Mayo de 1968: el revolucionario Big Bang que sacó a Francia a las calles

Cinco décadas atrás, Francia estaba fuera de control: el idealismo joven de las universidades de París inflamó una huelga de 10 millones de obreros que se extendió por seis semanas. Las consignas hacen temblar al mundo hasta el día de hoy.

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París está patas arriba. La ciudad del amor, entonces idealizada por los libros y películas de la época, no es segura para que paseen los enamorados.

Las manos de los protestantes alzan los adoquines del empedrado de los bulevares del Barrio Latino. Carros volcados, calles bloqueadas, incendios inflamados por la gasolina hedionda de las bombas Molotov.

El 19 de mayo de 1968, una noticia de Agence France-Presse (AFP) anuncia a las redacciones del mundo: “Francia quedó hoy totalmente paralizada por un movimiento de huelgas y reivindicaciones iniciado hace seis días que alcanzó los sectores económicos, sociales y culturales del país (...) Ningún ferrocarril circuló en el país. Una tras otra, mientras tanto, las compañías aéreas extranjeras anulaban sus vuelos con partida o destino de París, mientras que la capital quedaba sin servicios públicos y sin basureros”.

La ciudad más hermosa del mundo se hincha de gritos revoltosos: en gargantas, paredes y afiches.

La beauté est dans la rue. La belleza está en la calle.

Soyez réalistes, demandez l’impossible. Sean realistas, pidan lo imposible.

Il est interdit d’interdire! Está prohibido prohibir.

En medio del humo y las palizas de la gendarmería era difícil de encontrar, pero el humor joven estaba allí para quienes supieran buscarlo.

Revolución joven

El 15 de mayo de 1968, trece días después de la primera revuelta, estudiantes y facultad de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes ocupan el estudio de litografía y se autodenominan el Atelier Populaire (el “taller popular”).

Alguien les dona una máquina de serigrafía y, entre tantas manos, los carteles se multiplican, entre 2.000 y 3.000 por día.

“Los pósters producidos por el Atelier Populaire son armas al servicio de la lucha y son una parte inseparable de ella. Su lugar está en los centros de conflicto, es decir, en las calles y las paredes de las fábricas”, imprimen después en un libro.

Empapelada con afiches, París sostiene las voces originales de los cientos de estudiantes de la Universidad de Nanterre: “La policía se muestra en Bellas Artes, las bellas artes se muestran en las calles”; “La lucha continúa”; “Sean jóvenes y cierren la boca”.

“El sentimiento que teníamos en esos días, el que le ha dado forma a mi vida entera, era realmente que estábamos haciendo historia. Una sensación exaltada, de repente nos habíamos convertido en agentes de la historia mundial. No es algo fácil de procesar cuando apenas tienes 23 años de edad”, aseguró , ahora con 73, el político Daniel Cohn-Bendit en una entrevista publicada por The New York Review of Books.

Antes de las protestas de aquel mayo, Cohn-Bendit ya era un indeseable.

Hijo de judíos alemanes y militantes de izquierda, el estudiante de Nanterre se hizo famoso en enero de 1968 por interpelar al Ministro de Juventud y Deportes durante la inauguración de una piscina en la universidad.

Conh Bendit le gritó: “He leído su libro blanco sobre la juventud y en él no se habla de sexualidad”. El Ministro le respondió: “Si usted tiene problemas de ese tipo no tiene más que lanzarse a la piscina para tranquilizarse”.

Irritados por la respuesta “fascista”, las manifestaciones estudiantiles se fortalecen en las semanas siguientes con afán de desestabilizar a las autoridades universitarias y parisinas.

La polarización política también acompañó a la prensa: la izquierda defendió las protestas y los derechistas las abominaron

Son muy extremas las preocupaciones que se cruzan en las peticiones de los jóvenes: se quejan de que el gobierno controla la moral de su vida sexual —reclaman porque los hombres tienen prohibido el ingreso a las residencias femeninas y viceversa—, se manifiestan en contra de la guerra entre Estados Unidos y Vietnam.

En este último tema, Conh Bendit lidera al Movimiento 22 de marzo durante la ocupación de la torre administrativa de su universidad. La prensa francesa lo apoda “Dany el rojo”.

Para abril, las clases que se mantienen en Nanterre son pocas y el orden es inútil. La extrema izquierda y la anarquía obstruyen el funcionamiento normal de la universidad.

El estallido llega, finalmente, cuando el decano decide cerrar la facultad hasta julio. La orden se emite el miércoles 1°. de mayo.

Al día siguiente, sin refugio, los estudiantes deciden movilizarse hasta el campus de La Sorbona. El Barrio Latino, en los alrededores de la prestigiosa universidad, arde en enfrentamientos con las autoridades.

Días después de peleas continuas, Conh Bendit aparece en una fotografía sonriente, frente a varios policías armados hasta los dientes para amedrentar los disturbios.

“Habían anunciado acciones disciplinarias para el 6 de mayo, a fin de contrarrestar la ocupación de nuestra universidad. Nos defendieron nuestros profesores, Alain Touraine y otros”, dijo Conh Bendit en la entrevista con The New York Review of Books. “(La fotografía) me convirtió en ícono de la rebelión. Yo la llamo “el sol del ’68” porque mucha gente la asocia con cosas positivas: no con la violencia, no con con los adoquines que se tiraban, sino con nuestra forma irónica de provocar al poder”.

Pero el 6 de mayo no hubo reprimendas académicas, las amonestaciones fueron particularmente violentas: 600 heridos y 422 detenidos.

Son cifras que no merman el alboroto absoluto en el que se ha convertido París en mayo y que se extiende hasta junio.

Los jóvenes no abandonan las calles ni siquiera para dormir.

Un país en paro

En 1968, el mundo mantenía revoluciones de todos los colores. Sin embargo, en marzo, en las vísperas de las primeras manifestaciones de Nanterre, el periódico Le Monde se hizo célebre por decir que Francia parecía estar “aburrida” entre tanta convulsión política.

“La juventud se aburre. Los estudiantes se manifiestan, se mueven, pelean en España, Italia, Bélgica, Algeria, Japón, Estados Unidos, Egipto, Alemania y hasta en Polonia. Da la impresión que tienen que emprender una protesta para hacerse escuchar. Eso es, al menos, un sentimiento de que el absurdo debe confrontarse con disparates. Los estudiantes franceses se preocupan por saber si las chicas de Nanterre y Antony van a poder entrar libremente a las habitaciones de los chicos, una idea limitada de los derechos humanos”.

Cinco décadas después, el texto parece casi una premonición irónica del caos de los meses siguientes.

En París, la noche del 10 y el 11 de mayo llegó a los libros de historia con el nombre romántico de “la noche de las barricadas”. Pero los eventos fueron tan poco sensibleros que el filósofo André Glucksmann se refirió al legado de mayo del 68 llamándolo “un cadáver del que todos quieren robarse un pedazo”.

El pedazo vivo del Barrio Latino que tomaron 20.000 personas la noche del 10 de mayo lo reclamaron las Compañías Republicanas de Seguridad en la madrugada, a punta de golpes y bombas lacrimógenas.

La lucha de tres horas se disipó a las cinco de la mañana pero dejó en escombros al Barrio Latino.

Los hospitales recibieron 367 heridos —251 de ellos eran policías—; afortunadamente, ningún muerto.

Periódicos y radio informaron sobre la situación pero, también, condenaron el desorden. El Ministro de Educación desestimó las movilizaciones como ocurrencias anarquistas: “Sin doctrina, sin fe ni ley”.

No obstante, la violencia de las barricadas presionó a los sindicatos más poderosos —la Confederación General del Trabajo, la Confederación Francesa Democrática del Trabajo y la Federación Nacional de la Educación— y convocaron una huelga general en solidaridad con las protestas jóvenes.

AFP publicó que un millón de trabajadores no se presentaron a sus puestos pero acompañó la cifra con un título bonachón que afirmaba que Terminó la huelga en París: “250.000 obreros en huelga y estudiantes se manifestaron pacíficamente durante el lunes por las calles de la capital para protestar contra el gobierno de Charles de Gaulle”.

La paz fue engañosa puesto que, ese mismo día, las autoridades reabrieron los edificios de la Sorbona y los estudiantes los tomaron para posteriores mitines con el sector trabajador.

Con 10 millones de trabajadores paro, Francia estaba prácticamente paralizada.

La anarquía consumió hasta los espacios más sagrados de la vida francesa: el Festival de Cine de Cannes apenas pudo proyectar 11 de las 28 películas de su competencia oficial y canceló los premios cuando renunció su jurado.

Al principio, parecía que no hay consenso entre la “revuelta estudiantil” y las necesidades del resto del país. Académicos y partidos políticos tomaron las riendas de la discusión para estructurar las peticiones que se entregaron al gobierno, instituciones y patronos

Los partidos de izquierda repartieron panfletos con solicitudes de mejores salarios, control de la inflación y el crédito, universidades participativas para las organizaciones estudiantiles, comités ciudadanos en órganos públicos y privados, y otros.

Todos querían un pedazo del “cadáver”.

Hasta el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre intentó sacarle provecho a la fauna de estudiantes, profesores, obreros de fábricas y campesinos que convivió por semanas en la Sorbona.

Su intervención se hizo tan valiosa que el semanario Le Nouvel Observateur lo sentó a conversar junto a Conh Bendit en otro juego de dicotomías: la rebeldía vieja al lado de la nueva, la revolución teórica junto al revoltoso del Barrio Latino.

Sartre lanzó las preguntas de la izquierda cautelosa, la que por muchos años había convivido sin mayor roce con el conservadurismo de derecha del presidente De Gaulle: “Cuando la situación es revolucionaria, un movimiento como el de ustedes no podrá ser detenido pero su ímpetu se desvanecerá. ¿Qué resultados irreversibles alcanzará este movimiento, suponiendo que se detenga?”

Pero, “Dany el Rojo” contestó como si pudiera ver el futuro: “Los trabajadores obtendrán algunas demandas materiales y los movimientos estudiantiles junto con los profesores sacarán adelante reformas universitarias importantes. Estas no serán las reformas radicales que nos gustaría ver pero todavía podremos hacer presión. Haremos propuestas particulares y algunas pocas serán aceptadas porque no se atreverán a negarlo todo. Eso traerá progreso, por supuesto, pero nada habrá cambiado, así que seguiremos desafiando al sistema como un todo”.

La lucha continúa

Han pasado cinco décadas desde aquel mayo. En el 2017, el presidente Emmanuel Macron se convirtió en el primer líder francés que no vivió —ni siquiera por transmisión radial– el contagioso alboroto del 68.

Este año, el aniversario pasó por Francia casi sin pena ni gloria por París. Para unos, la ausencia es un testamento de su insignificancia y para otros un vestigio de su silencioso valor.

En Costa Rica, la Alianza Francesa cubrió su sala principal de afiches y grafitis simbólicos: La lutte continue. La lucha continúa.

Mayo de 1968 no logró desarmar radicalmente el pensamiento político de la derecha ni polarizar a los indecisos hacia la izquierda.

Aunque los cambios en la cultura democrática fueron revolucionarios en su momento, ahora se leen como una lista de inquietudes cotidianas.

Los acuerdos tras la huelga nacional subieron los salarios en un 10% y los del sector de transporte en un 35%.

Los franceses entraron al “mundo moderno”, como aseguró The New York Times, críticos y un poco mejor preparados para albergar nuevas visiones y consignas sobre el medio ambiente, los derechos humanos de la mujer y la integración de las comunidades migrantes.

El espíritu de la revolución fue tan efímero que se disolvió con referéndum en el que De Gaulle perdió su presidencia contra un candidato de su propio partido (Georges Pompidou). Pero tan deseado es el sentimiento de zozobra que lo han intentado encapsular en la nostalgia de fotografías, afiches, libros y películas.

Del París patas arriba de mayo de 1968 el único legado que es intocable –tal y como ocurrió con la Revolución Francesa– son la filosofía y, por supuesto, el arte.

Dos historias de parís del 68 en primera persona

Álvaro Marenco, actor costarricense, 75 años

“Andaba en la calle un día, con un amigo, y los policías me agarraron y me preguntaron que qué estaba haciendo yo allí. Me hice el que no hablaba francés, que no entendía. El policía me dio un golpe en la cabeza con un bastón y me dijo: ‘Con esto va a comprender de qué se trata’.

Caí en el piso y me levantaron un montón de estudiantes. Después, levantábamos los adoquines de la calle para tirárselos a la policía. Yo no tenía mucha conciencia pero se metieron directamente conmigo.

Tenía un amigo francés y también había unas amigas costarricenses –Vicky Freer y Marie France Poveda– quienes me hicieron participar.

En la esquina de la casa los carros de la policía se siguieron parqueando , como era en el Barrio Latino (sobre la rue Monsieur le Prince) Nunca pasó nada pero estábamos cerca de la Embajada de Vietnam y era un momento bastante convulso.

En una protesta nos tiramos a la calle en la fuente de Saint-Michel, nos sacamos la ropa y salimos desnudos.

No era mi país y no podía involucrarme mucho pero lo hice, pensando en la revolución estudiantil.

Iba mucho a un local en el barrio y me tocó escuchar a Jean-Paul Sartre y a Daniel Cohn-Bendit. Meses después hice una película argelina en la que hacía un papel como de él, el Rojo”.

Rémy Leroux, licenciado en turismo francés, 71 años

“Estaba en mi primer empleo. Había regresado de mi servicio militar obligatorio y trabajaba en el gremio patronal de las agencias de viajes de Francia.

Eso me obligó a ser alguien que quería quebrar la huelga. Intentábamos organizar viajes a pesar de todos los problemas: carreteras bloqueadas, lo mínimo de gasolina. No podía estar del otro lado, con los estudiantes, pidiendo reformas.

Pero, en las noches, me reunía con compañeros diplomados en turismo. Nos reuníamos en un café un poquito lejos de la agitación para plantear una reforma de la enseñanza turística. Imaginábamos todo tipo de mejorías y eso, después, lo convertimos en un documento de 100 páginas y lo sometimos al Ministerio de Educación.

Vivía solo con mi mamá y la pobre escuchaba las noticias en la radio porque la televisión eran solo canales estatales, todos en huelga. Mi mamá escuchaba las noticias en la radio privada y su hijo no regresaba...

Después, me iba al Barrio Latino y a conocer la Sorbona, que aún no conocía porque estaba en una universidad técnica. En los pasillos vi cosas que, en la época, eran censurables. Entraba en aulas y escuchaba discursos entre obreros, campesinos y estudiantes. Se decían “camaradas”. Yo vengo de un hogar medio bajo, eran cosas impensables. Tres poblaciones que nunca antes y nunca después se han vuelto a unir”.