Retratos hablados: dibujos del crimen

Dos retratistas que están próximos a jubilarse se reparten el país para crear versiones realistas de los rostros de criminales.

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Ellos combaten el crimen recurriendo a la memoria de quienes consiguen recrear escenas de un suceso.

Basados en las declaraciones de testigos, construyen los retratos hablados que circulan por las delegaciones del país.

Omar Valenzuela y Marvin Calderón son dibujantes y un poco justicieros. Laboran en una pequeña oficina del Poder Judicial, desde allí trazan el rostro de los delincuentes que el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) procura atrapar.

Para crear un retrato hablado, se tarda aproximadamente hora y media.

Las primeras preguntas de rigor para la víctima suelen estar relacionadas con la estatura promedio del atacante, su etnia, el color de piel del sujeto y la probable edad. Después, se entra en el detalle de las facciones.

La confección del dibujo se apoya en un catálogo con una amplísima variedad de ojos, bocas, cabellos… de formas, colores y tamaños diferentes. La combinación de las partes conforma entonces un rompecabezas desfigurado que comienza a adquirir forma de rostro con ayuda de los retratistas. Finalmente, se agregan los rasgos particulares del delincuente: lunares, manchas o vello facial, por ejemplo.

La técnica ha evolucionado con los años. Los dibujos comenzaron siendo a mano y, como suele suceder, al método lo absorbió la digitalización. Ahora existe un software que simplifica el proceso y de forma instantánea hace un montaje.

En una computadora, se unen un tipo de boca, de nariz y de ojos. Los detalles o rasgos adicionales se perfeccionan al final con la ayuda de otros programas, también digitales.

Pero, a pesar de las nuevas herramientas, cada sesión de trabajo exige una enorme capacidad para escuchar la versión –muchas veces incoherente– de los testigos. “Es fácil detectar cuando alguien no está muy seguro de cómo se veía la persona que lo atacó”, dice Omar. “Muchas personas comienzan a divagar o a contradecirse”, cuenta.

A ambos dibujantes les ha tocado construir retratos en los que los testigos improvisan y terminan describiendo a una persona que se ve igual a alguno de ellos. “Es que la gente llega confundida y comienza a tomar la cara de alguno de nosotros como referencia”, explica Valenzuela. En estos casos, los retratos suelen descartarse y se recurre a otros mecanismos para dar con el criminal.

Se utiliza un sistema para determinar cuán fiel es el dibujo con respecto a la realidad. Cuando un retrato se termina, se le pide a la víctima que le asigne una calificación a la versión final. Si la nota que recibe es menor a 60, el retrato se mejora o se descarta.

Archivos

En el archivo de retratos, hay algunas caras criminales conocidas. La de “El Sable” es una de ellas. Al hombre lo detuvieron a inicios de la década del 2000, acusado de cometer varias violaciones en la zona de Cariari, y unas cinco mujeres declararon en su contra. En aquel momento, se generaron varias versiones del mismo rostro y de todas ellas se hizo un dibujo que fue clave para capturarlo un par de días después. La historia la cuenta Marvin Calderón como uno de sus trofeos. “El tipo aún está en la cárcel”, dice.

Según el retratista, los dibujos de sospechosos de violación resultan ser los más complejos. El testimonio de las víctimas se interrumpe con la incomodidad de tener que describir la cara de un agresor y, en la mayoría de los casos, resulta complicado llegar a un buen resultado.

Por el contrario, los casos de éxito incluyen desde rostros de criminales en Limón, pasando por acusados por estafa en la zona sur, hasta detenidos en delegaciones del más recóndito de los pueblos guanacastecos... Las historias están por todo el país, lo mismo que Marvin y Omar.

Una vez a la semana, ambos visitan las oficinas del OIJ en el resto de provincias y así atienden los casos en los que la investigación requiere de un retrato del delincuente.

La proximidad de la pensión, a la que ambos tendrán derecho en un par de años, dejará al OIJ sin los únicos peritos retratistas. Marvin es pintor, y Omar hace caricaturas en su tiempo libre, de modo que el retiro es, de algún modo, una promesa de que ya se acercan los días en que podrán dibujar sin que el resultado deba estar condicionado por la exactitud.