Página Negra: Edgar Allan Poe, la extraña muerte de un escritor maldito

Maestro del relato corto de terror, llevó una vida sombría y breve; sus obras inmortales alimentan a sus imitadores y a la industria del cine.

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“¡Que Dios ayude a mi pobre alma!”, fueron sus últimas palabras. Una presencia lo invadía, lo controlaba, sorbía su vida. Suicidio, asesinato o una broma del destino, una niebla de misterio rodea aún la muerte de Edgar Allan Poe.

Desapareció a pocos días de casarse. Los amigos le perdieron el rastro, hasta que uno de ellos lo encontró tirado en una zanja; vestía con ropa ajena, deliraba, la angustia lo roía como un gusano y murió. Tenía 40 años.

Perdió la razón. Nadie supo por qué erraba por las calles de Baltimore; en el hospital donde falleció –el 7 de octubre de 1849– llamaba a gritos a un tal Reynolds, el personaje de su novela La narracción de Arthur Gordon Pym.

Alguien extravió el expediente médico y el certificado de defunción. Los diarios publicaron que el deceso fue por “congestión” o “inflamación”, una manera sutil de aludir al alcoholismo o a enfermedades vergonzosas, por esos años.

Por un tiempo circuló la versión de que padecía epilepsia, sífilis, meningitis, cólera, incluso rabia y “delirium tremens”.

Su enemigo y primer biografo, Rufus Wilmot Griswold, cargó tintas contra Poe; lo tildó de borracho y adicto a los estupefacientes, así como de mujeriego y pederastra, porque se casó con Virginia Eliza Clemmn, su prima de 13 años.

Otros refutaron las infamias de Rufus, pues era conocida la intolerancia del escritor al licor; además, su egocentrismo y soberbia le impedía medrar por los bares, porque el ruido, la chusma y el ambiente degradante le repugnaban.

El cuervo

El talento de Poe apenas le dio para vivir y pagar sus vicios; en una ocasión ganó $50 por su cuento Manuscrito hallado en una botella; quienes hicieron fortuna –con sus temas macabros– fueron sus imitadores y los productores de Hollywood.

Las desgracias de Edgar Allan comenzaron desde que nació, el 19 de enero de 1809 –en Boston– en el hogar de unos actores de pacotilla quienes tuvieron la ocurrencia de morir cuando el niño tenía tres años.

Parecía que su mala estrella cambió cuando lo acogió John Allan y su esposa Frances –en Richmond– una familia acaudalada que lo educó como a un “caballerito sureño”, pero que no lo adoptó legalmente por su condición de huérfano.

Aprendió los estereotipos de la clasista sociedad algodonera y los plasmó en sus obras: escepticismo ante el progreso y la democracia, misógino, esclavista, antimaquinista y con los valores de un supremacista blanco moderno.

Viajó a Inglaterra con sus padres, aprendió latín y francés; se llevaba de las greñas con el padrastro –un hombre huraño y ciclotímico–. Solo Frances incentivó su talento literario y le demostró afecto.

El niño asimiló las historias de los negros; con ellos imaginó un mundo entre lo real y lo fantástico, donde coexistían vivos y muertos, zombis, seres malignos que habitaban páramos sombríos, mansiones siniestras y familias malditas.

Lo mandaron a estudiar comercio y leyes en la Universidad de Virginia; ahí dilapidó la beca paterna en alcohol, apuestas y parrandas. El padre no quiso pagar las jaranas y lo desheredó; Poe dejó los estudios y debió de ganarse la vida.

Hop-frog

Con 18 años, sin un cinco, ni oficio ni beneficio, solo le quedó enlistarse en el ejército para tener cama y comida gratis. Duró poco. A los cuatro años lo juzgaron por desobediencia y lo echaron de la milicia.

Un amigo bien conectado le consiguió trabajo en el diario Southern Baltimore Messenger; publicó poemas y narraciones que lo elevaron a la dirección del periódico, el cual situó como el mejor de todo el sur del país.

Al fin logró un ingreso decente para mantener a su mujer y publicó algunas de sus obras más reconocidas: La caída de la Casa Usher, Los crímenes de la Calle Morgue, El escarabajo de oro, poemas y narraciones, todas extraordinarias.

Fundó la novela policíaca, renovó el género gótico, llevó los relatos de terror a niveles estratosféricos y disfrutó de cierta fama, empañada por la muerte de Virginia, a causa de la tuberculosis.

Eso lo desquició. Comenzó a beber como un marinero y fracasó en sus relaciones sentimentales debido a su mal carácter, las depresiones y la idea de que estaba por encima de sus semejantes.

Recayó en la miseria y –para salir de deudas– concertó una boda con Sarah Elmira Royster; el enlace no se concretó porque antes lo pescó la muerte.

Para Edgar Allan Poe la vida fue una mascarada y él, un aventurero de las criptas, los sótanos y los pasajes oscuros del alma humana.

El hombre de la multitud

Amistad peluda. Aficionado a los felinos, su gatita favorita –Catterina– solía sentarse en su hombro mientras escribía, e inspiró el célebre cuento: El gato negro.

Atleta consumado. Compitió en salto de longitud, boxeo y natación. En esta disciplina impuso una marca en un certamen de 10 km en el río James.

Antecesor de Batman. Los creadores del hombre murciélago, Bob Kane y Bill Finger, visitaban con frecuencia el Parque de Poe –en Nueva York– y tal vez se inspiraron en el cuervo de su poema, para delinear al caballero de la noche.