¿Cómo es la vida de una persona negra en Costa Rica?: Cuatro testimonios

En el el Día del Negro y la Cultura Afrocostarricense, una activista, un vendedor de patí, un deportista y una madre de niños negros exponen la realidad que vive hoy su comunidad en el país, cuando aún persisten los insultos racistas en los estadios y discriminaciones por cabellos afro.

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Hace unos años, Karla Scott y su papá Carlos se acercaron en San José a una parada de taxis. Él abrió la puerta de uno para abordarlo y el conductor la cerró, tras advertirles que en su vehículo “no se montan negros”. Esa es apenas una prueba para ellos de que en Costa Rica existe el racismo, uno que en ocasiones se muestra con evidencias más pequeñas pero siempre repugnantes e hirientes.

Decir “estoy trabajando como negro” o “ya que la hicimos negra, hagámosla trompuda” son dos expresiones recurrentes en la jerga costarricense y que pueden decirse “hasta por costumbre”, sin tener noción de que ello implica microracismos, según explicó Karla Scott Bolivar, mujer negra y promotora de la cultura afrocostarricense.

El 31 de agosto se celebró el Día del Negro y la Cultura Afrocostarricense, conmemoración que se realiza en el país desde los 80 (fue instaurada por ley en 2011) y que proviene de la Primera Convención Internacional sobre la Situación de los Negros, que se realizó en Nueva York, en la que participaron cerca de 25.000 personas y que en 1920 dejó la Declaración sobre los Derechos de los Negros.

“Es cierto que hay racismo en Costa Rica. Solo que es solapado. Dicen frases como ‘estoy trabajando como negro’, o ‘mirá qué negra más bonita’ y es porque tiene facciones blancas como su nariz más pequeña o sus labios menos gruesos. O bien, porque tiene la tonalidad su piel más clara. Además, hay un racismo más directo como cuando uno lo vive desde el estadio cuando le gritan al jugador negro, o te discriminan en la escuela por el color de piel o en la calle por el cabello”, explicó Scott.

Karla tiene 25 años y desde hace dos creó el proyecto Mi vida Afro, con la que busca educar para derribar estereotipos sobre la cultura afrodescendiente, e incluso, honrar el cabello afro, característica propia de la comunidad negra y de su rica cultura.

Su color de piel y su cabello rizado fueron dos atributos que en su etapa escolar le fueron señalados y la hicieron sentir diferente. Por ello, ante la insistencia de los demás en que algo “no se veía bien”, ella siempre luchó por mantener su cabello lacio.

“Para mí crecer en la escuela en San José, me hizo querer andar el pelo lacio. Eramos dos o tres niños negros y recibía muchas burlas por mi color de piel o mi cabello. Yo oculté mi cabello durante 15 años por vergüenza, pero a los 23 dije que quería empezar a usarlo. En internet vi el movimiento de cabello afro en mujeres afrolatinas empoderadas que pasaron por mi misma situación y quise hacerlo.

Como mujer negra un tema por el que nos discriminan es por el cabello. En la publicidad, películas y vídeos musicales, uno, como mujer, crece viendo que ‘el cabello bueno’ es el lacio. Ven el nuestro y dicen que parece alambrina o que es informal. Uno pequeño trata de usar extensiones o hacerse un alisado para ocultarlo o intentar ‘verse mejor’. Durante 15 años utilicé hasta pelucas para ocultar mi cabello. Ahora cuando me lo corto me empiezan a hacer comentarios: dicen que no me lo corte, que me veía mejor lacia”, agregó.

Para Karla hace falta que el país se eduque más sobre la población afrocostarricense. Que conozca más la importancia del cabello afro, característica física que dice “muchas empresas consideran informal".

Karla es hija de padre negro y de madre blanca, cuando era pequeña las personas le preguntaban a su mamá que si la niña era adoptada o si era ella quién la cuidaba. También, al heredar facciones o atributos físicos de su mamá, ha tenido que soportar las impertinencias de quienes le dicen “que no tiene cuerpo de mujer negra”.

“Lo dicen porque no tengo el cuerpo voluptuoso. Están cuestionando mi negritud, nadie debería de cuestionarlo.

"No tengo nariz tan grande, ni labios tan gruesos y dicen: ‘nunca había visto una mujer negra tan linda como usted’. Al principio me dolía mucho, porque definen cómo es una negra bonita. Es muy molesto. Eso se ha construido en la sociedad por influencia de películas o publicidades que enfoca la belleza en facciones más de estilo europeo.

“(Lo de ser bonita) También lo dicen por el color de piel, cada persona tiene sus tonalidades. Existe el termino de colorismo que hace referencia a que las pieles más claras están sujetas a menos estereotipos que las pieles más oscuras”, explicó Karla, quien es periodista y especialista en mercadeo digital.

Scott agregó otro estereotipo que como mujeres negras se experimenta: “Como mujeres negra vivimos muchos estereotipos. Entre ellos los sexuales. Como, por ejemplo, que todas somos mujeres ardientes o fogosas. Inclusive hay estereotipos sobre nuestra personalidad, refieren que somos celosas o con carácter fuerte, cuando en realidad cada mujer es distinta sin importar su color de piel”.

También considera pertinente que “no solamente se difundan las noticias negativas sobre la provincia de Limón, ya que ello desencadena estereotipos”. Asegura que ha sabido de personas que cruzan la calle creyendo que un hombre negro les va a asaltar.

“Tengo un primo que usa dreads en su cabello, a él la policía lo detiene frecuentemente porque piensan que anda marihuana. Aparte otros estereotipos generales tiene que ver con que nos gusta la misma música, que todos hablamos inglés, que todos nos comportamos de la misma manera. Al final todos somos seres humanos. Siento que falta educación. Estas son cosas de las que no se hablan y es importante visibilizarlas”, enfatizó Scott.

Así como Karla, Orlando Thompson y Jameson Scott también hablaron de lo que implica ser una persona negra en Costa Rica en el 2019: Thompson como creador y vendedor de gastronomía afrocaribeña, y Scott como jugador de fútbol, deporte en el que desde la afición siempre se evidencia el racismo. También, Mónica Espinoza, mujer blanca y quien adoptó a dos niños africanos, habla de su vivencia como familia interracial en una época que no está exenta de disgustos relacionados con las reacciones que la gente tiene cuando la ve con sus hijos.

Según el documento Afrodescendientes y Multiculturalismo basado en el censo del 2011 del Intituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), un 8% de la población de Costa Rica se autoidentifica como afrodescendiente.

Cultura con sabor

Orlando Thompson Cooper tiene 73 años y ha dedicado 40 de ellos a elaborar y a vender patí, una emblemática delicia de su cultura afrocostarricense. Su producto, promocionado como “el sabor de Thompson”, se vende en la mayoría de los estadios del país (es muy apetecido en el Ricardo Saprissa, por ejemplo).

Para Thompson es un privilegio adentrar a los costarricenses en la cultura afrodescendiente mediante las delicias gastronómicas, opción laboral con la que percibe más ganancias que con otros “buenos trabajos” que ha tenido.

“Nosotros (la población negra) llegamos a San José con la idea de aportar demasiado. Mediante nuestros platillos hemos dado a conocer de esta cultura que es bien apetecida”, cuenta.

En sus años, Thompson ha visto el paso de generaciones y dice que aunque ha habido cambios de mentalidad, aun existe el racismo.

“Yo en realidad lo he vivido poco, lo viví cuando jugaba básquet pero era muy poco. Existe la ignorancia. La verdad, sin la menor intención de rajar, yo he sido muy querido en los estadios. Pero en mi caso yo podría decir que el 100% de mis clientes son gente blanca. Soy bien reconocido. Incluso más que en mi propia provincia (Limón)”, contó Thompson.

Thompson es hijo de padre negro y mamá indígena, de la comunidad culí. Para él es un inmenso honor ser afrodescendiente.

“Es maravilloso. Amo mi raza. Mi pueblo. No tengo ninguna dificultad. Para mí es un súper orgullo. Hay quienes insultan, pero ha sido muy aislado y de largo que me lo han hecho. La gente me quiere mucho y sé convivir en esa situación. Es una lástima que existan personas que tienen esa pequeña ignorancia (el racismo). De mi parte vivo excelente”, contó el reconocido vendedor de patí.

Racismo en el estadio

Jameson Scott, actual defensa del Club Sport Cartaginés, juega fútbol desde que tiene cuatro años. Desde que recuerda, en casi todos los estadios le han hecho “el típico sonido de mono” como insulto. También ha recibido ofensas relacionadas con su color de piel y cabello afro.

Los estadios son lugares en los que el racismo hacia personas negras queda, constantemente, en evidencia. Quienes más lo exhiben son los aficionados.

Jameson Scott, quien ha lidiado con racismo en su área de trabajo, ha aprendido a “hacer oídos sordos” a los comentarios y ofensas con los que muchas veces tratan de afectarlo.

“Ahorita sigue existiendo el racismo. Por mi parte, que voy a diferentes estadios, sí hay insultos que aluden a mi color y mi cabello que se caracteriza por ser afro. En casi todos los estadios me hacen el típico sonido de mono. Eso es lo más popular, aunque no le doy importancia porque en parte lo hacen para ver si uno se molesta o desconcentra.

"La verdad siento que también es como uno lo tome. Hago oídos sordos. Trato de comportarme a la altura, para mí sería fácil responder igual, insultar. Pero a mí me criaron con valores. Siento que eso es ignorancia de las personas porque en este país hay todo tipo de culturas. Quienes insultan son personas ignorantes que no conocen la historia de su país, no saben que está enriquecido por identidad de culturas”, agregó Scott, de 30 años.

No ofenderse por los odiosos comentarios de los demás tiene que ver con la crianza que sus padres le dieron. Él es hijo de mamá blanca y papá negro. Jameson nació y creció en San José y recuerda que siendo un niño lo molestaban por su color. A finales de los 90, cuando estaba en la escuela, le correspondió leer el libro Cocorí, y sus compañeros le decían así.

“Yo chiquitillo me enojaba, pero mi mamá me ayudó a mantener el autoestima alto. Aprendí a no verlo como ofensa. Siempre traté de manejarlo de esa forma. Nunca quise llegar a golpes. Si algo me molestaba les decía a otros niños que no lo hicieran de esa forma. Siento que de niño eso me ayudó”, recuerda.

Durante la adolescencia y juventud, Jameson también lidió con el rechazó. Cuando salía con sus amigos a algún local comercial, los dueños o personas encargadas en puerta no lo dejaban ingresar por su cabello y aunque él ofrecía hacerse una cola, la negativa se mantenía. "Es doloroso recibir comentarios racistas de frente”.

“Las personas no saben como está uno ese día, no saben de qué forma puede reaccionar uno. Hay un estereotipo que dice que el negro es agresivo. La verdad todos somos diferentes. He tenido compañeros que se han ido a los golpes porque le dicen ‘negro tal’. Honestamente, para mí palabras mayores son que insulten a mi mamá, ahí yo reacciono. Pero porque me digan negro, no”, agregó.

Jameson es papá de Matthew (4), Liam (3) y Landon (2), niños a los que cría, junto con su esposa Laura Gutiérrez, enseñándoles que “todos somos iguales”.

De sus tres pequeños, Matthew es quien heredó su cabello. A veces nota como él se peina y usa gel para que se le vea como el de su hermano (que es lacio) y le explica que su cabello es como el de su papá. Desde ya lo empodera porque sabe que esa característica física en unos años puede llamar la atención de “buena o mala forma”.

“A mí me decían que tenía pelo de alambrina, pero también hay personas a las que les gusta mi pelo, piel y facciones”, contó.

Jameson agregó: “La educación viene de la casa. Hay que enseñar a los niños que no hay que burlarse; no es solo hablar de racismo, también existe el bullying y los ataques a quienes ven diferentes. Esta es una tarea que deberían de hacer los papás. Que sepan y cuenten a sus hijos la historia de Costa Rica. Así se vencen estereotipos”.

Familia interracial: unidos por el corazón

Maia y Luca no son “morenitos ni color chocolate”. Ellos son niños negros, asevera su mamá, Mónica Espinoza, de 34 años.

Ellos son niños africanos, provinentes de Guinea Bisau. Son gemelos, tienen cuatro años y siete meses y este 1° de setiembre cumplen un año de vivir en Costa Rica. Su mamá los adoptó luego de conocerlos en el 2017, tras hacer un voluntariado en un orfanato de aquella lejana nación al que fue a ayudar con el cuidado de muchos pequeños.

En este año en Costa Rica, los gemelos han aprendido a hablar perfectamente español, ahora incluso incursionan en el idioma inglés. Durante este tiempo han liadiado una sola vez con un episodio de racismo. Hace unas semanas, en el playground de un restaurante, otros niños que estaban allí se fueron corriendo diciendo que ellos “eran bichos”.

“Ese el único caso que yo digo que ellos pudieron sentirse feo. Maia imponente dijo lo que le estaban diciendo y yo le dije que no era así. Al rato todos estaban jugando”, recuerda Mónica, quien tras la adopción y su experiencia en África creó, junto a una pareja de amigos, una fundación en la que trabaja.

Aparte de ese episodio, hasta ahora fortutito, esta familia interracial (que está integrada por personas de diferentes etnias) convive diariamente con la indiscreción de quienes se asombran de ver a una mamá blanca con hijos negros.

“Lo más rudo ha sido educar a las personas de que ellos son negros. Creo que el racismo es ignorancia, miedo a no saber qué es. Con ellos también me pasa que la gente los sobreexpone, en un centro comercial o restaurante siempre tienen que ver con ellos, incluso hay quienes se acercan a pedirme que si pueden tomarles fotos y es algo que no permito, porque realmente las personas no van pidiéndole fotos a los chiquitos por la vida. Llama la atención que son muy negritos, su piel es africana, son gemelos niño y niña con mamá blanca”, dice.

Esta familia de tres convive, además, con las miradas torpes de quienes no disimulan al verlos; otras personas más osadas (e irrespetuosas) se acercan y preguntan a Mónica que si “los niños son suyos”, que si el papá “es un negrote” y que por qué “no sacaron nada de ella”. Hay quienes caen en la impertinencia de decirle que sus hijos “son negros bien bonitos porque los limonenses no lo son tanto”.

“También es falta de conocimiento. No saben que hay muchas familias interraciales. Las personas sienten que decirles morenitos es amor y decir negros no. Ellos son negros”, afirma.

Maia y Luca dicen que son niños negros, bonitos e inteligentes. Lo aseveran porque lo creen. Su mamá se encarga diariamente de educarlos con amor y autoaceptación, pues entiende que nunca estará en el lugar de ellos y de los posibles comentarios que puedan recibir.

“Yo trato de empoderarlos lo máximo posible y reafirmarles que son lindos. Que Dios los hizo así. Estoy segura que en unos años ellos van a pasar episodios de racismo y van a ser ellos quienes se defiendan y saber que son perfectos a como Dios los hizo”, explica la madre.

Otra situación molesta y racista es que, según cuenta Mónica, hay quienes ven la adopción interracial como un acto de caridad.

“Nos ven y piensan que haberlos adoptado es una obra de caridad. Que uno es una buena persona que se trajo chiquitos de África. Y esto no es así. Es deseo que Dios pone en el corazón de uno. No es caridad, es formar una familia. Un color de piel no va a limitar nada, es algo superficial. Nosotros tenemos el mismo corazón”.