Página Negra: Félix B. Caignet, el viejo que escribía novelas de amor

Prolífico escritor considerado el padre de la radio y la televisión cubana, pero más famoso aún por la radionovela que elevó el folletín lacrimógeno a la categoría de una tragedia griega

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Un ratón lo metió a la cárcel. Y puede que el roedor se trajera abajo a un dictador. No era cualquier ratonzuelo, sino el mismísimo Ratoncito Miguel, que allá por 1932 puso en líos judiciales a su creador, y por su causa terminó encerrado en el Cuartel Moncada, en Cuba.

El prisionero tampoco era un tarambana, aunque sí un poco díscolo y con 40 años todavía andaba dando tumbos por aquí y por allá; unas veces músico, otras compositor y la mayor parte como escritor.

Tímido, retraído y melancólico Félix B. Caignet apenas aprendió las primeras letras; pero con poco, pudo hacer mucho. ¡Y vaya que hizo bastante!

De su pluma, además de canciones infantiles y populares, salió una industria que hoy anega en lágrimas los hogares de medio planeta: la radionovela. Algunos van más allá y le atribuyen la paternidad de la radio y la televisión cubana.

Quien fue niño recordará al Ratoncito Miguel, pero Félix es más famoso por otra obra suya: El derecho de nacer. Desde del 1 de abril de 1948 toda la isla detenía sus quehaceres para desgarrarse el corazón con las angustias de Mamá Dolores, los logros del doctor Albertico Limonta, los requiebros de María del Junco y las perversiones de Don Rafael del Junco, malo como él solo.

Nadie perdió ni uno de los 314 capítulos de la serie. El Congreso de la República suspendió sesiones para escucharla; las iglesias cambiaron los horarios de las misas, los cines y teatros detenían la función porque de lo contrario el público abandonaba la sala.

El derecho de nacer surgió no solo de la imaginación de Félix, si no de su frustrado deseo por casarse, tener hijos y nietos. Nunca lo logró. Cierta vez le contaron que su novia estaba embarazada, pero ella prefirió abortar la criatura a los seis meses de gestación y ahí nació la idea del futuro drama.

Como lo justo es lo correcto vale señalar que José Sánchez Arcilla, periodista, dramaturgo y comediógrafo, fue uno de los pioneros del futuro culebrón porque su ópera prima, El collar de lágrimas estuvo al aire por tres años y el 31 de diciembre de 1946 culminó con el capítulo 965. Seis más y desbanca a Las mil y una noches.

La genialidad de Caignet consistió en añadir al fondo sentimental todos los otros elementos que ya había probado en sus anteriores producciones radiofónicas: el suspenso detectivesco, el narrador, la reiteración de hechos, las temáticas sociales y los sucesos inesperados que obligaban al oyente a esperar el desenlace en el capítulo siguiente.

Tanta era la tensión que cuando el malvado Don Rafael se enteró que era el abuelo del doctorcito Limonta; del rabión quedó mudo y paralítico. Muchas personas, que por alguna razón se perdían la radionovela, llamaban al día siguiente a la emisora para preguntar: “Si ya había hablado Don Rafael del Junco”.

El precio de una vida

Allá en San Luis de Santiago de Cuba dio sus primeros pataleos Félix Benjamín Caignet Salomón, el 31 de marzo del 1892. Dicen que era un mulato, de ascendencia franco-haitiana; su imaginación danzaba al compás del “Sóngoro-cosongo”, para “convocar al negro y al blanco que bailen el mismo son.”

Para desaprender dejó la escuela y fue escritor, compositor, cantante, ventrílocuo, pintor autodidacta y periodista –esto último se lo atribuyen sus enemigos–. Compuso 200 comedias y 300 piezas musicales.

De su febril talento surgieron sones, guarachas, boleros, guajiras, música infantil y la celebérrima Te odio, inmortalizada en la voz de Rita Montaner, la misma que los melómanos idolatran por su versión de Siboney, de Ernesto Lecuona.

La iluminación le cayó a Félix el día que consiguió trabajo en los tribunales de Santiago; ahí aprendió a escribir a máquina y desplegó su talento, primero con poemitas pendejos, y más tarde en cuentos, novelas cortas, crónicas teatrales y judiciales.

Colaboró como un poseído para la revista Teatro Alegre, El Diario de Cuba, El Fígaro, Bohemia y El Sol. De la prensa saltó a la emisora CMKC, donde produjo programas infantiles. Uno de esos fue Chilín y Bebita donde introdujo el “género episódico”, para enganchar a los oyentes con la curiosidad de saber cómo acabaría la historia.

Otra de sus innovaciones fue la serie del inspector Chan-Li- Po, primer espectáculo detectivesco por entregas que se emitió en Cuba.

Esa vida de nómade irredento lo llevó a explorar todos los estilos literarios: crónica social, estampas de la época, cotilleos, secciones de cine y de humor.

Visto a la distancia parecía un narcisista reprimido con fuerte tendencia a figurar. Tal vez era peor. Escribió con seudónimos para enmascarar la existencia de un hombre solitario, cuyo trabajo era la única compañía en medio de un ambiente extraño.

¿Por qué escribía tanto? “Lo que hice fue aprovechar la emoción popular para sembrar algo de moral, algo de bien. En Ángeles de la calle protesté por la niñez desvalida y en El derecho de nacer, contra la discriminación racial.”

En el municipio de San Luis un pequeño busto recuerda a Félix B. Caignet, que murió el 25 de mayo de 1976. Años más tarde sus restos fueron llevados a Santiago de Cuba, para cumplir con su postrer deseo de yacer junto a sus padres, frente a las lomas de El Caney.

Los sabiondos dirán que es de ordinarios leer, escuchar o ver telenovelas, y que la vida no es como la pintan esos culebrones, pero eso a quién le importa.

Un ratón muy tequioso

El dictador Gerardo Machado, que rigió a su antojo la isla cubana entre 1925 y 1933, no le gustó para nada que un escritorzuelo lo exhibiera como un gato cruel y soliviantara a la población, con su cancioncita infantil. Mandó a las mazmorras del Cuartel Moncada a Félix B. Caignet; pero apenas duró tres días entre rejas. Sus seguidores se plantaron frente a la prisión y lograron liberarlo, aunque la canción fue prohibida a causa de la frase final del Ratoncito Miguel: “Vamos a ver quién va a arrancarle a Misifú el corazón.”