San Joaquín de Flores y su luminosa Navidad por media calle

Una villa mágica llena de luces y buena comida, toma vida desde hace 17 años en el cantón herediano. Su historia es una oda a la tradición y a la estrecha unión de sus singulares vecinos

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Cientos de monedas de ¢100, ¢50 y ¢25 se posan extrañas en el pesebre de doña Yolanda Hidalgo. Algo raro, pero no tanto, sobre todo para aquellos quienes peinan canas y vivieron dichosos las Navidades en que no existían las rejas, los vecinos iban juntos a misa de gallo y luego, en camaradería, compartían un tamalito en la acera de sus casas.

“Las moneditas me las echan adultos mayores que llegan aquí, aunque a veces también niños. Eso era una costumbre de antes, que a los portales se les echaban moneditas como un tipo de ofrenda, en una canasta”, cuenta emocionada doña Yolanda.

“Esas moneditas son sagradas para nosotros. Las recogemos y con ellas compramos diarios para gente necesitada. Además ya hemos escuchado algunos testimonios de personas que han pedido favores o milagros aquí y el niñito y la Virgen se los ha concedido. Es realmente especial para mí, Dios guarde llegue diciembre y el portal no esté listo para la gente”, agregó la carismática señora.

Hidalgo es una de las responsables de transformar el dicho “Heredia por media calle”, a una “Navidad por media calle". O lo que es lo mismo, una Navidad a puertas a abiertas en un caserío del acogedor y muy católico pueblo de San Joaquín de Flores.

Es así de claro. Nadie le echaría moneditas a su portal si antes doña Yolanda no hubiese decidido quitarle la llave al portón de la cochera, abrirlo de par en par sin temor a los maleantes y hacer de todos el pesebre que con tanto cariño construyeron sus manos. Unos 15 años lleva haciéndolo, en el marco de una tradición que convierte a un pequeño barrio de clase media en un oasis navideño para miles de personas cada diciembre.

“Nunca me pierdo esto. Para mí es la tradición más bonita. Vine cuando era jovencilla y ahora ya traigo a mis hijos. Cuesta mucho ver esto ahora, se siente uno como en un pueblo y eso no lo cambio por nada”, dijo Ana Sandoval, quien vino desde Escazú a ver el alumbrado y a comerse un gallito por estos lares.

Religiosamente Ana va casa por casa, vacila con sus traviesos chiquillos y ríe sin parar por unos renos que mueven la cabeza y “pastan” a la par de un muñeco de nieve. No hay duda: el encanto de este rinconcito joaquineño maravilla a cualquiera.

La señal mágica

Son las 6:30 p. m. y don Jorge Ramírez, más conocido como Joficho, “baja la cuchilla” para encender la Navidad, literalmente. Es mágico el momento. Unos 150 metros de calle brillan de repente con decenas de motivos de la época, distinguiéndose por completo del resto de la ciudad.

Es la señal que todos los vecinos han estado esperando. De una vez, algunos se ponen los gorritos de Santa y se disponen a sacar sillas, mesas y todos los bocadillos que durante toda la tarde se pasaron cocinando.

Todo tiene que estar listo para acoger a las decenas de familias, jóvenes y niños, que desde todas partes del país vienen a disfrutar del tradicional rompope, cajetas de coco, pinchos de carne, elotes en mantequilla, arroz con leche y choripanes hechos en casa. El menú es amplio, pero sobre todo rico, barato y muy artesanal.

Basta con alzar la mirada para ver a don Andrés Rosales y a sus sobrinos sacando la parrilla al viejo corredor; por el otro lado a Joficho poniendo guapo el parqueo para ofrecer sus pinchos de chocolate y en el jardín delantero de doña Emilia Herrera ya se comienzan a saborear los pastelitos de papa.

Es como una coreografía familiar que baila al son de las luces navideñas, las despampanantes decoraciones con las que visten sus casas y los nacimientos que dominan el lugar. Es como una posada pública, donde caben todos los que buscan comida, pero sobre un poco de calor de hogar.

Y así ha pasado el tiempo. Durante 17 años se repite la historia en San Joaquín de Flores y, aunque a veces los vecinos han pensado claudicar, la emoción que les evoca la época les enciende la chispa y les da la fuerza para volver a prender la Navidad.

“Esto representa un gran esfuerzo para nosotros. No crea, es cansado y a veces hemos tenido la tentación de parar, pero al mismo tiempo no sé qué haríamos sin esto. Ver las sonrisas de los niños es nuestro principal motor y aquí estamos”, dijo doña Emilia, otra de las organizadoras.

Para Joficho, doña Emilia es la cabeza organizativa del evento; para doña Emilia es Joficho, y al final ninguno se da el crédito. Ni ellos ni nadie.

“Esto, en realidad, lo hacemos entre todos los vecinos. Es un esfuerzo de un barrio que se quiere mucho”, concluyó Herrera.

Y tiene razón: es un barrio que se quiere mucho. De hecho fue justamente por ese amor a su ‘finquita’ que inició toda esta aventura. Aunque San Joaquín de Flores es un pueblo tranquilo y relativamente seguro, en una ocasión un grupo de vecinos decidió unirse para formar un equipo de seguridad comunitaria.

Recibieron charlas de la policía, capacitaciones y demás, pero lo que más aprendió ese grupo de personas fue a conocerse, a confiar en el otro y hacerse amigos. La camaradería fue tal, que nadie extrañó la propuesta creativa de uno de sus miembros: “Adornemos todas las casas bien lindo para Navidad para que jueguen los chiquillos y que la gente venga a disfrutar”.

Nada que ver con el tema de la seguridad la propuesta, o quizá sí. Pues es bien sabido que un barrio apropiado de sus espacios es un barrio menos seductor para los cacos.

La cosa es que el grupo de vecinos acogió gustoso la propuesta y la idea gustó tanto que pasó a ser parte integral de sus vidas.

“La primera idea que surgió fue hacer unos pasacalles en el barrio. Eran una serie de luces, de lado a lado, con cañas de bambú. Queríamos sobre todo que los chiquillos tuvieran donde jugar, pues en Navidad no había muchos lugares a donde ir”, recordó Joficho.

“Luego todo comenzó a mejorar. Se pusieron arbolitos en las casas y algunos pesebres. Pero lo mejor vino cuando inventamos hacer los domingos familiares para recopilar dinero, y así poder confeccionar algunas figuras de metal, tejidas con luces y series”, agregó.

La sorpresa fue que, en un abrir y cerrar de ojos, sin siquiera imaginarlo, ya todos hablaban del barrio lindo de San Joaquín, aquel que todos tenían que visitar en Navidad. Llegó la prensa, la televisión y la radio a hacerles reportajes y el boom se volvió internacional.

“Aquí llega gente de Limón, de Guanacaste y de todo lado. Vienen solo a esto, eso increíble y nos llena de ilusión. Incluso hemos visto muchos extranjeros aquí e igual, nos dicen que les gusta mucho", destacó doña Yolanda.

Solidaridad vecinal

Joficho, quien es todo un personaje en San Joaquín de Flores, es un estandarte del proyecto navideño. Es el MacGyver que hace realidad los pasacalles con figuras que adornan el centro de la calle.

Antes de cada diciembre, Joficho pide a los vecinos ideas para sus diseños. Cuando las tiene en el papel, toma varillas de metal y comienza a darles la forma deseada. Nada industrial es la tarea, los pasacalles salen tan artesanales como el arroz con pollo de doña Yolanda.

“Yo soy pensionado. Pero le hago a todo, pues cuando joven trabajé en todo. Me gusta la artesanía y por eso es que colaboro en esto”, expresó.

Pero eso no es lo más complicado. El reto mayor llega cuando hay que colocar los pasacalles en toda la avenida, subirse a un andamio y hacer conexiones eléctricas. Obviamente, Joficho no puede hacerlo solo.

Durante los días que dura el proceso de instalación, la solidaridad vecinal sale a flote. Un mes y medio antes de inaugurar la Navidad, algunos vecinos que prestan sus garajes para probar las luces, cambiar las quemadas y dejarlas a punto.

“Por dicha aquí en San Joaquín la gente trabaja mucho en comunidad. Colabora increíblemente. Lo mismo en la Iglesia, en Semana Santa. Todos apoyan mucho y eso ha facilitado las cosas en el barrio”, dijo orgullosa doña Emilia.

Ya para la colocación es otro cuento. Se dedican unos 12 días en este paso, quizá el más agotador.

“Eso de estar subidos poniendo esas luces es duro, por eso nosotros estamos atentos a darles fresquito, cafecito y un refrigerio. El sol es muy fuerte y los calienta mucho. Siempre estamos atentos a ayudarles”, agregó.

¿Y qué pasa con las ganancias de las ventas?

Aunque les ayudan mucho en su economía familiar, no crean que todas las ganancias van directamente a su bolsillo. Mucho del dinero se dedica a comprar las luces que todos disfrutan, el medidor particular del pasacalles y todos los pormenores de logística.

Es casi como una donación de alegría al pueblo.

Incluso, vecinos que por razones de trabajo no pueden involucrarse en la organización, contratan a una persona que los represente en las tareas propias de la Navidad.

“Aquí todas la personas sacan de su bolsillo. No hay quite, pero nos da mucha alegría”, finalizó doña Emilia.

¿Tradición en peligro?

Este año, uno de los muchachos que se unió a Joficho en la colocación de los pasacalles, fue el artista plástico Andrés Rosales. Aunque siempre vivió en el barrio, sorprendentemente es la primera vez que se involucra de lleno en la organización.

Que dicha que lo hizo, pues él representa a las nuevas generaciones, la esperanza de mantener la mágica tradición viva. El grupo que empezó con el proyecto está conformado básicamente por adultos mayores, por lo que lo que un toque de juventud no cae nada mal.

“Yo al principio lo disfrutaba, aunque el montón de gente que llegaba me incomodaba un poco”, comentó.

“Mi mamá era a la que le encantaba esto. Vendía picadillito de papa y eso me atrajo. El apoyo hacia ella, me lo despertó de algún modo. Además, no hay que negarlo, es una ‘extrita’ para nosotros”, agregó Andrés, quien vende choripanes tradicionales y choricarnes turbo, una singular mutación de la casa.

“Es un choripan, con el chorizo y la carne al mismo tiempo. Es una fusión que surgió ahí por pedido de la gente”, contó el artista, quien con la ayuda de su hermana, sobrinos y cuñados hace la venta en su cochera.

Pero lo más llamativo de la historia de Andrés es que su mamá ya no está. Murió hace unos dos años y participar en la Navidad de su barrio es una manera de mantener vivo su legado.

“Es mantener su esencia. Tenerla presente. Usted sabe que en esta época uno está más sensible de lo normal y esos recuerdos le llegan a uno", finalizó.

Tres casas al lado conocimos a Marcela Herrera, hija de doña Yolanda, corriendo veloz con el arroz con leche y el rompope que venderán por la tarde, al lado del pesebre. Son recetas de la mamá, que ella y su hermana, ahora replican con cariño.

Marcela, quien hoy tiene 33 años, recuerda cuando era niña y la ilusión que representaba para ella la Navidad en su barrio.

“Cuando hacían la prueba de las luces era todo un acontecimiento. Todos corríamos como locos para ver cuando se iluminaba. Era lindo”, comentó.

Por eso, Marcela no quiere que la tradición muera y sueña con que más jóvenes se involucren.

“Esta Navidad la tradición corrió peligro. No queremos que acabe. Por eso nos metimos a fondo a colaborar. Gracias a Dios la Municipalidad este año nos colaboró mucho en permisos de salud y esperamos seguir aprendiendo el arte de las luces, pues hasta ahora casi todo ha caído sobre Joficho", agregó.

Pero mientras Andrés y Marcela van tomando la batuta, los de la vieja guardia disfrutan el momento. Se maravillan con los chiquillos, a quienes su esfuerzo hace reír y se funden con ellos en su alegría.

Solo una cosa les hace falta, dice Joficho: “que esta idea se expanda a más barrios. Que sigan el ejemplo como una ola expansiva y más lugares se llenen de esta alegría. Eso sería muy bonito para nosotros".