Papá murió gritando

No tiene caso acumular calendarios envueltos en amargura, cinismo y decepción

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Lea lentamente el título y piense un par de segundos en su significado. Es una frase fuerte, lúgubre. Frente a ella, la primera reacción tiende a ser incómoda, temerosa, triste. Resulta difícil evocarla en un contexto positivo pues esas tres palabras juntas solo consiguen llenarnos de horror. Peor que la muerte, solo una muerte dolorosa, angustiante: no se la deseamos a nadie. Pero fue así, envuelto en llamas imaginarias que le acosaron hasta el último respiro, como murió Donald E. Smith, empleado postal de Nueva Jersey cuyo paso por el mundo no tuvo nada particularmente especial o memorable como para que lo recordemos aquí.

Su vida mundana y ordinaria, sin embargo, fue inspiración suficiente para su hijo, quien se juró que no crecería para convertirse en el típico individuo que odia su trabajo. Kevin Smith decidió entonces ser cineasta y a los 23 años filmó una modesta película en el minisúper para el que trabajaba. Pocos meses después, Clerks se convertiría en la sensación de los festivales de Sundance y Cannes, y Smith iniciaría una carrera que durante los últimos 20 años le ha permitido vivir aventuras con las que su padre no llegó ni a soñar.

Sin embargo, más que la vida de Donald, fue su muerte la que terminó de marcar a Kevin, quien habla del episodio en su último libro, Tough Sh*t: Life Advice from a Fat, Lazy Slob Who Did Good , publicado este año a casi una década de la noche en que falleció su padre. Cuenta el cineasta que aquel buen hombre murió de golpe, tras una cena familiar en Filadelfia, para la cual habían logrado coincidir sus tres hijos, radicados entonces en distintos rincones del mundo: Japón, Los Ángeles y Florida. Ya saben, una de esas casualidades.

Luego de una velada amena llena de risas y buena comida, Kevin despidió a su padre con un beso en la frente, “nos vemos mañana”. Pero esa madrugada Donald despertaría exaltado, un ataque masivo al corazón se lo llevó entre alaridos. “Esa noche aprendí que incluso los hombres buenos mueren gritando”, dice Kevin. Su padre, el legítimo individuo promedio que tuvo una vida difícil pero derecha, que pagó sus impuestos y fue a misa... que nunca se metió con nadie y que dedicó todo su tiempo a su familia, no se libró de una muerte angustiante.

¿Cómo puede una experiencia como esta inspirarnos o motivarnos? Tras el incidente, Smith se replanteó su existencia por completo: “En este mundo, donde hasta un buen tipo como mi padre puede morir a los gritos, no tiene ningún sentido no vivir intentando alcanzar cada uno de nuestros sueños”. Pragmático, iluso, infantil, entusiasta, pero cierto. ¿A qué venimos al mundo si no es a soñar? ¿Por qué vivimos si no es para llenar nuestros días con tantas maravillas y productividad como sea posible?

Nuestro destino está sellado y nuestros días, contados. No tiene caso acumular calendarios envueltos en amargura, cinismo y decepción. Inspiremos, produzcamos, aportemos. Enfrentemos la vida con entusiasmo y recordemos que la mayoría de las barreras que encontramos a lo largo del camino dependen solo de nuestras propias excusas.