Muchas cabañas en el agua

Ninguna construcción debe estar a la orilla del mar; incluida la casa del calypsonian Walter Ferguson. Esta es la historia del miedo que circula por el Caribe sur.

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Hace más de diez años que Walter Ferguson dejó de componer canciones. La guitarra negra que lo acompañó por décadas, con la cual grabó sus discos Babylon y Dr. Bombodee (algo así como Dr. Voltereta), la guardó en un clóset y luego la regaló a un sobrino porque pensaba que ya no tenía nada más que contar.

Mas las vueltas del destino hicieron que don Walter pidiera de regreso su guitarra y movilizara a parientes y vecinos para componer un calipso muy particular: uno que responda y refleje el temor que se ha apoderado de numerosos pobladores de Cahuita, Puerto Viejo y el Caribe sur a raíz de una disposición girada por la Contraloría General de la República que pide a la Municipalidad de Talamanca tomar acciones administrativas o judiciales contra las construcciones establecidas irregularmente en la zona marítimo-terrestre.

Esa disposición surge de una denuncia ante la Contraloría planteada por una vecina de Talamanca; ese caso todavía está en investigación. En las primeras indagaciones, se encontraron 13 construcciones incumpliendo la Ley Marítimo Terrestre.

Ferguson tiene 93 años. Es casi tan viejo como el actual asentamiento de Cahuita town. Vive en el mismo sitio que su padre compró hace 90 años y que sus hijos transformaron en las Cabinas Sol y Mar, un modesto hotelito a la entrada del Parque Nacional, justo enfrente del hotel y restaurante Parque Nacional, uno de los que se encuentra en esa lista roja de construcciones irregulares y de posibles candidatas a la demolición.

Ferguson es de los últimos y más ingeniosos narradores musicales del Caribe limonense y centroamericano, y ha recobrado el ímpetu de trovador ante la incertidumbre generada por el futuro de esas edificaciones asentadas de modo irregular en la zona pública y en la zona restringida que contempla la ley marítimo-terrestre. (Vea recuadro aparte)

La inquietud es que la historia de Cabin in the water –tema que don Walter compuso en 1978, cuando desalojaron a los pescadores para crear el Parque Nacional Cahuita– pueda repetirse ahora con un puñado de hospedajes, restaurantes y casas de habitación.

Cabin relata el traslado de Cahuita y cuenta cómo Bato, un pescador que se negaba a abandonar su ranchito, construyó una cabaña en el agua porque el gobierno ya no le permitía tener nada sobre tierra firme. Ferguson lo relata de manera humorística y tragicómica, con el ritmo cadencioso que ha viajado en el equipaje de miles de turistas extranjeros que lo llevan como un souvenir musical del Caribe limonense.

Treinta y cuatro años después, la zozobra envuelve a quienes habitan a 50, 100 ó 150 metros de la línea que traza el mar en marea baja.

La mayoría de los antiguos pobladores no tienen títulos de propiedad pues heredaron esos terrenos o las casas de sus abuelos, y se los han ido pasando unos a otros.

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Hay algunos casos, como el de Eva Dickson Spencer, en que la propiedad donde vive fue comprada por su familia con cocos. O el mismo caso de don Walter, quien tampoco posee un documento que lo acredite como dueño porque un abogado “muy decente” le advirtió a su padre, hace más de 80 años, que estaba dentro de la milla marítima y que iba a botar plata tratando de obtener papeles legales.

¿Quiénes están en regla y quiénes no? “El problema que tenemos es de interpretación de la ley y es la Municipalidad de Talamanca la que debe resolver en el plazo que le otorgó la Contraloría General de la República”, explica Enrique Joseph, presidente de la Unión de Asociaciones de Desarrollo de Talamanca y propietario de un restaurante situado en la zona restringida.

La psicosis de la demolición

Apenas se pone un pie en Cahuita, Puerto Viejo, Manzanillo o cualquiera de las comunidades costeras, la pregunta que circula en boca de todos es: “¿Se sabe algo de las demoliciones?” “¿Qué van a hacer con nosotros?”

La psicosis del desalojo y la demolición ronda entre cabinas de madera o de cemento, entre sodas, restaurantitos, tiendas de artesanías y hasta en el puesto de la Policía, que también se encuentra en la zona del conflicto.

“Nos dicen que debemos desalojar, que nosotros mismos tenemos que demoler nuestra casa, llevarnos los escombros y buscarnos dónde vivir”, dicen los hijos de Walter Ferguson, el profesor Claudio Reid Brown y Asburn Grant, pariente este último de Bato, el personaje del famoso calipso.

“Tendremos que vivir en tiendas de campaña o tal vez en cabañas en el agua, como Bato”, cuyo nombre era Alberth Humphrey, un pescador solitario que acabó viviendo en playa Negra “porque los ministros del parque” lo echaron también de su cabin in the water.

My business is rent cabins (Mi negocio es alquilar habitaciones), afirma Elisha Beckford, propietario de Cabinas Brisas del Mar, situadas en una saliente de roca coralina al norte del Parque Nacional. “Si me quitan, tienen que quitar la escuela también”, que está al frente de su propiedad. Lo mismo ocurre con Mrs. Edith McCloud, una hermosa afrocaribeña que ofrece comida caribeña en su restaurante, ubicado junto al puesto de Policía.

Ni precaristas, ni inversionistas. La franja en conflicto en algunos casos luce desolada, con potreros y casas semiabandonadas, porque “la incertidumbre nos tiene paralizados”, explica Mrs. Edith.

“¡Living tranquilo! es lo que quisieran Elisha y todos sus vecinos. “No todos tenemos el mismo corazón”, comenta Delrita Flack Joseph, la vendedora de patí y plantain tarte a la entrada del Parque, refiriéndose al temor de correr la misma suerte que el empresario Jan Kalina, dueño de los hoteles Suerre y Las Palmas, quien murió poco después de que el Ministerio del Ambiente y Telecomunicaciones (Minaet) demoliera las instalaciones hoteleras en junio del año pasado por haber construido en el Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo.

Naufragio y rescate

Los pobladores de Cahuita se encuentran particularmente confundidos porque están viviendo en un cuadrante que les fue donado por el expresidente Alfredo González Flores, en 1914. Este, en un recorrido por el Caribe, fue sorprendido por una lluvia torrencial.

“La lancha en la que viajaba –cuenta el profesor Claudio en un tono novelesco– se internó en el mar bajo aquel aguacero. Embarcación a la deriva, rumbo desconocido, la lancha estuvo así por varias horas hasta que logró llegar a Tuba Creek”.

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Los pobladores de Cahuita rescataron al presidente, le brindaron hospedaje e incluso, un traje nuevo sin estrenar.

En agradecimiento, González Flores compró varios terrenos a William Smith, uno de los primeros colonos jamaiquinos de la región y trasladó la comunidad al cuadrante donde actualmente se localiza. El Presidente pagó por las tierras ¢500 de su bolsillo, asegura don Claudio.

Casualmente, de eso trata el calipso que quiere componer don Walter a sus 93 años. Con su andar pausado, su frágil figura y su gran humildad, el músico confiesa que ya probó varias guitarras. “No es la guitarra, son mis dedos... algo le pasó a mis dedos... no puedo sostener las cuerdas. Ya no puedo tocar, tampoco escribir, porque la vista me falla, pero la idea la tengo clara en mi mente”, cuenta.

En el calipso, lo importante es el ingenio, y el de Ferguson se mantiene intacto.

La historia que quiere contar es muy simple: “pedirle a Lady President (la presidenta Laura Chinchilla), que no nos saque de aquí porque otro presidente nos dio esto. Escogió este lugar porque pensó que era mejor para vivir”.

Lo único que falta es que aparezca alguien que lo acompañe en la guitarra y toque para que el calypsonian se reanime, improvise y le agregue algunos pinceladas de humor.