administración, saqué fuera del país un posgrado en administración policial, ahora estudio derecho, pero aún así me quedaré siendo policía. Así sucede con muchos otros oficiales, que son estudiantes universitarios. Muchos creen que esa experiencia puede generarnos preferencia con algún movimiento, pero no podemos ser beligerantes. No podemos volcarnos a alguno de los lados. La policía no puede sumarse a una huelga. Es prohibido. Podría terminar todo en un golpe de Estado. Cada uno quiere prepararse, quiere realizarse y este oficio lo permite”, asegura el comisionado.

Ni héroe ni villano; solo policía

De trescientos a quinientos policías se han desplegado en la zona josefina durante el último mes a causa de los distintos operativos. Incluso, escuadrones de otras zonas del país se han alternado coberturas para reforzar las regiones.

Al recordar lo sucedido en estas últimas semanas, Picado considera que esta ha sido una de las manifestaciones más aplastantes de la última década. Como si fuera poco, sus dos hijos pequeños se lo recuerdan cada vez que llega a su casa por las noches.

“Mis dos niños están en la escuela con adecuación curricular. Un mes sin escuela los afecta terriblemente, tanto en la parte académica como en la parte social. Sé que cada uno de los oficiales también tiene su historia. Cada policía acá también tiene su casa, tiene su familia. No son solo uniformes”, reflexiona el comisionado.

Para esta huelga, Picado confirma que el trato con los oficiales ha sido especial. “Se ha respetado el horario laboral de cada uno, que es de un aproximado de doce horas por el día”, refiere el oficial. “La ley permite que se deje concentrado personal en caso de emergencia nacional. Para esta huelga, no lo hemos hecho. El oficial hace su horario y se va a la casa. La única excepción fue en una sesión del plenario que hubo que dejarlos hasta el final, pero yo mismo me encargo de que se les paguen las horas extra”.

Aún así, han existido quejas sobre el manejo de los cuerpos policiales en todo el país. El caso más sonado sucedió el 15 de setiembre, cuando un policía sufrió un golpe de calor y se desmayó.

El uniforme oscuro, más el peso del chaleco antibalas durante caminatas de cuarenta minutos, provocaron que los policías se descompensaran.

El reclamo por sus condiciones se hizo saber por medio del seccional de Fuerza Pública de la Asociación Nacional de Empleados Públicos (ente que también se había pronunciado antes por la postura asumida por el Gobierno tras la intervención de Fuerza Pública en la Universidad de Costa Rica).

El ministro de Seguridad, Michael Soto, reconoció en una conferencia de prensa que hubo problemas de logística en el operativo puntarenense.

“Nosotros procuramos cuidar la integridad. Repasamos problemas de salud, de azúcar de los oficiales, atendemos a las mujeres policías que están embarazadas y velamos porque tengan una buena alimentación”, dice el comisionado Picado. “Lo de Puntarenas se salió de control y por suerte no volvió a suceder”.

Para esta huelga, ocurrió una particularidad con la alimentación. La Fuerza Pública seleccionó a los seis mejores cocineros de cada departamento policial para abastecer de comida a los oficiales en acción.

“Y también hay que dignificar al policía. Aquí en San José no pretendemos ver policías comiendo de pie ni en las aceras ni en lugares insalubres. En la Asamblea Legislativa coordinamos para poner toldos y sillas, igual en el Museo Nacional y en el Tribunal Supremo de Elecciones”, asegura.

El oficial Marín, otro de los policías que se encuentra en el operativo que comenzó en La Sabana, no oculta su hambre. “Ya ahorita van a ser las doce y ya comienza el filo, pero es que yo siempre tengo hambre”, bromea. “No, no. La verdad es que sí he comido bien. Yo al menos no he tenido problemas. Obvio para cada uno es diferente por las condiciones personales, pero eso es otra cosa”, dice.

El viernes 5 de octubre, los policías de la zona josefina experimentaron algo inusual: el comisionado Picado reforzó el operativo y el escuadrón que venía de una región externa trajo comida para los policías.

“Nos sobraron cien comidas, pero esto no se desperdicia. Nos fuimos a (el Parque) La Merced y le dimos alimento a migrantes nicaragüenses. Después, fuimos a las zonas rojas del norte y del sur (de San José) y le dimos comida a los indigentes. Nada se desperdicia”, menciona Picado.

“Sí, yo supe de eso”, afirma el oficial Marín. “Es parte de, que uno se debe entregar a la gente. Uno sabe que esto es una cuestión crítica. Yo solo espero que la huelga acabe pronto y volver a la normalidad”, confirma Marín.

“Esas son cosas que también lo hacen sentirse a uno orgulloso de esta profesión de servicio”, reafirma el comisionado Picado. “Cuando escucho a mis dos hijos pequeños decir que quieren ser policías como papá, me siento feliz. Cuando detengo a una persona que infringió la ley, siento que hago un gran servicio por el país. De nuevo digo que estos casos de huelga no me gustan porque uno choca con la gente. Un policía es un agente de paz. No puede perder la humanidad. No estamos para hacer problemas, sino para solucionar”.

Tras revisar la patrulla, el comisionado Picado echa un último ojo a la concentración de La Sabana.

Mientras tanto, Albino Vargas y Gilberto Cascante – líderes de la manifestación– aparecen para estrechar manos con algunos huelguistas.

Como si lo estuvieran esperando, los altoparlantes del camión que minutos antes reproducía la Patriótica Costarricense vuelven a sonar y avisan sobre el próximo desplazamiento.

“Vámonos compañeros. Que nadie se quede atrás. Nos movilizaremos en la calle principal. Le pedimos a los tráficos que nos ayuden con el paso”, dice la voz.

Los oficiales de tránsito se alertan y cierran la vía para que la marcha continúe. Estén de acuerdo o no, al igual que sucede con la Fuerza Pública, acompañarán a los manifestantes durante el paso extendido que los hará rodear La Sabana.

Tal cual lo advirtió el comisionado Picado en su grupo de whatsapp, los congregados se dirigen hacia las instalaciones de Teletica para continuar la manifestación.

Allá los espera una gruesa cantidad de policías para cuidarlos y vigilarlos.

Sin sorpresa, pero alertas, continuarán con su oficio: permanecerán hasta la tarde con el sol picoteando sus gorras y con la ley humana a sus espaldas.