Luis Guillermo Solís: El presidente que tuvo que comenzar a defender su gestión de las críticas

Luis Guillermo Solís Rivera, quien preside el país desde mayo del 2014, no tiene muchos momentos de pausa. Una de sus asistentes cercanas lo describe bien: semana a semana, Presidencia corre para apagar incendios. Si se trata de una crisis de gobierno o de imagen, no hace diferencia para la discusión política. Para los críticos, Solís no está dando la talla. Para quienes lo apoyan, la tempestad es señal de que sí hay avance, y que este incomoda a ciertos sectores.

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Una mañana de noviembre, el presidente Solís salió de un auto frente al Museo Nacional y, de inmediato, dos docenas de niños de la Escuela España se agolparon a su alrededor para pedirle una foto.

Cuando era pequeño, visitaba el museo con frecuencia. Camina por una de sus salas catalogando cada objeto y es capaz de describir el uso y proveniencia de herramientas, utensilios y adornos, legado de los pueblos indígenas.

Historiador, al fin y al cabo, se refiere con frecuencia al pasado, y examina cada fenómeno en el contexto de las transformaciones sociales que lo produjeron. Así, Solís ha señalado con frecuencia el enmarañamiento institucional del Estado costarricense, un entramado de oficinas que duplican funciones, comisiones convertidas en instituciones y débiles facultades de ejecución.

“Eso es lo que mucha gente llama la ‘administración por ocurrencias’, que ha producido una proliferación institucional horrorosa. Costa Rica tiene más de 300 instituciones, muchas de las cuales se repiten entre sí. Hay un desparrame de institucionalidad que tiene mucho que ver también con nuestra tradición ibérica –romana en última instancia–”, asevera.

Para el primer gobierno en la historia del Partido Acción Ciudadana, confrontar el engranaje estatal ha resultado complejo, a pesar de una tensa estabilidad en la mayoría de índices económicos y sociales. ¿Inexperiencia? Críticos del gobierno, dentro y fuera de partidos políticos, argumentan que esa explicación histórica –la de la “administración por ocurrencias”– es una justificación para no actuar más.

“Bueno, eso es porque algún sentido culposo tendrán. Si yo no lo digo, ¿quién lo va a decir? La verdad es que estamos actuando y actuando mucho. Hemos comunicado poco, tal vez de forma insuficiente, lo que se ha hecho”, dice Solís.

¿Por qué? “Por nuestra propia inexperiencia, supongo. En algún momento, el presidente [Solís] tomó una decisión poco sabia, en el sentido de no coordinar, por medio de un ministro, la comunicación. Yo creo que sí era muy importante tenerlo, no porque mis compañeros –que no eran ministros y se encargaban de eso– no fueran capaces, porque lo son y lo eran, sino porque hay una necesaria articulación de comunicación que, en un mundo como el actual, no se puede dejar suelta”, confiesa el mandatario.

Diálogo intermitente. Es difícil pensar en otro gobierno en el que la gestión de la comunicación haya sido tan central para la forma en la que se discute y se evalúa la cuestión política todos los días, tanto en medios periodísticos como en redes sociales y el ámbito político. “Esa es la nueva realidad. Ningún gobierno hasta ahora ha tenido que enfrentar un desafío tan grande en esa materia como este, excepto el que viene”, dice Solís.

Día tras día se emiten correcciones, se aclara información difundida por el Gobierno y sus instituciones, y, por otra parte, también se publica información inexacta o distorsionada. El combate entre prensa y gobierno Solís lo ha subrayado previamente, incluso llegando a decir que percibe “acoso mediático” (una expresión que califica como “poco feliz”).

“Desde el punto de vista de lo mediático, mi administración ha sufrido, como pocas otras, una crítica mordaz y a veces evidentemente malintencionada por parte de los factores de la comunicación en el país que también ha sido significativa. A este gobierno no le han dado tregua”, asegura. Se refiere a títulos que enmarcan notas que los contradicen, la proliferación de rumores en redes sociales y a fotografías sacadas de contexto. En la “nueva realidad”, la confusión es la norma.

El presidente tiende a salpicar de metáforas sus declaraciones. En nuestra era del clip de sonido recortado para notas rápidas, eso puede jugar en su contra. Es probable que, por atender a confusiones generadas día tras día, haya resultado difícil para el gobierno transmitir la visión que tiene del proceso de revisión institucional y desentrabamiento que se propone.

Para Solís, tal ruido es una responsabilidad compartida por medios y gobierno: “El medio de comunicación no solamente debe cuestionar. Ese es un papel medular; yo no tengo ningún problema con eso. Es más: cuestionar y criticar, que no es lo mismo. El enfrentar al funcionario público directamente y duro es un papel que los medios juegan y deben jugar en democracia. Pero hay otros, que tienen que ver con edificar, informar, proponer, que a veces quedan ocultos por esa necesidad de estar criticando permanentemente como si fuera un fin en sí mismo, y eso me parece que no tiene que ser así necesariamente”.

Ha sido especialmente complejo porque el gobierno parece atascado en la Asamblea Legislativa, fragmentada en nueve fracciones y una diputada independiente, sin alianzas sólidas entre partidos, y diputados del PAC abiertamente críticos de decisiones del gobierno, como el fundador Ottón Solís.

Tras el gazapo de la gestión de Melvin Jiménez, exministro de la Presidencia que no consiguió buen ambiente entre los diputados, Solís no ha conseguido mayor fuerza allí (aunque la negociación del Presupuesto Nacional del 2016 fue un triunfo clave). El mayor asunto pendiente es el plan fiscal, su propuesta para paliar los agujeros en las finanzas estatales.

“La debilidad en la Asamblea Legislativa es la nueva realidad. Tal vez algunos partidos lo disimulan más, pero todas las fracciones, sin excepción, están quebradas adentro. No hay unanimidad ni control férreo de nadie sobre ninguna fracción. Otras con más experiencia disimulan más. La fragmentación es la nota dominante en la sociedad costarricense de hoy”, argumenta el Presidente.

De acuerdo con Solís, este es uno de los síntomas de una sociedad que exige transformaciones de su gobierno, para aumentar la representatividad de sectores de la sociedad civil y mayor participación en la toma de decisiones. “¿Cómo va a ser la Asamblea Legislativa en los próximos 25 o 30 años? Ahí, la admonición hacia un régimen mucho más parlamentario va a ser fundamental. Nosotros vamos a tener que adoptar un mecanismo de gobernabilidad que permita la construcción de mayoría de forma mucho más versátil. Si eso no se logra, la Asamblea se va a paralizar”, advierte.

Ante el fuego. “Siempre dormí poco, pero ahora mis días son de 19 o 20 horas. Me despierto muy temprano en la mañana”, dijo en uno de los jardines del museo. Como les ocurrió a otros mandatarios, muchos ataques a su gestión han tenido un cariz muy personal. En la era del meme, cualquier gesto del presidente se convierte en caricatura, pero eso no le molesta. El único que le ha disgustado fue una comparación con Adolf Hitler (cuando Solís se opuso a la entrada de Uber al país).

“Mientras los ataques no afectaron a otras personas, yo no tuve problema. Cuando empezaron a afectar a otras personas, queridas para mí, de mi entorno inmediato, empecé a sentirme mal porque en lo político eso no se vale”, confiesa.

“Creo que tiene como objetivo disminuir a un presidente al que difícilmente se le pueden encontrar otros pecados. También me ha llevado a concluir después de un rato largo de pensamiento que eso es algo que uno no debería ni registrar. Yo ya veo muy poco Facebook y veo muy poco las cosas que andan dando vueltas en redes para no perder mi paz interior”, añade. “Hay cosas que quitan la paz. Los chismes a veces logran eso, y no voy a darles ese gusto a mis adversarios”, agrega.

Solís mantiene la convicción de que su administración logrará hacer la transición que, a sus ojos, exigen los cambios en la sociedad costarricense. No se preocupa: en su gestión, espera dejar un país con menos pobres gracias al programa Puente al Desarrollo (la pobreza en el país afecta al 21,7% de la población), más estable en sus finanzas y con economía sólida.

En año y medio de gestión, una de sus mayores preocupaciones ha sido no poder dedicarle tanto tiempo a la reflexión más profunda: “Me gustaría poder generar líneas de trabajo que no tengan que estar sometidas a esta angustia cotidiana de resolver lo urgente, dejando para después lo importante”.

Entre esos temas, urge para Solís una revisión del funcionamiento del Estado que vaya más allá de resolver la duplicidad de funciones entre entes. Urge una inclusión mayor de lo social. “La sociedad está más quebrada, la sociedad es cada vez más diversa, la representación de la Asamblea Legislativa está cada vez más condicionada por factores que son extrapolíticos. El gobierno participa con esas organizaciones que son de la sociedad civil y que son determinantes. Parte de lo que tenemos que hacer es llegar a esos sectores de forma mucho más eficaz, precisamente porque es allí donde se encuentra el centro de gravedad de eso que se llama la recuperación soberana de la gente. Ahí el problema no es político, sino sociológico. No hemos encontrado un método para que funcione ordenadamente; está funcionando desordenadamente. Hay una incapacidad del estado de responder con rapidez y eficacia a las demandas populares”, explica el gobernante.

“Quisiera que la finca esté un poquito más limpia cuando la deje”, matiza, refiriéndose a su ya célebre expresión de “finca encharralada” en alusión a la institucionalidad. Para ello, quizás deba ser más vehemente que hasta ahora, especialmente en aclarar cuáles avances concretos se hacen en temas como seguridad, infraestructura y generación de empleo.

“Yo asumo el 8 de mayo del 2014 con un país que está hecho. ¿Acaso yo lo inventé? Lo de las convenciones colectivas: las estamos abriendo todas. Todas las que se podían denunciar, las hemos denunciado. Algunas ya han sido renegociadas”, ejemplifica. “A mí me dicen: ‘Ah, es que usted está haciendo concesiones a los sindicatos’. (No se las estamos haciendo, dicho sea de paso). ¿Acaso las hice yo, en mi gobierno? Fueron hechas, rehechas y recontrahechas por gobiernos del mismo partido varias veces, a lo largo de los últimos 40 años, y ahora resulta que yo soy el culpable de eso. ¿Justificación? No: historia, historia fáctica”, argumenta Solís.

¿Cuáles han sido los principales pecados de la administración? En la visión del mandatario, han sido tres: la errática estrategia de comunicación; confiar “demasiado” en que el Estado podía funcionar sin una intervención fuerte y directa, sin obligarlo a funcionar; y no mimar más a grupos de poder. “Yo no chineo, yo hago. A veces, cuando hago, le majo los callos a gente que querría ser chineada”, afirma.

A Solís le quedan dos años y medio para consolidar su voz. Si la historia de Costa Rica fuera vista como un río, dice, él forma parte de la corriente, que ha traído lo bueno y lo malo. Vendrán otros. Su legado debería ser mayor salud para el Estado. “Yo no tengo vanidad. Como historiador, sé que formo parte de una corriente que continuará después de mí y que habrá gente que lo hará mucho mejor. Pero sí es poco tiempo”.

Aunque considera que es necesario revisar el tiempo actual de mandato, de cuatro años, no buscará la reelección (“La política, una vez que se convierte en una profesión, tiene el riesgo de producir fenómenos en la mente humana que no son buenos”). El ruido, interno y externo a Zapote, quizás nos esté impidiendo escuchar si lo está logrando o no; en el futuro, el Estado resentirá o agradecerá la presente transición, cuyos contornos no acaban de definirse, pero que Solís reafirma.

“Creo que la función del Presidente obliga a vivir en dos tiempos: uno, el tiempo inmediato, que es el que me obliga a dedicar más horas a la acción; y otro, el tiempo mediato, largo, que es el que deja huella. Yo estoy muy claro que parte de la huella que tengo que dejar tiene que ver con mis propias actitudes, tiene que ver con el ejemplo. Verme con los chiquitos en la calle, ser un presidente cercano, devolverle civilidad al cargo, en el sentido de convertirlo en un ejercicio cívico. Está la otra dimensión, en la que uno trata de darle al país un poco de la experiencia que se gana y de la perspectiva que se tiene. En política internacional, me gustaría avanzar mucho más en esto que se está construyendo de una Costa Rica mucho más caribeña. He tenido pcoo tiempo”, argumenta Solís.

Contemplando las piezas de la sala del museo esa mañana, el Presidente recordó una confusión común sobre la iconografía indígena. En varios metates ceremoniales, las aves representadas no son águilas, sino zopilotes, aves que depredan cadáveres, como un esqueleto mostrado como en un ente-rramiento ritual. “Los políticos deberían ver eso. Después de toda la fanfarria, así es como termina uno”, comentó.

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