Niños a merced de sus verdugos

Las autoridades no manejan cifras exactas, pero alegan que este año aumentó la violencia contra menores de edad. Es un asunto de percepción, pero en el marco de ese estado de alerta yacen algunos denominadores comunes; por ejemplo, en la mayoría de los casos los agresores son familiares, ya sea padres o sus parejas, e incluso amigos cercanos a esas familias. De los gritos a la agresión física, las fatalidades provocadas a niños acapararon titulares y provocaron estupor.

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“Darío, que no jugués”. “Darío, pará ya de molestarme”. “Darío, tragate esa comida o me voy a enojar”. “¡Darío, me tenés harta!”. “Darío, no me toqués”. “Darío, largate de aquí”. “Darío, encerrate en tu cuarto; no te quiero ver”...

A Darío le gritaron nosécuántas veces.

Mientras su mamá lo alejaba de ella, Darío solo lloraba desconsolado; su llanto atravesaba, una y otra vez, las paredes de mi casa.

Aunque fui su vecina del 2013 al 2014, no lo conocí, pero podría asegurar que no pasaba de los cinco años.

Nunca supe si le pegaban, pero presumía que algo pasaba. Nosotros, sus vecinos, lo sabíamos. Pero nadie dijo nada. Nadie denunció nada.

Un caro silencio. Ese silencio de la gente siempre es el mejor cómplice de los agresores. En el caso de José, un muchacho de 22 años que fue agredido en su infancia por su padrastro, la indiferencia de sus vecinos lo perjudicó de mil y un maneras.

A José lo maltrataron desde los cinco años. Primero, le gritaron; luego, le pegaron porque sus “chillidos eran molestos”, recordó.

En su mente hay una imagen que se repite cada vez que cierra sus ojos: la de su padrastro quitándose la faja de cuero para dejarla caer una y otra vez sobre su menudo cuerpo, mientras su mamá volteaba la mirada.

“Me hacía hincar y... y...., diay, me comenzaba a golpear. En la espalda me quedaban los moretes”, narró.

Por eso, José aseguró que a Darío le fue bien, porque “unos gritos no son nada”.

Repitió esa frase, la analizó y se retractó. “Los gritos son el comienzo de todo. La gente ni le presta atención a eso, pero vea mi caso: todo comenzó por unos gritos”, expresó.

José consideró que lo que hicieron con Darío y con él en un principio fue agresión psicológica; una agresión que hasta hoy lo persigue.“Siempre pensé qué había hecho para que me gritarán así; luego, pensaba qué había hecho para que me pegaran así. La respuesta nunca llegó. No existía”, mencionó.

A pesar de que logró comprender eso, añadió, siempre que escucha de un caso de agresión contra menores, el martirio vuelve, el dolor regresa y la calma se va por donde vino. Martirio persistente.

Era la noche del 3 de agosto. Cada quien estaba en lo suyo: unos saliendo del trabajo; otros, preparando la cena.José, por su parte, estaba en su casa, a punto de dormir. A unos 90 kilómetros de él, en Siquirres (Limón) estaba un niño de dos años siendo golpeado una y otra y otra vez por su padrastro.

Nadie estaba en la vivienda para defenderlo: solo estaban él y su agresor. Su mamá había salido a recoger una refrigeradora que le habían regalado. Con cada golpe, el menor lloraba más; con cada lágrima, su padrastro se desesperaba y se ceñía más contra él.En un ataque de ¿furia?, lo golpeó de tal manera que le causó una hemorragia interna. ¡Lo mató!

Ya con el niño muerto, su pariente lo bañó, lo mudó y lo acostó en la cama. Su mamá regresó. Fue a saludar a su hijo, pero ya él no se movía, ya no respiraba.

Este menor se convertía así en una víctima más del maltrato infantil, un problema que para las autoridades se disparó en este año. Pero eso es pura percepción, ya que dijeron que no tienen una estadística que muestre el comportamiento.

La noticia de su muerte llenó las páginas de Internet y los espacios televisivos. De esa forma, el asesinato tocó a la puerta de la casa de José. “Ver eso fue como una estocada al corazón. Cuando uno ve ese tipo de cosas, es inevitable no pensar en lo que pasé y también se piensa en lo que, por dicha, no pasó”, aseveró José.

De hecho, dijo que, aunque podría parecer extraño, le agradece a la vida que su papá “tuviera un freno de mano a la hora de golpearlo”, porque si no, presume, su historia hubiese terminado como la de este niño de Siquirres.

Y así, el martirio por haber sido víctima de agresión en su infancia lo atormentó en una noche que parecía ser normal.

Sin confiar en nadie. José lo dijo sencillo: “Ni de los papás uno se puede fiar. A veces son lo mejor que la vida le pudo dar; muchas otras veces son lo peor”.

El Patronato Nacional de la Infancia (PANI) lo confirma al mencionar que la mayoría de los agresores de menores son familiares, principalmente los papás y sus respectivas parejas amorosas.

Tres meses antes, esa teoría se volvió a confirmar y, otra vez, José volvió a recordar lo que tanto quiere olvidar: los golpes que van y vienen contra pequeños.En Los Chiles de Alajuela, nuevamente un padrastro maltrataba hasta sexualmente a un menor de dos años y medio.

El pariente lo golpeaba, le clavaba agujas y no lo llevaba al médico, pese a que el niño estaba deshidratado por sufrir una fuerte diarrea. El 2 de febrero, por razones aún desconocidas, el hombre lo golpeó de tal forma que le lesionó el páncreas y lo mató. Mientras, la mamá guardó silencio. Un silencio mortal. Un silencio que existió en el caso de Darío, en el caso de Siquirres y en el caso de José.

“¿Un bebé es para quererlo? No. ¿Un bebé es para clavarle agujas? Claro. Y ahora sí podríamos decir que estamos en el mundo de los locos e infelices”, expresó el muchacho. No entiende nada...En agosto, José no pensaba en nada más que el mejor momento a nivel personal que pasaba: tenía la novia soñada, le salió un trabajo de medio tiempo y le iba bien en sus estudios de psicología.

Una noche de ese mes, él lavaba los platos, mientras su pareja veía televisión en otro cuarto de su casa. De repente la muchacha gritó; él fue a buscarla y, al verla bien, le preguntó qué le había pasado. Recordó que con un rápido movimiento, ella apagó el tele y, con una sonrisa fingida, le dijo: “No pasa nada. Perdón”.“Ella conoce mi historia y siempre hace eso cuando hay una noticia de un niño agredido; siente que me siento identificado y quizás tenga mucha razón”.

José tomó el control remoto y encendió la pantalla. Las imágenes mostraban cuando los socorristas subían una empinada cuesta, sosteniendo una camilla naranja cubierta con una sábana blanca.

“El menor de 11 años fue asesinado, luego de que el sospechoso aparentemente lo abusara y lo sumergiera en un riachuelo hasta ahogarlo; todo eso, frente a su hermanita, a quien al parecer también agredió sexualmente, según las autoridades”, recordó José que dijo el periodista en una transmisión en vivo.

¿El principal sospechoso? Un amigo de la familia, de apellido Umaña y de 19 años.

“Si no son los papás, son personas demasiado cercanas. ¿Cómo la gente no lo nota? ¿Cómo omiten esto? Eso es lo que no me explico. A mí no me pasó ni la cuarta parte de lo que les sucedió a ellos, pero no puedo evitar sentirme identificado, sentirme aterrado”, aseguró.

Con cada caso, los sentimientos de José se encuentran y chocan entre sí: es una guerra entre el odio, el desprecio, el dolor, la tristeza y la desesperación.Pero aseguró que quien gana esa batalla es el sentimiento de impotencia, el cual llega para desbaratar lo que parece ser, por fuera, un fuerte cuerpo. “Ver esos casos y no poder hacer nada me hace sentir la peor persona de este mundo. A ellos hay que ayudarlos, pero cuando me entero de la noticia es porque ya es demasiado tarde”, lamentó.

Por ello, José dice que si en el camino de la vida llega a tener vecinos que les griten o peguen a sus hijos, no dudará en intervenir. Y le creo, porque él sabe lo duro que es ser un niño a merced de un verdugo.

MÁS VIOLENCIA

11 de abril

Un bebé de 9 meses murió luego de que su mamá y padrastro le propinaran una fuerte golpiza. El menor falleció en el Hospital de NIños.

12 de mayo

Una mujer es investigada por quemar con una plancha a su hijo de ocho años. Le provocó quemaduras de primer y segundo grado en su pierna derecha.

29 de julio

Una madre fue denunciada por pegarle a su hijo, de 9 años, con un gancho de lavandería. El niño tenía marcas en la espalda y brazos.

17 de Agosto

Una mamá y un padrastro agredían constantemente a una menor de 3 años, a quien le ponían chingas de cigarro y fósforos calientes en las piernas y pies.

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