Mister Masking

A Gerardo Picado, la rotulación lo encontró ya maduro. Media vida le bastó para conquistar la capital

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Es difícil de imaginar, pero hubo un momento en que su letra no estuvo estampada por todo San José. Aquellos eran los tiempos cuando Gerardo Picado trabajó en el departamento de crédito de una tienda, en una importadora de ropa fina, en una tienda de cortinas y en varias cantinas (La Cuesta, Margot, Rocío...) en donde le tocaba abrir, hacer oficio, ser el cantinero y cerrar.

Ello hace que no sea difícil de imaginar de dónde viene esa chispa habladora y el don de gentes de alguien que ha pasado toda la vida preguntando “qué se le ofrece”.

Gerardo Picado tiene 65 años, y apenas media vida de ser rotulista. Él se reinventó ya maduro, y no recuerda cuándo, porque, para él, hacer publicidades callejeras solo fue un empleo más.

Ya estaba bien instalado en sus 30 cuando cayó como asistente de un rotulador de negocios comerciales. Alguien le dijo alguna vez que por qué no se independizaba si él era quien hacía todo el trabajo; otro día se le ocurrió prescindir de los moldes de cartulina para hacer la tipografía y las empezó a crear al vuelo con masking tape (su gran revelación); y otro día, un cliente lo vio venir y le soltó: “Ah, ya llegó Mister Masking”. Así nació el título del señor Picado.

Callejeando

Mister Masking vive en Calle Fallas de Desamparados, con su hermana Ileana. Tiene un torso recio y unos brazos que parecen prestados de otro más flaco. Sus manos no son dignas de anotaciones, a menos de que se las vea trabajar.

Dice que recibe algunas llamadas de clientes que le piden trabajos, pero él prefiere salir a la calle a ofrecer sus servicios. “Me gusta ver la pared y ofrecer lo que puedo hacer”.

Hay cierta cualidad hipnótica de ver a Gerardo Picado trabajar. La pintura tiene lo suyo, pero lo que “apantalla” es cuando arma unos complicados “andamiajes” de cinta sobre la pared, los moldes para una tipografía única. Pega y corta la cinta en dos movimientos y la estira en uno. Zum, zum, pa; zum, zum, pa; zum, zum, pa.

“Él no mide las letras, y mire lo parejitas que quedan”, hace notar Ileana, a lo que Mister Masking agrega: “Todo está en la mente”.

En un buen día, Mister Masking puede hacer unos tres trabajos; en una mala jornada, ninguno. Antes solía trasnochar. Rotulaba los camiones que dejaban verdura en el mercado Borbón, o los taxis que esperaban clientes frente al hotel Del Rey o al restaurante Chelles.

Alguna vez, el camión de la basura se llevó los materiales que guardaba en una bolsa plástica. Hubo persecución nocturna, ayudado por sus amigos taxistas.

“Ahora hay mucho de digital y mucho microperforado; pero hay mucha gente a la que le gusta la rotulación original”.

¿El rótulo más raro que le han pedido? “Un chavalo me pidió que le pasara un rótulo de lado a lado en el carro con la palabra ‘Demente’”.

Gerardo Picado ya no trabaja de noche. Se cuida del asma y de una obstrucción pulmonar.

El diseñador Alfredo Enciso se hizo seguidor del trabajo de Mister Masking antes de conocerlo. Los rótulos que encontraba en la calle fueron el camino de migajas que lo guiaron.

La quinta edición del Festival Internacional de Diseñocoproducido por Enciso– sirvió de marco para publicar un libro que explora en detalle el trabajo de Picado.

La obra fue escrita por Karina Salguero y tiene fotos de José Tenorio. Las ganancias le llegarán directamente al diseñador callejero.

Esta semana, Picado no quiso salir a trabajar para cuidarse el pecho, y así no faltar a la presentación de su libro. Confiesa que le gusta el reconocimiento, tanto del gremio de los diseñadores como de los transeúntes que para en la acera para verlo trabajar.

“A mí, todo esto me gusta porque, ¿cómo le dijera?, me siento bien”.

Una vez que uno se empieza a fijar en el trabajo de Gerardo Picado, no se lo puede dejar de ver.

Mister Masking dice que lo más lejos que suele hacer trabajos es en San Pedro de Montes de Oca. Excepcionalmente hizo un trabajo en Zarcero alguna vez, pero no le gusta alejarse.

Lo suyo es San José, o mejor dicho, San José es suyo.