Realidad virtual: La vida, aumentada

El de la realidad virtual es un campo del que poco sabemos pero en el que queda mucho por experimentar y descubrir. ¿Cómo es vivir, aunque sea por unos minutos, en un mundo absolutamente ficticio?

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A través de una rendija pude ver una luz en medio del oscuro pasillo, pero para llegar a ella debía rodear un estante lleno de viejos libros y hacerlo implicaba enfrentarme a sensaciones dentro de mí que no quería descubrir. Sabía que debía llegar a aquel haz, pero el precio a pagar para conseguirlo podía ser muy alto.

Con las palmas empapadas y el corazón desbocado, me acerqué al estante, conteniendo una respiración profunda. Rodeé el mueble: el pasillo vacío y, al fondo, tenue la luz. Caminé despacio hacia ella y entonces la vi. Me esperaba al final del pasillo y yo no podía –no quería– dejar de avanzar hacia ella. Solo cuando estuvimos frente a frente, la niña pálida, de ojos negros y vacíos como pozos, apareció justo frente a mi rostro mientras profería un grito que me dejó la sangre helada.

Luego todo quedó en oscuridad y en silencio.

—¡Lo lograste! –me dijo Brian, al tiempo que me ayudaba a remover de mi cabeza el Oculus Rift, un dispositivo de Realidad Virtual (VR, por sus siglas en inglés) con el que acababa de superar uno de los niveles del videojuego +Affected; en particular, uno en que debía recorrer una mansión embrujada en la que deambula una niña fantasma.

Apenas el 31 de octubre, decenas de personas se presentaron en la sede de El Laboratorio, en el Mall San Pedro, a hacer lo mismo: probar el Oculus Rift y enfrentarse a los pasillos oscuros de +Affected. El reto: sobrevivir 20 minutos sin rendirse y, a cambio, el costo por el uso del dispositivo se reduciría a la mitad –El Laboratorio ofrece el tour de realidad virtual a ¢3.000 por 20 minutos–.

Dice Brian que la mayoría de esas personas se rindieron; que, incluso, la seguridad del Mall se acercó al local ante los gritos de una muchacha que repetía “¡quítenmelo, quítenmelo!”.

***

Moritz von Schweinitz es alemán, pero vive en Costa Rica desde hace 14 años. Dedicado al desarrollo de software para empresas –”la parte más aburrida de la programación, pero paga las deudas”–, es un apasionado de la tecnología, la robótica y del estudio del comportamiento de la mente humana. Hace unos seis meses, a Moritz se le presentó una gran oportunidad: como parte de una iniciativa de responsabilidad social, la tienda Pague Menos cedió un espacio a Moritz para germinar El Laboratorio.

En su forma más esencial, El Laboratorio es una organización dedicada a promover la educación y el uso de tecnologías modernas. En su forma más práctica, es un espacio para juguetear con distintos tipos de tecnología, como la robótica y, sobre todo, la realidad virtual.

“La VR es algo así como un simulador que permite que una persona se sienta como si se encontrara en una realidad alterna”, cuentan en El Laboratorio. Asociada sobre todo a los videojuegos, la VR apenas está dando sus primeros pasos y su desarrollo todavía es bastante limitado; sin embargo, entusiastas como Moritz confían en el potencial de esta tecnología para la educación y no solo el entretenimiento.

***

El cuerpo siente lo que el cerebro cree, no lo que los ojos ven. Antes de adentrarme en la mansión de Affected, Brian –colega de Moritz, colaborador de El Laboratorio, DJ– me dijo que, si sentía miedo, solo cerrara los ojos. Ambos sabíamos que no sería tan fácil. Una vez que las imágenes aparecen en el Oculus, la línea que divide las realidades se difumina.

El Oculus Rift es una especie de casco en cuyo interior se muestran imágenes en alta definición en un entorno esférico y tridimensional. Esto, sumado a los efectos de sonido en los audífonos, genera una atmósfera absoluta. Es decir, la inmersión del usuario es completa en un entorno virtual.

—Ya hemos recibido quejas de fanáticos en contra de la tecnología –me dijo, con risa, Moritz.

La compañía Oculus VR fue fundada en el 2012 con el impulso de una campaña de recaudación de fondos en el sitio Kickstarter por Palmer Luckey –entonces de 20 años, hoy de 23–. En marzo del 2014, Facebook adquirió la compañía por dos mil millones de dólares. Esto pese a que de su proyecto estrella, el Oculus Rift, no existen, de momento, más que prototipos; será hasta el primer cuatrimestre del próximo año que el producto salga al mercado por un precio que todavía no se ha definido.

Uno de esos prototipos está en El Laboratorio, junto con distintos tipos de experiencias. Una permite viajar por el sistema solar; otra, caminar a lo largo de una calle en una zona de guerra. O bien, es posible abordar varias montañas rusas y sentir el mismo vértigo, el mismo vacío en el estómago, que produciría en la vida real.

***

Gaby, mi compañera fotógrafa, nos aseguró que no tenía miedo, que la experiencia no le preocupaba, que en cualquier caso, cerraría los ojos.

Luego de probar el recorrido introductorio que utilizan los muchachos de El Laboratorio con quienes prueban por primera vez el Oculus, Gaby dijo que estaba lista para +Affected. En lugar de una mansión, mi compañera ingresó a un hospital abandonado y tétrico.

Solo unos diez minutos después de haber comenzado, tuvo que detenerse, acalorada y alterada. Coincidimos: una vez que el casco se enciende, uno olvida qué es real y qué no lo es.

—Creo que, eventualmente, podría ser peligroso que la gente perdiera de vista la realidad y se dejara consumir por la VR –dice Moritz.

Sin embargo, confeso defensor de la tecnología, dice que las posibilidades de esto son mínimas, sobre todo en comparación con los múltiples beneficios que esta podría traer, sobre todo en materia de educación y de terapia. ¿Qué sentiría –solo por citar un ejemplo– una persona postrada en cama con un dispositivo que le permitiera simular las sensaciones que ha perdido?

—Nadie sabe a dónde va a llegar esta tecnología. Pero es mi propósito que Costa Rica esté allí –cuenta Moritz.