Los peores padres del mundo

Muchas veces la madre empezó a serlo en una edad infamemente precoz

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Hace algunos días se expuso en Internet un video en el cual un niño ruso de cuatro años jugueteaba despreocupadamente en el alféizar de una ventana ubicada en un octavo piso. El video, que provoca el universal espanto paternal, incluido el mío, se llama algo así como Los peores padres del mundo .

Excluyendo los de tránsito, muchos niños pequeños mueren en accidentes tontos, totalmente prevenibles: caen en la acequia del patio de la casa, se ahogan en un balde, en la lavadora, se sueltan de la mano del hermanito y son atropellados por un vehículo en reversa, o en el incendio que provocó el juego con los fósforos.

Los peores padres del mundo generalmente no son más que una madre en situación de pobreza, o sola, o madres niñas, o abuelas que no dan abasto para atender no a uno, sino a varios nietos. Que un niño cuide a otro niño no es más que una insensatez en la que cae una madre acorralada por la necesidad. No hablemos ya de los niños fallecidos por la agresión de sus padres, en las que muchas veces la madre empezó a serlo en una edad infamemente precoz, el casi siempre padrastro la induce a ser cómplice, o ella no puede confrontarlo porque corre el mismo peligro de muerte.

No sé quién cuidaba al niño ruso. ¿Una abuela agotada, que se durmió? ¿Un hermanito que no pensó en cerrar la ventana? ¿O estaba solo? Es bien posible. No son tantas las opciones que la sociedad ofrece a las madres que trabajan.

“Tenga los hijos que pueda hacer felices”, rezaba un viejo eslogan, que su grado de razón llevaba. No obstante, debajo de esta frase subyacen dos presunciones: una, que estamos en capacidad de elegir ser o no padres. Otra, que la sociedad nos brinda las condiciones elementales para poder procrear.

Cuántos embarazos no deseados o no deseables ocurren, sin embargo. Jovencitas de noveno año, madres de un niño… y esperando otro. Jóvenes ignorantes de un correcto uso de los contraceptivos, jóvenes víctimas de abuso o de incesto, mujeres con una autoestima derruida que recurren a la preñez reiterada para obtener una provisoria sensación de valía y algo de consideración.

El día en que las mujeres no batallen solas contra la pobreza, tengan pleno conocimiento de su sexualidad, control sobre su fecundidad y la dignidad que concede la soberanía sobre su propio cuerpo, el día en que a los progenitores varones no se les caiga la corona por cuidar con devoción de sus cachorros –como no se les ha caído la corona a las mujeres por ir a trabajar a la calle– habrá menos niños muertos.