Página Negra: Miroslava Stern y la visita que no tocó el timbre

Bella actriz de la edad de oro del cine mexicano, con una exigua carrera y un final triste que catapultó su fama más allá de la muerte.

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Mujer de doble cara. Irascible, nerviosa y contradictoria entre amigos. Simpática, agradable y bella en la pantalla. Fue un adorno mujeril para que se lucieran los galanes del cine mexicano, de los años 50.

Su recuerdo sigue vigente debido a los extraños sucesos que rodearon su muerte, bañada hasta hoy por la baba del chisme y la hiel de la envidia.

Unos dicen que se suicidó porque estaba enamorada como una cocinera del matador Luis Miguel Dominguín; otros aducen que su muerte fue un montaje político; unos cuantos le endosan la broma a Mario Moreno –Cantinflas–; los menos aseguran que desde jovencita mostró tendencias autodestructivas.

La maquinaria de la propaganda creó una leyenda sobre el cadáver de Miroslava Sternová Beková, nacida en Praga el 27 de febrero de 1926 y afincada en México allá por 1945, donde hizo una fulgurante carrera artística que acabó el 9 de marzo de 1955, cuando una criada la encontró exánime en su habitación.

Solo un experto en trivias cinematográficas acertaría al mencionar alguna de las 30 películas que filmó Miroslava Stern, durante sus nueve años como actriz. Vale mencionar dos previas a su óbito: Escuela de vagabundos, con Pedro Infante, y Ensayo de un crimen, ópera prima de Luis Buñuel.

Tampoco es que Miroslava tuviera dos pies izquierdos a la hora de actuar, pero no era comida de trompudo competir contra divas olímpicas con el fuste de: María Félix, Gloria Marín, Blanca Estela Pavón, Katy Jurado o Dolores del Río.

Una aventura en la noche

Borrascosa. Así fue la niñez y juventud de Miroslava. Abandonó Praga debido a las cacerías nazis y con sus padres adoptivos –Oscar Stern y Miroslava Beková– vivió en un campo de concentración en Checoslovaquia.

La familia huyó a Bélgica, llegó a Finlandia y escapó por Suecia hacia México, donde recaló en 1941. Mientras sus parientes aprendían español, la pequeña Miroslava ancló en Nueva York; ahí quedó íngrima y añorando a su hermanito menor, al que adoraba.

Con 19 años llegó a la Ciudad de los Palacios, se matriculó en el Colegio Americano y aprendió diseño y pintura. La muerte de su madre la hundió en la depresión; el doctor Stern la mandó a Estados Unidos. Ahí estudió decoración y arquitectura.

Las lenguas sibilinas aseguran que se enamoró de un guapo militar –“que a la cárcel fue a parar”– como dice la cancioncilla infantil–; el pobre murió y la dejó vestida y alborotada, fruslería por la cual intentó suicidarse sin éxito.

Cuando la eligieron reina del baile del Country Club de México decidió recibir clases de actuación con Seki Sano y –para variar– quedó de las narices con un condiscípulo.

Al pretendiente, Jesús Jaime Gómez Obregón, lo apodaban “Bambi” y ese apodo describe a la perfección el talante de quien fue su primer marido, por menos de un año.

Con 20 años debutó en Bodas trágicas, siguió con Cinco rostros de mujer y a los 21 filmó ¡A volar joven!, con Cantinflas. Logró grabar más cintas; en todas brilló por su buen ver, ante la escasez de talento histriónico.

Música, mujeres y amor

Resulta que “El bambi” tenía fama de practicar el vicio nefando, que por esos días era un estigma social. Miroslava era un tapete y eso la traumatizó; desarrolló una conducta sexual promiscua y pretendía echarse al saco a los otros actores.

Así fue como se enrolló con Dominguín, un torero que le sacaba suertes hasta a las escobas con faldas, desde Ava Gardner para abajo; era una trilladora erótica.

En las mismas andaba la Stern, que no era una vestal y tuvo sus espamos y “ayayais” con Arturo de Córdova, Steve Cochran, Mario Moreno y Jorge Pasquel.

Dados los antecedentes de uno y otra, nadie creyó que Dominguín le juró amor eterno, pues se casó con Lucía Bosé; eso enloqueció a Miroslava, que se las veía y se las deseaba con el matatoros.

Una versión descabellada aseguró que era amante de Pasquel, yerno del presidente Plutarco Elías Calles; quien además de cristero y millonario solía resolver sus problemas con la billetera o con la pistola.

El “mirrey” murió en un accidente de aviación; según una versión periodística la Miroslava iba en ese vuelo y para cubrir las apariencias llevaron a las carreras el cuerpo de la actriz y lo dejaron acostadito en la cama de su cuarto, sin chamuscar.

Lo único cierto es que Miroslava Stern se suicidó; nadie sabe cómo, con qué o por qué. No hubo autopsia y la cremaron en el Panteón Francés de la Piedad; la leyenda posterior demuestra que morir es otra manera de perdurar.

Tres tristes tigres

El torero. Luis Dominguín rescató a Miroslava de las manos franquistas, la llevó a su finca Villa de la Paz en España y en San Michelle de Capri le hizo dos verónicas, y la convenció de su amor eterno por ella.

El rufián. Jorge Pasquel era un pisaverde, arquetipo del “latin lover”, quien vivía al margen de la ley; un aprovechado de sus conexiones políticas quien enamoró a la actriz con sus galanterías de macho en celo.

El cómico. Mario Moreno –Cantinflas– conoció a la Stern en el set de ¡A volar joven! y la encandiló con sus promesas de una carrera fílmica, pero eran cuentos de seductor.