Sarapiquí: antídoto contra la rutina

Viajar requiere planeamiento logístico y económico, pero destinos cercanos como Sarapiquí le ofrecen al viajero un mágico contacto con la naturaleza: remar en un bote o caminar entre el bosque –entre decenas de opciones– alienta y renueva el espíritu. Tras visitar tres sitios turísticos en la zona, nos convencimos de su ecléctico atractivo.

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“¿Y uno se moja mucho haciendo eso?”, fue la primera pregunta que hice cuando me propusieron subir en un bote inflable para sortear los rápidos del río Sarapiquí. Muy tonta la pregunta, pues lo raro sería no empaparse al navegar un río. Quizá por eso nadie me respondió. Mejor para mí.

Vestía un short de mezclilla, una camisa de algodón, unas tenis que no sirven para hacer deporte y, para rematar, también llevaba medias puestas. O sea, el típico atuendo de un turista distraído, y así anduve las siguientes 48 horas.

Fue el bajísimo precio que pagué por no documentarme antes sobre un lugar que jamás había visitado. Sarapiquí, como lo comprobaría, es un remanso para los sentidos: ni andar con las medias mojadas me robó la paz.

En sociedad con el Instituto Costarricense de Turismo y su programa Vamos a turistear, varios equipos de la Revista Dominical han visitado distintos puntos del país para invitar a las familias a salir a conocer lugares inexplorados. En esta ocasión, visi-tamos tres destinos en el cantón herediano de Sarapiquí.

Por la intensidad de las lluvias en la región, Sarapiquí tiene el verdor de la montaña, pero los poblados que rodean su río principal no superan los 200 metros sobre el nivel del mar. Esas características hacen que, como destino turístico, Sarapiquí ofrezca atracciones para los más aventureros ( rafting , canopy , kayak ) y también para los que quieren tener una vacación descansada pero en contacto con la naturaleza.

Sarapiquí, coinciden los guías turísticos que nos atendieron, es un punto estratégico entre dos importantes polos de turismo: el Caribe y la zona Norte. Con la creación de la carretera que conecta Bajos de Chilamate de Sarapiquí con Vuelta de Kooper, en San Carlos (que se espera esté lista en el primer semestre del 2017), los destinos del verde cantón se verán beneficiados.

A MOJARSE

El río Sarapiquí es el verdadero protagonista de este viaje. De no ser por su presencia no hubiéramos podido conocer especies de aves y ranas tan particulares ni tenido experiencias de “aventura”, más allá de tirarme de un canopy.

Mi primera experiencia fue conocer los rápidos en un tour de rafting organizado por la Hacienda Pozo Azul. Llegamos el jueves 14 de julio para toparnos con varios grupos de estudiantes estadounidenses que decidieron disfrutar sus vacaciones paseando por distintas partes del país.

Ellos estaban terminando el tour de canopy que ofrece Pozo Azul, con nueve recorridos desde los 75 hasta los 325 metros de distancia. Muchos de los visitantes de Pozo Azul hacen un viaje de un solo día que incluye dos aventuras y un almuerzo.

Ese jueves había un grupo de más de 50 personas haciendo ese paseo y los topamos cuando estaban terminando de recorrer el último cable del canopy . Michael Romero, jefe de operaciones del Pozo Azul, se acercó para ofrecer un viaje con el grupo de rafting.

Para ese momento ya había bastantes nubes grises flotando sobre nosotros y resolví que, hiciera el ride o no, era evidente que me iba a empapar. Así que me eché al agua... literalmente. Un minuto después ya estaba buscando un casco y un chaleco.

El rafting es un deporte grupal y yo llegué ahí solo, esperando encontrar compañeros para practicarlo. En eso. uno de los guías dijo “los de español por acá conmigo”. Me puse el equipo para rafting, tomé un remo y seguí a un grupo que estaba mayormente compuesto por adultos. Un minuto después ya estábamos recibiendo las instrucciones para hacer el rafting , aprendiendo los comandos con los que sabríamos cuando remar, cuando parar y cuando protegernos.

En mi grupo estaban Tony e Isabel, un matrimonio puertorriqueño y las primas Marta Guzmán e Iris Hurtado, acompañadas por doña Rosa María Hernández, madre de Iris. Ellas viajaron desde Baja California, México. “¿De dónde vienes?”, me preguntaron, y les conté mi misión.

Subimos al bote y las enseñanzas del guía continuaron. Marta y yo íbamos al frente, de líderes. Al inicio chocamos mucho los remos entre nosotros, pero nadie se desanimó, todo lo contrario: Tony pasó haciendo chistes durante el viaje y doña Rosa María le daba cuerda.

Llegó la parte seria: el primer rápido. Desde antes de acercarnos el guía nos pidió que remáramos con fuerza, y entramos con impulso. Ese primer “tirón” de la corriente del río es inolvidable. Movimos los remos con potencia y salimos bien librados. Hubo gritos de emoción.

Mientras compartíamos sonrisas el guía se presentó como Luis y nos dijo que además de los comandos de remar y de seguridad, había uno más importante: el de disfrutar. Nos dijo que apuntáramos con todos los remos hacia arriba y juntos gritamos “¡pura vida!”.

En retrospectiva, fue un gesto algo cursi, pero ese lo recordaré como el momento de la película en la que dejamos de ser compañeros de bote y pasamos a ser cómplices.

Delante nuestro iban un par de rescatadores en kayak en caso de que alguno cayera. Pero entre las 50 personas de distintas edades que viajamos por unos 90 minutos, no hubo percances.

Nos mojamos por los movimientos del bote y las bajadas en los rápidos, pero afortunadamente no llovió y pudimos ver la naturaleza que rodea el río.

Cuando terminamos el viaje nos recibió la noticia de que teníamos almuerzo esperándonos en el amplio comedor del hotel. Comimos un casado con una buena ensalada hecha con ingredientes frescos.

Michael, el jefe de operaciones nos llevó a inspeccionar una huerta orgánica que mantienen en Pozo Azul. También conocimos los senderos del hotel, una reserva privada que desde el 2003 atrae turismo de aventura y natural.

Caminamos un poco y rápidamente topamos con una de las atracciones más famosas de la zona: la rana flecha roja y azul, también conocida como la rana blue jean , por tener sus extremidades traseras teñidas de azul oscuro.

Después de las fotos de rigor caminamos hasta llegar a un puente colgante sobre el río Pozo Azul, una masa de agua debajo de nuestros pies que compartía el tono azul con la rana. A lo largo vimos, apenas rodeado por algunas nubes, el Volcán Poás. De sus faldas nacen el río Pozo Azul y el Sarapiquí.

Regresamos al comedor y nos indicaron que nuestras habitaciones ya estaban listas. Michael nos explicó que no estaríamos en habitaciones comunes. No eran los típicos cuartos de hotel: eran bungalós con paredes de toldo, como las de una tienda de campaña, pero con mejores comodidades que las de un campamento al aire libre.

La comodidad que nos prometieron se cumplió, incluyendo una cómoda cama, una ducha espaciosa y un baño privado. Las habitaciones también tenían un corredor para descansar o leer. Pozo Azul tiene más de 30 “tiendas” de este tipo y ese fin de semana parecía que la mayoría estaban habitadas.

Leyendo con calma los brochures de la habitación entendimos que eran habitaciones “cinco hojas”, algo así como cinco estrellas pero para destinos naturistas. Con el panfleto aprendimos que esa pared de toldo nos separaba del 4% de la biodiversidad del mundo; un lujo, de verdad.

La noche no acabaría ahí. El plan era cenar en un lugar en el que estuvimos brevemente. Fuimos al Ara Ambigua Lodge, hotel ubicado a media hora del centro de La Virgen, en Sarapiquí.

Desde que llegamos encontramos el potencial de Ara Ambigua. No solo tuvimos una deliciosa cena (yo opté por lomito, el fotógrafo por pollo y el chofer por un cordon bleu ) sino que también pudimos visitar el ranario al aire libre del lugar. Allí vimos unas cuatro especies distintas de ranas y sapos, sin que faltara la icónica rana verde de ojos rojos.

Ara Ambigua ofrece estadía y tours a buenos precios. Nos fuimos bastante satisfechos del lugar y coincidimos en que regresaríamos, de tener la oportunidad.

LAS CINCO CEIBAS

Amanecimos con un clima frío y algo de lluvia, todo lo que se esperaba de estar en esa no-montaña que es Sarapiquí. Después de desayunar, partimos hacia el poblado de Pangola, Sarapiquí, donde estaría nuestro siguiente destino, el hotel Cinco Ceibas.

De camino vimos varias piñeras, la actividad económica tradicional de Sarapiquí y también las obras de la carretera de Vuelta Kooper y Bajos de Chilamate. Después de unos 40 minutos de viaje llegamos a un portón de madera colorido.

En el hotel nos recibió Isaac Guerrero, guía y corázon de Cinco Ceibas. Él se encargó de pasearnos por el Río Cuarto. Fue un viaje pacífico de unos 90 minutos para conocer las especies de árboles y aves que habitan por el lugar. Isaac nos comentó que los viajes duraban tanto como el tripulante lo requiriera y que, de solicitarlo, podíamos hacer el viaje junto a un experto.

También realizamos una caminata por un sendero elevado a través del bosque. Cinco Ceibas se llama de esa manera porque allí hay cinco árboles de ceiba que juntos suman en edad más de mil años en la tierra.

El más antiguo de ellos es un árbol de 500 años y más de 30 metros de altura, el más viejo y más grande del país. Según Isaac, en la copa del árbol hay todo un ecosistema a escala y ahí fue cuando entendimos por qué los nativos de esta tierra, los indígenas votos, lo consideraban un árbol de vida.

Además de los árboles, en la caminata se pueden ver felinos, tucanes y aves. El tour se puede tomar solo o junto a un guía naturista.

Cinco Ceibas también ofrece retiros para descansar por varios días en su reserva, hacer yoga, recibir masajes y tratamientos para la piel con ingredientes orgánicos, y un spa acompañado por los sonidos de la naturaleza para quienes buscan otro tipo de conexión con el mundo.

Comimos pollo y pescado al almuerzo (la cocina nunca fue un punto bajo en este viaje) y por la tarde nos encaminamos de vuelta a San José. Sarapiquí probó ser una muestra de toda la biodiversidad que tenemos en el país y también un mosaico de las facilidades que tenemos para acceder a ellas. Desconectarse dos días de la rutina y perderse en el verde renueva y alienta, aunque uno sea un turista mal preparado.