Página Negra: Joan Collins, una chica muy traviesa

Llevó una vida estrambótica, jamás se preocupó por guardar las apariencias y, basada en su talento, labró una exitosa carrera en el cine y la televisión.

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Las mujeres interesantes son las que tienen un pasado. En este caso aquel ayer es imperfecto, si bien su dueña lo cuenta con desparpajo y con la perspectiva que da la edad, aunque esta sea un dato que ni bajo tortura revela.

La generación joven de los años 80 la aborrece a muerte, pues jamás olvidará que paseó por la calle de la amargura al buenazo de Blake Carrington; un sugar daddy que colapsó la pantalla chica con Dinastía, una soap opera al estilo de Dallas.

Esa mujer –Alexis Carrington– era la piel de Judas, el diablo con enaguas, una trapisondista que merecía ser disuelta viva en ácido sulfúrico.

Como suele ocurrir el personaje suplantó a Joan Henrietta Collins, actriz inglesa devenida hoy en una venerable anciana de 85 años, que en lugar de tejer escarpines para sus nietos se dedicó a escribir su fragorosa existencia.

Los millenials medio gateaban cuando la susodicha ya se había gastado cuatro maridos e iba camino de engullir al quinto, además de haberse codeado –literalmente– con Paul Newman, Richard Burton, James Mason, Dick Bogarde, la sufrida de Marilyn Monroe y la insufrible Bette Davies.

Muy joven, según reveló en sus memorias Pasado Imperfecto, descubrió que solo había en el mundo algo que le aflojaba las caderas: el sexo con hombres guapos.

Azuzada por esa consigna se enrolló con Sidney Chaplin, hijo de Charlie y heredero de los apetitos paternos por la carne fresca y prieta.

Con Syd llegó a Hollywood y se convirtió en una amenaza pública para todas las esposas decentes; su fama de pelandusca la precedió y ahí coleccionó amantes como estampillas. Sobra decir que terminaron a las greñas.

El lector podría confundirse y pensar que Joan Collins era una rata de alcantarilla; jamás, solo un ignorante podría suponer tal herejía.

La cigüeña depositó a Joan en Londres, el 23 de mayo de 1933. Su madre, Elsa Bessant, enseñó baile y era animadora en un cabaret; el padre, Joseph William Collins, fue agente de artistas.

Estudió en la Real Academia de Artes Dramáticas de Londres y a los 17 años la contrató el estudio J. Arthur Rank Film Co. Rodó más de 60 películas pero su actuación en Dinastía la proyectó al universo del celuloide y ganó varios premios; el más sonado fue el Globo de Oro a la mejor actriz dramática.

Por si fuera poco, fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico y Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico, por sus innumerables obras de caridad.

A rienda suelta

Sucia, asqueada de sí misma y humillada caminó hasta su casa. Joan tenía 17 años y Maxwell Reed –14 años mayor que ella– la drogó y la violó en un departamento londinense.

Apenas iniciaba su carrera artística; frecuentaba los clubes de jazz y probó suerte como bailarina, modelo de revistas y otros pasquines para mujeres aburridas. Su experiencia fílmica se remitía a dos bodrios: Lady Godiva Rides Again y The Woman’s Angle.

Todos los conocidos intentaron meterle mano y a duras penas los esquivó; pero Reed no se anduvo con tibiezas. La invitó a su casa, fue al baño y la dejó con un libro en una mano y un vaso con ron en la otra.

“Eran libros porno, que no había visto en mi vida. Porno duro. Lo siguiente que vi es que estaba tirada en el sofá de aquel cuarto mientras me estaba violando. Y lo que me había dado era droga”.

El incidente lo relató en su biografía, donde abundó en detalles sobre sus aventuras sexuales con los galanes más apetecidos de Hollywood. Sus confesiones ocasionaron sonrisas pícaras, sonrojos y varias peleas conyugales.

Contra el consejo de sus padres decidió casarse con el violador y el matrimonio duró cinco años; a los pocos meses de la boda Reed quedó semiparalizado por un accidente, y nunca más pudo disfrutar de los placeres de la almohada.

Antes de morir –en 1974– Maxwell intentó venderla por $10.00 a un jeque árabe; hasta el último de sus asquerosos días la chantajeó con unas fotos que le tomó en posiciones ginecológicas.

Una vez deshecha de ese estropajo se casó con Anthony Newley, un actor y cantante con quien concibió a Sacha y a Tara. El primogénito escribió un libro y presentó a su madre como una “narcisista que solo piensa en ella”.

Duraron poco, pero ella cargó con todos los gastos del cáncer terminal que lo llevó a la tumba y estuvo al pie de la cama el día que murió.

Tras un interregno para tomar impulso trabó rodillas con el playboy sueco Peter Holm –14 años más joven–. El matrimonio terminó como el “rosario de la Aurora”; pasaron más tiempo en los juzgados que en el tálamo.

Como si la hubieran escaldado decidió alejarse –durante 15 años– de esos tentadores lances, pero “quien comió chayote regresa por cáscaras”. A los 70 pasó por el altar y juró amor eterno –o lo que le quedara de vida– al productor Percy Gibson, que tenía 32 años menos.

Media galaxia de envidiosos juró que él era un chulo y ella una anciana calenturienta y duraría más el coito de un chimpancé –tres segundos– que esa comedia senil.

¡Bueno! Ahí siguen juntos 16 años después; Percy es el esposo que más le rindió y siempre lucen como gatos en celo.

Joan Collins ve el ayer y su rostro dibuja una sonrisota, porque si su pasado no fue perfecto, por lo menos fue divertido.

Mujeres valientes

A Joan Collins le tomó mucho tiempo superar la violación sufrida y confiar en un hombre. “Realmente lo odiaba, pero me sentía culpable de que me hubiera hecho eso.”

Así lo contó en el documental Brave Miss World, filmado por la cineasta Cecilia Peck –hija de Gregory Peck– donde narró la historia de Linor Abargil, una joven israelí de 18 años que fue violada en Milán, quince días antes de coronarse Miss Mundo, en 1998.

La reina de belleza elogió el coraje de Joan Collins: “Dijo que nos ayudaría. No es algo fácil de hacer: mirar a una cámara hablar de cómo fuimos violadas, pero cuando se sabe que hablar puede ayudar a otros a denunciar y poner a violadores en prisión, no te importa”.