Matrimonios desechables

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Muy enamorados, tras siete años de noviazgo, luego de pensarlo despacio y esperar a tener “buenos trabajos”, decidieron caminar juntos hacia el altar.

Pero su matrimonio no fue más que un castillo de cristal. El anhelo de vivir “felices para siempre” chocó de frente con la salvaje realidad y el divorcio llegó como polizonte a una historia que –creían sus protagonistas– era de amor verdadero.

Silvia solo estuvo casada dos años y medio, aunque pensó que lo estaría hasta la muerte. El proceso de separación, dice esta muchacha de 31 años, fue “terrible; espantoso”, al tiempo que destaca que el fracaso de su matrimonio fue consecuencia de factores externos.

“Tomar la decisión fue demasiado duro. Es horrible tener que decir ‘hasta aquí’, y darte cuenta de que esa persona no te valora ni te quiere”, expone con serenidad quien fuera víctima de una infidelidad.

En el caso de Alexis, fue la inmadurez lo que ocasionó el final de su compromiso conyugal. Así lo reconoce cuando mira al pasado y asegura que la unión sacramental y la unión civil que consintió caducaron apenas a los dos años.

“Llevábamos tres años de novios; ella siempre insistía en que nos casáramos y, en una de tantas, le dije que sí. Sabía que me había equivocado, pero ya no había marcha atrás. Empezó a organizar todo: que la fiesta, que la luna de miel, que la casa...”, rememora con resaca de angustia.

Tanto Silvia como Alexis –ella, ingeniera en sistemas; él, chofer de una empresa privada– engrosan la estadística del 18% de parejas que se divorcian antes de cumplir tres años de matrimonio.

Ambos se casaron con sus respectivas parejas cuando tenían 26 años de edad. Accedieron a compartir sus historias con la condición de que no reveláramos sus apellidos.

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La citada cifra es un promedio de las separaciones –concretadas antes de que la unión alcanzara el tercer año– registradas entre el 2007 y el 2011. Los datos fueron proporcionados por la jefatura de inscripciones del Tribunal Supremo de Elecciones.

Por ejemplo, en el 2007 hubo 10.641 divorcios, de los cuales 1.642 fueron de parejas que no llegaron a celebrar su tercer aniversario de bodas, lo que representó un 15,4%. Entretanto, el año pasado, de los 10.650 divorcios que hubo, 1.820 pertenecieron al grupo señalado, lo cual equivale a un 17,1%.

El porcentaje más alto se presentó en el 2009, cuando el 23,5% de los divorcios correspondieron a matrimonios de menos de tres años de iniciados. En números absolutos, fueron 2.873 de un total de 12.241 divorcios.

Ese “pico” se debe a que en febrero de aquel año, los magistrados de la Sala Cuarta declararon inconstitucional el plazo mínimo de tres años que establece el inciso 7 del artículo 38 del Código de Familia, para que una pareja pueda divorciarse por mutuo consentimiento. Tras esa resolución ya no hay un mínimo de tiempo para optar por una separación.

El fenómeno de los “matrimonios desechables” se da en el marco de un incremento avasallante de los separaciones en el país. En 1980, el número de divorcios fue de 1.667; una década después, aumentó a 3.325; para el 2000, creció a 6.873, y para el 2010, había subido a 11.697. Es decir, cada diez años, la cifra se duplica.

Al comparar las estadísticas del año pasado –en el que hubo 25.021 uniones versus 10.650 separaciones–, la relación es de un divorcio por cada 2,5 matrimonios. Lo anterior significa que, por cada cinco parejas que contraigan nupcias, dos firmarán los papeles para poner fin a su relación.

Una opción más

El incremento de los divorcios y la poca duración de los matrimonios obedece, en gran medida, a una serie de cambios sociales y económicos, así como a la creación de leyes que protegen a los hijos y a la mujer. Así lo explica Mariano Rosabal Coto, psicólogo e investigador del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad de Costa Rica (UCR).

Como ejemplo, citó la Ley de Pensiones Alimentarias. Con esta, una parte de las mujeres ya no se sienten atadas a seguir casadas por la dependencia económica a su pareja.

En esa misma esfera, la incorporación de la mujer al mercado laboral y la opción que ahora tienen ellas –gracias a la conquista de sus derechos– de concebir su proyecto de vida más allá de la familia, son factores con innegable relevancia.

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Sin embargo, Rosabal también señala que hay un cambio de paradigma. “Las personas ya no ven sus decisiones como algo definitivo; las condiciones sociales facilitan más instrumentos para que la vida no se juegue en un solo round . Hay más opciones; no se concibe el tener una única opción para alcanzar la felicidad”, explica.

Por su parte, Jesús Rosales, director del Instituto Iberoamericano de la Familia y consejero de parejas, manifiesta que, en el pasado, el divorcio era considerado la última alternativa, pero que actualmente es visto como una opción más.

“Antes, cuando las cosas se dañaban, se reparaban; ahora se desechan. Hay quienes se casan pensando que si les va mal, podrán recurrir al divorcio y listo; de entrada llevan esa carta. A veces pareciera que con el primer problema serio que tiene la pareja, el divorcio es la alternativa”, reflexiona.

En cuanto a los matrimonios desechables o divorcios tempraneros, Rosabal y Rosales coinciden en que hay una etapa de adaptación a la vida en común que es muy dura y provoca conflictos. Esa fase –añaden– se da justo después de la luna de miel y dura unos dos años.

En este período, las personas deben dejar de pensar en individual y empiezan a hacerlo como pareja.

Lo anterior implica sacrificios, negociaciones y mucho diálogo, pero no todos logran pasar esta prueba.

“No es algo sencillo, pues implica abandonar la perspectiva individualista para construir proyectos en común. Esto hace que cambien las prioridades, hecho que puede ocasionar angustia. Algunos se pueden llegar a sentir muy agobiados y prefieren regresar a su situación anterior, de soltería, cuando tenían todo bajo control y no debían enfrentar tales cambios”, explica Rosales.

Barcos ‘rescatables’

Alexis, quien se casó por presión –tal y como él mismo lo admite–, asume su responsabilidad y dice que no estaba preparado para el matrimonio. “Yo quería seguir en la fiesta, salir los fines de semana con mis amigos, llegar tarde en la noche... Todo eso generó muchos problemas y discusiones... Es una lástima, porque ella (su ahora exesposa) es muy buena persona”, comenta el muchacho de 29 años, y añade que la decisión de divorciarse fue mutua.

Lo anterior ejemplifica una de las tesis del psicólogo Mariano Rosabal: que los divorcios tempraneros no necesariamente deben verse como algo negativo pues, más bien, evidencian que las personas se dieron cuenta de que la decisión tomada fue incorrecta y desean ponerle fin antes de que las cosas empeoren.

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“Que las parejas sigan casadas no quiere decir que sean felices. A lo mejor, están sufriendo más... No sirve de nada partir de absolutos, ver qué es bueno o malo, desechable o eterno”, sentencia.

El consejero Jesús Rosales coincide en que hay situaciones en las que el divorcio es la única salida, aunque también hay otras en las que se hace necesario trabajar y buscar ayuda para que la relación sobreviva al naufragio.

“Si el barco está a punto de hundirse, lo mejor es que cada quien tome un bote salvavidas e intente salvarse. Pero si lo que tiene es una grieta, pues puede solventarse”.

Para ello recomendó, primeramente, que la pareja hable, dialogue e intente resolver el conflicto. Si eso no funciona, que busque la ayuda de algún terapeuta o consejero especialista en matrimonio. Las diferentes iglesias también brindan opciones de asesoría conyugal. Claro está, la apuesta por salvar el matrimonio debe venir de los dos integrantes de la pareja.

Silvia, la ingeniera que terminó su matrimonio luego de que su esposo le fuera infiel, relata que su excompañero se negó a recibir este tipo de ayuda. “Si uno de los dos no quiere, no se puede hacer nada. Le faltó madurez y no quiso salvar el matrimonio”. En casos como este, resalta Jesús, donde hay infidelidad o violencia, más que rescatar el matrimonio, hay que buscar cómo terminarlo ( ver recuadro).

Preparación

Ante el aumento de los matrimonios desechables, parece obvio preguntarse si es que la gente se casa sin estar preparada. El experto Jesús Rosales enfatiza que nunca realmente se puede sentir que se está totalmente preparado para hacer esta alianza.

No obstante, subraya que la etapa de noviazgo es sumamente importante para conocer a la pareja, establecer las metas en común y definir el proyecto de vida que se quiere construir.

José Luis Uribe Morelli e Ivonne Vargas Zúñiga tienen un año y ocho meses de casados. Él, de 31 años, y ella, de 27, aseguran que los siete años que compartieron como novios fueron vitales para conocerse, y descubrir los gustos, defectos y virtudes del otro.

Hoy, con entusiasmo y alegría, esperan a su primer hijo, de dos meses de gestación. Aseguran que la clave para mantener su matrimonio fuerte, entre tanto divorcio que los rodea, es una buena comunicación, ceder y negociar.

“No es fácil, hay que trabajar y ser muy responsables. Pero, definitivamente, los momentos buenos son muchos más que los malos”, asevera Ivonne.

Otros, como Josseline Leiva Méndez, de 27 años, y su novio, Carlos Fernández Vargas, de 30, optaron por vivir juntos antes de dar el “sí, acepto” en el altar.

De los dos años y medio que llevan como pareja, un año y tres meses han convivido en unión libre. La boda está programada para diciembre.

Están convencidos de que el haber vivido juntos les da una ventaja para el matrimonio, pues se han logrado conocer mejor y fortalecer su relación.

“No es lo mismo ser novios de tres horas al día o de fines de semana, que estar juntos en la misma casa. Esto (la unión libre) es una gran preparación”, resalta Josseline.

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Ejemplos como los de estas dos parejas dejan claro que, pese a esta “epidemia” de divorcios, no se puede dar la guerra por perdida a la primera batalla. Simplemente, hay que dar los pasos hacia un cambio de vida con prudencia y sensatez.

Los expertos recomiendan llevar cursos prematrimoniales, sentarse con calma y hablar de los respectivos proyectos de vida, de los objetivos y anhelos de cada quien, e insisten en la importancia de clarificar la visión de familia que se tiene.

No hay que dejarse presionar por el ambiente ni por familiares, y tampoco ver el matrimonio como una manera de mejorar la situación económica o de tener hijos.

Enfatizan en la necesidad de sentir amor, pero “un amor racional, en que los pies estén sobre la tierra”.

Pese a sus malas experiencias, tanto Alexis como Silvia no descartan volver a casarse en el futuro. Aseguran que lo vivido les sirvió para crecer y no cometer más los mismos errores.

Sin embargo, reconocen que es muy triste la ruptura de un lazo que inicialmente se planteó como “para siempre”. Más aún, sostienen que se necesita mucho valor y trabajo para darle una segunda oportunidad al amor.

Silvia, por ejemplo, requirió atención psicológica y afirma que todavía hoy –dos años después de haber disuelto su vínculo– le guarda rencor a su expareja.

Para cerrar, ella lanza un consejo a las parejas casadas: “Hay que evitar estar en situaciones de tentación, tengan muy buena comunicación y procuren conquistarse siempre, todos los días; nunca den nada por sentado”.

Alexis dirige sus consejos a los que están por casarse. “Piénsenlo muy bien, una y otra vez. No se lo tomen a la ligera. Piénsenlo, piénsenlo, piénsenlo”.