¡No juego este juego!

Indecente es quien construye su felicidad sobre los escombros de los demás

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La sociedad ha hecho que la gente crea haber “descifrado” a un ser humano al descubrir su orientación sexual. “Ese maje es gay”, o “esa vieja es lesbiana”, o “ese chavalo es de doble rosca”. La preferencia sexual es “el gran secreto” de una persona, asumen quienes así piensan. Conocerla es conocer el origen de todos los aspectos de su conducta. El alfa y el omega de su ser. Y de inmediato se instaura una estructura relacional de poder: “te conozco, mosco'” Como quien dice “ I’ve got your number! ”. Por poco llega al chantaje moral. Al descifrar la sexualidad de una persona, creemos ponerla bajo nuestro control. Hay que saber, saber todo acerca de los demás y ocultar, ocultar todo en torno a nosotros mismos. Atisbar y esconderse. El que más ve y menos se deja ver, gana.

Me niego a participar en este juego. Es vil, estúpido y perverso. La sexualidad no es, no será nunca otra cosa que un elemento periférico en la constitución psíquica de un ser humano. Negar su importancia es insensato; convertirla en origen raigal de todo su ser es pura, destilada imbecilidad. La ética no es, no debe ser, no ha sido nunca una normativa de la conducta sexual (“esto se puede, aquello no, hasta aquí sí, así no, por aquí sí, por acá no”). Moralina “de mentirillas”. La ética es algo mucho más grande, más bello, más abarcador: la base de todo modelo convivencial entre los seres humanos. Es propositiva. Nos dice cómo vivir en armonía. La moral es otra cosa. Es prohibitiva: un sistema de interdicciones. Nos dice qué es lo que no hay que hacer. En tanto que tal, es siempre una forma de fascismo (un sistema de vedas, de luces rojas, de sanciones).

Urge redefinir el concepto de decencia. Decente es toda aquella persona que respete la integridad física y psíquica de sus semejantes. Punto. No hay otra definición posible. Indecente es todo aquel que instrumentalice al otro, que lo cosifique, que lo convierta en medio para lograr sus propósitos. Que construya su propia, egoísta felicidad sobre las ruinas, los escombros de los demás. Eso es algo que nadie tiene derecho de hacer.

La historia del mundo está llena de personas sexualmente heterodoxas, que se prodigaron a manos llenas, que irradiaron belleza, que ennoblecieron a la raza humana. Con aportes inmortales. Y luego montones de mojigatitos, de santiguadores, de seres recoletos, de personajillos mediocres que no tuvieron ni el talento para hacer el bien en grande, ni la perversidad para pecar en grande. Sin magnanimidad para la virtud, sin cojones para la perversidad. Son los juececillos tonantes que dictaminan lo que es “moral” o inmoral” desde sus miniestrados, con sus minicriterios, a partir de la experiencia de sus minividas. Muy fácil, no pecar, cuando ni siquiera se atreve uno a vivir. Para fallar notas, señores, tiene uno que comenzar por salir al escenario. Lo que la moralina sexual condena, lo legitima el amor. Eso es lo único que cuenta.