Página Negra: Matthew Perry, el triste amigo que todos deseaban tener

Por diez años fue una megaestrella de la televisión, ganó mucho dinero y sus luchas contra el alcohol y las drogas le partieron el corazón a los fanáticos de ‘Friends’

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Hizo burbujas en el barro. Creyó que acabaría loco, colgado del cuello o aplastado por la obesidad. Por el momento, ni una cosa ni otra, solo es un solterón quien añora casarse, tener hijos y vivir como un caracol.

Para los agüizoteros de la lotería navideña, este año se cumplen dos efemérides en el universo de Hollywood: los 25 y los 15 años del primer y último capítulo de Friends, la teleserie que marcó con ácido a una generación de jóvenes.

Alguien –sin nada mejor que hacer– podría indagar en el registro mundial de bautizos, sobre la cantidad de madres que endosaron a sus retoños el patronímico Rachel, Joey, Ross, Phoebe, Mónica o Chandler.

Ese fue el sexteto de moda en la televisión noventera; todos hicieron dinero en carretadas y creyeron que el mundo era una manzana. Deseaban amor y seguridad, pero se quedaron con las ganas, sobre todo Matthew Perry.

Durante muchos años se atipaba –por día– 30 pastillas de analgésicos y las bajaba por el gañote con un litro de vodka; hoy, ya cincuentón, cree estar liberado de los demonios que se adueñaron de su voluntad.

La vía dolorosa que recorrió quedó expresada en un análisis que Roger, el psicólogo novio de Phoebe, le hizo a Chandler: “Tienes problemas de comunicación, eres hijo único y tus padres están divorciados. Tu diversión es falsa”.

Los padres de Matthew, Suzanne Marie Morrison y John Bennett Perry lo bajaron al mundo el 19 de agosto de 1969; se separon a los pocos meses y ella se casó con un periodista. Aunque nació en Massachusetts, lo criaron en Canadá.

Los problemas crecen

Todo empezó un verano de 1994. Como si fuera un relato bíblico, al estilo Hollywood, tres ángeles –disfrazados de productores– le mostraron el boceto de una teleserie sobre seis amigos neoyorquinos, que se las veían duras y maduras.

A Perry le ofrecieron el papel de Chandler Bing, un ejecutivo especializado en análisis estadístico, procreado por una novelista erótica y un travesti, quien trabajaba en Las Vegas.

El gusto por las tablas lo heredó de su papá, un actor de medio pelo; y la facilidad de comunicarse vino de su mamá, quien fuera encargada de prensa del primer ministro canadiense, Pierre Trudeau.

A la actuación llegó de rebote; tenía 15 años y la intención de ser tenista profesional, pero fracasó. Decidió ganarse la vida sin tanto esfuerzo y aceptó un trabajo en una comedia de televisión, recién salido de la secundaria.

En la adolescencia participó en obras teatrales y después interpretó personajes para el olvido, mientras aparecía algo mejor que ser el amigo tonto del actor estrella y el paño de lágrimas de la niña bonita del set.

El perfil real de Matthew calzó a la perfección con el de Chandler. Ambos eran feos, desgarbados, bobalicones, chistosos, sin suerte con las mujeres y dispuestos a cualquier desgracia.

Tango para tres

Estaba en el pináculo de la fama con Friends; era amado y deseado por legiones de admiradores en la galaxia. Le bastaba salir al mall para recibir un baño de adulación. Llegó a ganar un millón de dólares por episodio.

A los 28 años sufrió un accidente de esquí acuático. El médico le recetó unos analgésicos; a partir de ahí comenzó un proceso de adicción con los opiáceos y el alcohol, que lo llevaron a internarse en dos clínicas de desintoxicación.

Comía como un náufrago y regurgitaba; después del rodaje de un capítulo de Friends salía disparado al baño con dos paños, uno para recoger el vómito y otro para contener las lágrimas.

Un mes estaba obeso como un oso invernando, y al otro, flaco como una lombriz. Pasaba las noches pegado a los videojuegos, tanto que se lastimó la muñeca y el dedo gordo casi le quedó tieso.

Sus padres y amigos lo rescataron del pozo. Tras la cancelación, hace 15 años, de Friends, intentó seguir con la actuación pero apenas filmó bodrios y dilapidó su imagen en series de confeti.

Llegó a la conclusión que debía ganarse de nuevo al público, mostrarles el verdadero Matthew y en diez días escribió una obra teatral, The end of longing, una especie de canto del cisne.

La pieza es como un exorcismo de Friends en la cafetería Central Perk; los personajes están viejos, siguen solteros y frustrados, pero convencidos de que tienen aún 25 años y pueden vivir sin hacer los deberes vitales.

El simpático Matthew Perry solo desea una mujer, unos hijos, un hogar con un perro y vivir sencillamente. La gente cambia, no hay razón para tener los mismos problemas toda la vida.

Falsas apariencias

¿Extraña el licor? “Lo que echo en falta es poder beber sin que luego haya consecuencias. Pero está claro que no quiero volver a sufrir esas consecuencias".

Buen consejero. “Si un alcohólico viene y me dice: ‘¿Puedes ayudarme a dejar de beber?’, le diré, 'sí, sé cómo hacer eso”.

Memoria borrada. “No recuerdo nada de los tres años de filmación de Friends, entre la temporada tres y seis. Siempre tenía esas insoportables resacas”.