Monica Lewinsky: la primera víctima del bullying cibernético

El acoso cibernético que sufrió la involucrada en uno de los escándalos sexuales más grandes de EE. UU. la convirtió en una activista contra este tipo de violencia

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“Claro, mi jefe se aprovechó de mí, pero siempre me mantendré firme en este punto: fue una relación consensuada”.

Las pocas veces que Monica Lewinsky ha dado declaraciones después del escándalo sexual y la cacería mediática y virtual que se desató en su contra, hace veinte años, se asegura de dejarlo claro: el expresidente de Estados Unidos, Bill Clinton, no abusó de ella sexualmente, sino que fue una relación consensuada (a pesar de que muchos pongan en primer plano la relación de poder que él ejercía sobre ella, siendo su subalterna).

El abuso del que habla, eso sí, fue el que vino después. Uno sin precedentes en un mundo cambiante donde el Internet mostraba sus verdaderas garras.

La presión mediática y pública la llevaron al borde del suicidio. Su vida “normal”, de pronto había desaparecido.

“La atención y el juzgamiento que recibí, no la historia, no tenían precedentes. Fui calificada como una prostituta, una perra, una puta, una bimbo y, por supuesto, ‘esa mujer’”, dijo Lewinsky en su charla TED, El precio de la vergüenza, en 2015. “Fui vista por muchos, pero en realidad pocos me conocen. Y lo entiendo, era fácil olvidar que ‘esa mujer’ era dimensional, tenía un alma, y alguna vez fue no estuvo rota”.

Cuando eso le sucedió, hace 20 años, no tenía nombre… no le había pasado a nadie de una forma tan agresiva. “Ahora lo llamamos acoso cibernético y acoso en línea”.

Lewinsky acepta la responsabilidad por lo que sucedió. “Yo, personalmente, lamento profundamente lo que pasó entre el presidente Clinton y yo”, le dijo Lewinsky a Vanity Fair. “Permítanme repetirlo: Yo. Personalmente. Profundamente. Lamento. Lo. Que. Sucedió”.

Lo que vino en su vida la superó. En el 2005, Monica huyó. Se mudó a Londres para llevar una maestría en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres.

Su plan era graduarse y conseguir trabajo, “una vida mucho más privada, y avanzar hacia un camino de desarrollo más normal”, le dijo a The Guardian tiempo después.

Supo que eso ya no era posible: el estigma superaba sus calificaciones y aptitudes. Ni siquiera podía conseguir trabajo voluntario con una organización benéfica.

“Estaba pasando por un momento tan difícil”, dice. “Me sentí tan destrozada que me tomó seis meses reunir el valor para acercarme a una organización en particular. Cuando lo hice, me dijeron que trabajar allí ‘no era una buena idea’. Fue una desolación de diez años para mí. Estaba realmente forcejeando. No pude encontrar mi camino”.

Una de sus profesoras fue quien le dio la clave: le dijo que cuando de poder se trataba, siempre tenía que haber una narrativa competitiva. Y ella no tenía una. “Era cierto. Había pensado erróneamente que si me retiraba de la vida pública, la narración se disiparía. Pero en su lugar se escapó de mí aún más”, contó.

En ese momento Monica se dio cuenta que tenía que hacer algo para desobjetivizarse a sí misma.

En el 2014, luego de más de una década en silencio, Lewinsky escribió un ensayo para Vanity Fair, titulado Vergüenza y sobreviencia.

Como resultado, se le pidió que hablara en una conferencia de Forbes y luego vino la invitación para la charla TED. Valió el esfuerzo.

Organizaciones benéficas como el Premio Diana (empresa, respaldada por los príncipes William y Harry, que busca inspirar y reconocer la acción social en los jóvenes) están haciendo fila para trabajar con ella en campañas contra el acoso cibernético.

“No hagan bullying al bully”, aconseja Lewinsky. “No mueve la conversación hacia adelante. Veo el bullying como algo similar a la automutilación. Las personas que se cortan están tratando de localizar su dolor. Creo que con la intimidación, las personas sufren por innumerables razones y las están proyectando. En lugar de cortarse a sí mismos, cortan a otra persona”.

Frente a miles de personas, con la voz temblorosa y con la cabeza afuera del pozo del cual Lewinsky casi no sale, la mujer aprovecha su espacio para enviar el mensaje más importante de su vida.

“La crueldad hacia los demás no es nada nuevo. Pero en línea, la vergüenza tecnológicamente mejorada, se amplifica, no se contiene y es permanentemente accesible (...). Hay un precio muy personal para la humillación pública, y el crecimiento de Internet ha elevado ese precio”, asegura. “Estamos en un ciclo peligroso. El cambio comienza con algo simple, pero no es fácil: tenemos que volver a un valor que perduró por mucho tiempo: la compasión”.