Personajes 2020: Marta Acosta Zúñiga, la contralora que ve venir al lobo

Hace un año, la mujer que ha advertido de todas formas la grave situación financiera que se avecina, tenía todo listo para irse de la Contraloría General de la República. Sin embargo, hasta ahora cuenta qué hecho la llevó a postularse a la reelección por ocho años más.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Yo tenía la convicción de que me iba”.

Hace un año, Marta Acosta Zúñiga estaba decidida a no buscar la reelección. Lo había acordado meses antes con su familia porque ocho años como contralora general de la República, más otros ocho años previos como subcontralora, eran suficientes.

Pero, ¿qué la llevó a postularse de nuevo ante la Asamblea Legislativa para otros ocho años? Hasta ahora lo cuenta.

“Durante todo el 2019 estuve segura de que no iba a participar para la reelección porque creí que mi ciclo estaba cumplido. Tengo 61 años y creí que había hecho todo lo posible por una buena gestión y que era momento de cambio”.

Sin embargo, el 19 de diciembre del 2019 marcó un antes y un después en esa decisión.

“Habíamos girado ese diciembre algunas órdenes que implicaron para la Contraloría momentos difíciles. En enero, todo continuó y me dije: ‘no me puedo ir y dejar a la Contraloría con esos frentes abiertos’. Además, se venía una crisis. Uno la ve venir porque no se estaban tomando decisiones. Con todas esas cosas, la mayoría provocadas por la ley 9635 (reforma fiscal), dije: ‘no, no me puedo ir y dejar así a la Contraloría”.

“El proceso de reflexión se llevó enero, febrero y en marzo, el 13 de marzo, con mi familia, tomé la decisión de postularme a la reelección”. El 18 lo anunció públicamente y el 28 de abril, 43 de 49 diputados presentes en el plenario le dieron el voto de confianza para continuar hasta el 8 de mayo del 2028.

Ella admite que “ser contralora tampoco es un lecho de rosas”, pero, se propuso continuar por la tormenta ocasionada por la decisión del 19 de diciembre.

Fue la noticia nacional: “Contraloría ordena a la Corte aplicar ajustes salariales de reforma fiscal”, informó La Nación el 20 de diciembre. La vorágine continuó por meses.

Primero, el 6 de enero, la Corte Plena, integrada por 22 magistrados, rechazó la orden e instruyó al presidente del Poder Judicial, Fernando Cruz, a dar pelea. De nada sirvió. El 25 de febrero, Marta Acosta rechazó la impugnación y reafirmó el cúmplase. Ni modo. El lunes 2 de marzo, los magistrados dieron marcha atrás, aplicaron el nuevo sistema de pago y dejaron en manos de la Sala IV resolver si la Ley 9635 es aplicable a los 12.000 funcionarios judiciales.

Vino la tranquilidad, pero solo duró unos días. El viernes 6 de marzo apareció el primer caso de covid-19 en Costa Rica y, en cuestión de semanas, la crisis en las finanzas públicas creció como una bola de nieve. Y Marta Acosta pasó a preocuparse más por la magnitud en la caída de los ingresos frente a los gastos del Gobierno Central. Su angustia por la falta de reformas estructurales se agigantó, hasta que el 16 de julio, soltó todos sus temores ante los diputados: “El lobo ya llegó”, les dijo.

Un lobo presente desde su infancia

Al explicar ahora a La Nación por qué usó esa figura para retratar la grave situación fiscal, su memoria volvió a Puntarenas, el puerto donde nació el 4 de junio de 1959 esta hija de Lillian Zúñiga Castro y Guillermo Acosta Barrias.

“Cuando era niña, fui asmática. Entonces uno de mis quehaceres era leer, leer y leer porque a mis padres les decían: ‘no puede correr, no puede agitarse porque le puede dar la crisis’. Tenía entonces bastantes libros de cuentos, entre ellos, Caperucita Roja. Por eso, cuando me imagino el lobo, me lo imagino haciendo estragos, y no quiero eso para mi país”.

Así, con esa imagen en mente, advirtió ante los diputados: “Se los digo francamente. La preocupación es profunda porque, en el pasado uno decía ‘ahí viene el lobo’, pero creo que el lobo ya llegó. El lobo ya llegó y el tema aquí no es esconderse en el cuarto, porque el lobo va llegar al cuarto. El tema es cómo nos juntamos y vemos cómo enfrentamos esta situación todos en conjunto”.

Acosta alertó que el país tendrá un desequilibrio fiscal “no visto en el pasado” y demandó reformas de fondo porque percibe que las conquistas sociales están amenazadas por el estrujamiento del gasto. Dos hechos le alimentan ese temor: en el Presupuesto Nacional del 2021, la partida para el pago de la deuda pública se come el 42% y, el gasto social “empieza a perder peso”.

“Lo que veo del lobo es que las finanzas están tan deterioradas que uno podría ver afectadas las grandes conquistas sociales. Y cuando hablo de conquistas sociales me voy a mi niñez, porque yo soy fruto de esas conquistas sociales. Me crié en un hogar muy sencillo, con una madre que era educadora y con un padre que era trabajador del muelle”.

Ella estudió en el Liceo José Martí, en Puntarenas y, por sus buenas calificaciones y prueba de admisión, logró ingresar a la Universidad de Costa Rica, sede de Montes de Oca. “La situación de mi familia no daba para que yo pagara todo lo que había que pagar, como el hospedaje en San José”. Fue gracias a la entonces beca 10 (exoneración del 100% del costo de la matrícula) que logró estudiar.

“Vivía en San Pedro, en la calle de la Amargura. En esa época no había tanto bar. Vivía en una casa a la par de la librería Bautista, con una familia de Puntarenas. Ahí vivíamos varias estudiantes. Mis papás pagaban el hospedaje. Tuve la dicha de que tuve padres que siempre estuvieron ahí para motivarme”, cuenta al ahondar por qué es fruto de las conquistas sociales.

“Al principio quería estudiar Lenguas Modernas. Por eso, apliqué primero para entrar a Lenguas Modernas y en segundo lugar a Administración Pública. Resulta que estando en el primer año, me di cuenta de que realmente lo que quería era Administración y me pasé a Administración de Negocios”.

Estando en la universidad comenzó a trabajar en un despacho de contadores públicos autorizados y, por un anuncio colocado en una pizarra de la UCR supo que la Contraloría estaba en proceso de reclutamiento.

“Cuando hice mi primer concurso para entrar acá, no gané porque en el examen no me cerraron los estados financieros. Saqué buena nota, pero no entré. Pero, en 1983, la Contraloría abrió más plazas, y me llamaron. Entré y comencé desde el nivel más bajo, siendo asistente de auditoría, y trabajé 15 años, hasta 1998” para ir a laborar en la Contraloría de Nicaragua en un programa de la cooperación nórdica.

Su regreso es otra historia. Un día, en Managua, le comentó a su esposo, el abogado Giovanni Peraza Rodríguez, con quien se casó en 1988, que le gustaría volver a la Contraloría “y quiero ser subcontralora”.

El tiempo pasó y meses después el día llegó: su marido le avisó que la plaza de subcontralor fue abierta a concurso. “Le dije: ‘me estás vacilando, cómo se te ocurre’. Él me respondió, ‘bueno, aquí está, estos son los requisitos’. Y al día siguiente me dije ¿por qué no?”.

Así, en el 2004, “una desconocida”, como ella se describe, fue elegida subcontralora.

En el 2012 tampoco era su aspiración postularse para contralora. Rocío Aguilar, quien entonces ocupaba ese cargo y con quien hizo “buena yunta” era la candidata y Acosta deseaba seguir como subcontralora. Sin embargo, Aguilar desistió y ella entró en el concurso. Y ganó con el voto de 38 diputados.

Lo que la pone como una loba

La metáfora del lobo, el 16 de julio, no fue una ocurrencia. Fue algo planeado. “Cada vez que voy a la Asamblea Legislativa no voy a improvisar. Estudio. Soy súper disciplinada. Si tengo que pasar una noche entera estudiando un tema, lo hago porque si uno llega a improvisar puede ser que el aporte que uno quiera hacer, pase desapercibido”.

En su trabajo, en su casa, en su vida personal, se declara “planificadora”. “No me gusta ver el día a día, el corto plazo, sino qué va a pasar el año entrante, el siguiente. Planifico. Soy previsora”.

De hecho, solo hay dos cosas que la enfurecen. “Me enoja que me mientan. Y me enoja que no me digan cuando están viendo problemas. Yo siempre digo en la Contraloría y en mi casa: ‘A mí no me digan los problemas cuando ya no tienen solución. Apenas los vean, hay que decirlos para buscar solución”.

Justamente, por eso Acosta cree que la Contraloría no solo debe fiscalizar la inversión del dinero público, sino que, como órgano asesor de la Asamblea Legislativa, su responsabilidad es alertar sobre los problemas que se avecinan.

“Recuerdo que desde el 2014, ya siendo contralora, ya en ese tiempo, dijimos que se viene una bola de nieve. Ahora, ya era tanta la advertencia que lo del lobo fue lo que encontré para poder ilustrar de que ya es hora de cambios”.

De la lectura futurista a Iker

Esa planificación que predica también se refleja hasta en lo que lee.

Acaba de terminar el libro 21 lecciones para el siglo XXI, del historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari. De él también leyó Homo Deus: Breve historia del mañana y Sapiens, de animales a dioses. Le encantan sus libros porque “es un autor que tiene una visión muy futurista”.

Y agrega: “Nada de Kindle. Leo en papel. Me encanta tener el libro, irlo marcando y además, si lo tengo que rayar, lo rayo”.

Película favorita no tiene, pero disfruta series en Netflix. “La última que vi fue Borgen, un drama político danés, es buenísimo. ¿Sabe qué aprendí ahí? Que en todo lado se cuecen habas”.

¿Redes sociales? “No tengo porque no tengo tiempo para eso. Además, no me gusta la actitud destructiva de muchas personas o que a veces opinan sin tener conocimiento pleno de las cosas. Entonces prefiero mantener la distancia”.

Acosta tiene tres hijos: Mauricio (37), que es médico; Iliana (32), que estudió Administración y Pastelería y, Larissa (26), quien es arquitecta.

En su casa, en Montes de Oca, vive con su marido, sus dos hijas y con Iker, “mi nietico de cuatro patas, yo lo amo. No es mío, es de mi hija Larissa, pero es el perro que logró sensibilizarme porque yo no era perruna. Ahora sí soy perruna. Es un salchicha, tiene ocho años y se llama Iker por perro y por guapo, porque cuando lo compramos, Iker Casillas era el portero del Real Madrid y en la casa todos somos fans del Real Madrid”.

Y la pregunta final: ¿de veras pretende cumplir su periodo de ocho años, hasta el 2028?

Se ríe, pero responde: “Me pensiono por el IVM y me pensionaría en el 2022, pero no estoy pensando en pensionarme. Yo estaría pensando, si Dios me da salud, terminar mi periodo”.