No tengamos miedo

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Mi nombre es Adriana Sánchez. Tengo 35 años. Soy una mujer heterosexual y feminista. Soy esposa, hermana, tía, sobrina, nieta, hija, amiga, empresaria, jefa. Estudié filología española en la UCR. Soy cooperativista. Mi pasión es la cocina y hace dos años abrí una pequeña cafetería. Usted me conoce porque me he arriesgado a ser una figura pública: escribo en esta revista una vez al mes desde hace más de un año y mi dirección electrónica está a su disposición para que me comparta sus opiniones en privado. Aquí le he contado de todo, desde mis trajines para abrir mi pequeño negocio hasta mis preocupaciones personales y mi deseo de vivir en un país menos violento y más amoroso con las mujeres, quienes somos víctimas de acoso, persecución y violencia física y sicológica todos los días.

Mi familia es católica practicante. Mis padres son voluntarios en un centro de atención para personas que viven en la indigencia. Me casé hace dos años con un hombre a quien amo y con quien comparto sueños, proyectos, miedos, alegrías y tristezas. Tengo tres hermanas y un hermano maravillosos, de quienes estoy profundamente orgullosa. Me encanta el fútbol. Soy panadera de corazón. Creo en el amor. Fui testigo en la boda de Laura y Jazmín. He recibido amenazas por eso.

Me han dicho “tortillera” por apoyar a mis amigas. He temido por mi integridad física y por la de amigos y amigas que actualmente son perseguidos por esta misma causa. Pero no tengo miedo. Estoy completamente segura de que hago lo correcto al apoyar a estas chicas y luchar por el acceso de todas las personas a todos los derechos civiles de los yo disfruto por ser ciudadana costarricense, blanca, heterosexual y de clase media. Estoy consciente de que no todas las personas somos iguales ante la ley y eso me parece injusto. Sé que muchos se incomodan cuando hablamos de privilegios. Sé, porque siendo mujer lo he experimentado toda mi vida, que cuestionar los privilegios representa una amenaza para el “deber ser”.

Sé que el miedo y la ignorancia producen reacciones espantosas en alguna gente. Sé que la intolerancia es una de las causas principales de una violencia que lleva generaciones atormentando a las minorías sexuales de Costa Rica. Eso no es justicia. Es el miedo gobernando las mentes, sosteniendo a golpe de martillo los privilegios de grupos que jamás se han cuestionado de dónde salieron todos esos derechos de los que actualmente gozan. Ni Lalay, ni Jaz, ni Christian, ni Gerald, ni Marco, ni las miles de personas que han sido víctimas de esta violencia sistemática merecen ser tratados como ciudadanos de segunda categoría.

Necesitamos construir un mundo en el que quepan todos los mundos. Heredarles una Costa Rica más equitativa a las futuras generaciones. Y necesitamos su ayuda: por favor, no permita que el miedo se apodere de usted. No permita que su miedo justifique la violencia y el odio. No permita que su miedo nos haga daño. Le pido su solidaridad, su comprensión y su respeto para todas las personas que han sido víctimas de acoso, maltrato, discriminación y violencia. Que sea el amor lo que rija nuestras acciones –las suyas y las mías-, y no el miedo a la diferencia.