Los expatriados de la aviación tica

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“Miedo”. Cuando Andrés Hidalgo estaba a punto de despegar uno de los aviones con los que siempre soñó volar, el temor se adueñó de su cuerpo. El sonido de las inmensas turbinas era intimidante. La adrenalina era demoledora.

Desde su asiento en la cabina, aviones de grandes dimensiones se veían diminutos.

Los aficionados de la aviación no requieren detalles minuciosos o explicaciones exhaustivas; lo tienen claro: el Boeing 747 es un monstruo. No es por casualidad que se le conoce como ‘Jumbo’ o ‘la reina de los cielos’.

Para nosotros, los que un aislado modelo de avión no nos comunica mucho, es necesaria la explicación que da Andrés para entender las dimensiones de la icónica máquina de la aviación que estaba a punto de domesticar: “El avión que volábamos en Costa Rica, con el máximo peso de despegue y máxima capacidad de carga, es equivalente al combustible que le cabe al tanque central de este avión (de los cinco principales que tiene)”, asegura. “Es decir, si se derrite con su peso máximo, cabría sin problema en el tanque central del avión que volamos ahora”.

El “pequeño” avión que volaba Andrés, un Embraer 190, tenía la capacidad para transportar 96 personas. De pequeño tenía poco, pero a la par de su nuevo reto (el segundo avión de pasajeros más grande del mundo) su viejo avión parecía minúsculo.

“Estábamos impresionados cuando entramos al avión. Aparte de que era un avión gigante, era la primera vez que íbamos a cruzar el Pacífico y estar tantas horas metidos en un avión. Eran un montón de cosas nuevas que estábamos por enfrentar”, recuerda Hidalgo. “Fue bonito y a la vez aterrador”.

Andrés no solo cambió de avión. Cambió de casa, cambió de empresa, de zona horaria, de cultura, de país… de continente.

Desde julio del 2015, el capitán Hidalgo trabaja como primer oficial (copiloto) en la aerolínea taiwanesa Eva Air , radicada en Taipei.

Hidalgo, de 32 años, forma parte de la cada vez más robusta comunidad de ticos que han dejado nuestro país para emigrar a países asiáticos –especialmente de Medio Oriente–, y que se han integrado como empleados de prestigiosas aerolíneas al otro lado del mundo.

Pilotos, tripulantes de cabina, despachadores de vuelo, mecánicos y controladores aéreos costarricenses han encontrado en países como Catar, Emiratos Árabes, China, Taiwán, Vietnam e India –entre otros–, una opción cada vez más llamativa para desempeñar profesiones relacionadas a la aviación.

¿Qué factores los han impulsado a buscar refugio en destinos tan lejanos y culturalmente diferentes? ¿Qué sacrificios implica volar siendo migrante?

Exilio involuntario

Desde sus propias experiencias, las razones por las que cada profesión específica de las mencionadas ven hacia afuera, no son las mismas. El piloto Luis Fernando Bruno, escritor del libro En la inmensidad del cielo , lo explica de una manera simple: “Los pilotos se van por necesidad económica. Los tripulantes de cabina, la gran mayoría que se ha ido, son muchachillos solteros que quieren conocer el mundo y andan buscando aventura”.

Las causas de las grandes oleadas de aviadores costarricenses que han debido buscar trabajo en el exilio están profundamente relacionadas con el nombre de una sola empresa: Líneas Aéreas Costarricenses S.A. ( Lacsa ), la aerolínea bandera de Costa Rica.

“Me atrevería a decir que como el 90% de los ticos que nos hemos venido a volar al extranjero venimos de lo que en su momento fue Lacsa”, asegura Hidalgo.

Durante la evolución de la compañía (fue adquirida por la salvadoreña Taca , en 1992, y posteriormente por la colombiana Avianca, en el 2013), la empresa ha realizado varias etapas de despidos masivos de personal por ajustes empresariales. Al ser, durante décadas, la única gran aerolínea comercial costarricense, los golpes al sector han sido severos.

“La primera oleada fue cuando hubo una huelga de pilotos hace como 25 años por decisiones contractuales, cuando Lacsa fue adquirida por Taca”, recuerda Bruno, quien fue empleado de la empresa durante 35 años. “Después de eso, como en el 2005, hubo una crisis tremenda de combustible y el salario ya no estaba dando. Ahí se fueron muchos pilotos a volar a Medio Oriente. Países como Emiratos Árabes, Doha y Vietnam estaban pagando como el doble”.

Las dos más recientes, que generaron titulares en los grandes medios de comunicación, fueron en el 2013, cuando Grupo Avianca–Taca eliminó 261 plazas de trabajo (casi 40 de ellas de pilotos) y en el 2015, cuando despidieron a 60 funcionarios (29 pilotos y 31 tripulantes).

Andrés fue uno de ellos.

Extender las alas

“Nos agarró desprevenidos”, cuenta Hidalgo. “En Lacsa estuve 4 años. Yo era el segundo de la escalafón, entonces sí fue como shocking ”.

“La compañía tomó la decisión de cesar la operación de uno de los tipos de aviones que operaba. Tenían dos familias de aviones: los Airbus, que eran los aviones más grandes en ese momento, y la familia de Embraer, que eran un poquito más pequeños. Todos nosotros estábamos volando Embraer”, cuenta actualmente, a más de 15 mil kilómetros de San José.

Junto a Andrés, fueron también cesados de sus cargos los capitanes André Quirós y Alberto Rodríguez. Hoy, los tres compañeros y amigos están establecidos como copilotos en la misma empresa en Taiwán. La decisión de irse, sin duda, no fue fácil para ninguno.

“No es a todos los países ni a todas las aerolíneas a las que podés irte. Hay ciertos lugares donde uno tiene más chance como latino de obtener trabajo”, dice el piloto André Quirós. “Asia es uno de esos lugares por el crecimiento que tienen ahorita las aerolíneas, Medio Oriente también”.

El crecimiento es tan acelerado que según datos del Informe Marsh publicado por el Huffingtonpost bajo el título Superar la escasez de pilotos , el 76% de las aerolíneas aseguraron que necesitan contratar más pilotos durante este año. Además, dice el informe que para el 2034, la región de Asia-Pacífico es la que experimentará mayor demanda en este lapso a fin de sostener el crecimiento (226.000 nuevos pilotos), seguida de Europa (con 95.000), Medio Oriente (60.000) y América (47.000).

“Cuando salió la opción de Eva (Air) , todos dijimos: ‘está larguillo eso’. Sin embargo, la aviación es una carrera global. La mentalidad de muchos de nosotros siempre ha sido que no es solo Costa Rica (donde deberían volar) y que tarde o temprano íbamos a salir”, dice Andrés Hidalgo. “Se dio un poquito más temprano que tarde”.

“Cuando vinimos a la entrevista fueron demasiados sentimientos encontrados. Era una emoción por la oportunidad de venir a volar aquí. Miedo, pánico, de todo. Aparte de la presión de que estabas buscando trabajo sin tenerlo”, agrega.

Cuando Andrés se fue para Asia, ya estaba casado con su esposa, quien vive actualmente en Costa Rica. Sus rutinas regulares con la aerolínea, y la operación de un avión de carga, le demandan estar fuera de casa por períodos de una semana continua y repetir esta ruta unas tres veces al mes. El vuelo más común que realizan es de Taipei a Anchorage (en Alaska), después a algún destino de Estados Unidos y todo de vuelta.

Una de las ventajas de su contrato, dice Andrés, es que puede viajar a Costa Rica diez días al mes o 20 días si viene cada mes y medio.

“¿Es difícil? Por supuesto. Depende mucho de las personalidades y cada pareja es diferente. Para mí estar aquí solo es duro y para mi pareja estar allá sola también es duro. Pero creo yo que es de que todo mundo tenga claro que yo no me vine a volar al otro lado del mundo porque me dio la gana y no me interesa lo que dejé en Costa Rica, sino que es un sacrificio que estamos haciendo como familia”, sostiene.

“Si yo pudiera tener en Costa Rica las condiciones laborales que tengo aquí, a mí nadie me movería. La gente que está en Catar, si pudiera estar en Costa Rica volando este tipo de avión y ganando el mismo salario, nadie se iría del país”, agrega. “Sí es un sacrificio, el aspecto familiar es lo más duro, pero también es muy gratificante. Es un crecimiento profesional enorme. La oportunidad de volar estos equipos es… diay, son aviones que uno veía por YouTube y desde La Candela de vez en cuando. Estar sentado en un avión tan icónico es increíble”.

Reencuentro

La esposa de André Quirós y su hijo de siete años, se fueron a vivir con él hace casi dos meses a Taiwán. El día que conversamos, él cuenta que venían llegando de visitar un museo de ciencias al sur de Taiwán y que tomaron el tren bala. Su hijo quería viajar en él.

“Duramos un año discutiendo si nos veníamos todos o no. Pero como mi hijo está joven, consideramos que es una excelente oportunidad de que ellos dos vinieran a Asia… de pasear por aquí, que él pueda aprender mandarín, que tenga una experiencia de vida y que estemos todos juntos”.

Una vez que la empresa contactó a Andrés, André y Alberto, hace ya año y medio, debieron irse como al mes. Fue tanta la carrera, dice Quirós, que no le dio tiempo ni de hacerse la idea. Por fin tenían trabajo después de varios meses de desempleo. Lo pesado lo dejaría para más tarde.

“Cuando llegó la noticia fue una alegría tremenda por la oportunidad. Fue un shock feliz. Íbamos a ir a volar un 747, que creo que solo nosotros tres hemos volado siendo ticos –creo que hubo uno en los años ochenta–”, cuenta. “Sí fue duro al principio. Durante el entrenamiento fueron como tres meses sin poder ir a Costa Rica. Mi hijo tiene siete años y bueno, me tuve que perder los cumpleaños de él, la Navidad, año nuevo y es complicado”.

Pasó todo el año pasado viajando a Costa Rica en sus días libres. Fue incómodo, no lo niega. Especialmente por los horarios: cuando ellos se estaba levantando, él se estaba acostando y viceversa.

“Ya me siento super tranquilo. Ellos también. Ese es el mayor sacrificio que hace uno como piloto: perderse fechas y estar lejos. Hay otros compañeros de nosotros que trabajan en China, en Turquía, Emiratos e India y los contratos no son así de que les den tantos días libres al mes. Es más duro porque pasan seis u ocho meses sin ir a Costa Rica y tienen a la familia allá”, cuenta.

Dice que se siente valorado en esta nueva empresa, que siente que lo necesitan. Su plan, cuando estuvo en Lacsa, no era irse. Lo hizo hasta que no tuvo otra opción.

También asegura que ya establecido en Taiwán, no tiene planes de volverse a mover pronto. “Con la empresa estoy feliz, si puedo quedarme aquí, me quedo aquí. El plan mío es a largo plazo”.

Cuenta sonriendo que su esposa el día anterior les cocinó tamales. Un poquito de casa. Lo que no puede encontrar en Taiwán, lo consigue cuando viaja a Estados Unidos.

“Apenas pude ir, me fui al Wallmart, compré masa y hoy desayunamos tamales. Con la familia acá es un contra menos. Aunque allá quedan mis papás, mis hermanos, mis abuelos y los amigos, profesionalmente y familiarmente uno se siente más tranquilo”, dice. “Después de seis o siete meses sin trabajo nos pegamos la lotería y terminamos volando aquí. Una vida totalmente del otro lado del mundo, pero como dicen: no hay mal que por bien no venga”.

La cara de Medio Oriente

Carla y Felipe son tripulantes de cabina en la aerolínea Qatar Airways. Por contratos de confidencialidad con la empresa, prefirieron mantener su identidad oculta. Por esta razón, sus nombres fueron cambiados para este reportaje.

Ambos viven en Doha, capital del país en el que más costarricenses se encuentran trabajando actualmente en aviación.

Aunque no existen datos exactos por país, según el embajador de Costa Rica en Catar, Luis Alberto Guillén, el número de costarricenses registrados en ese país alcanza las 98 personas, y de ellas, la gran mayoría trabaja para la aerolínea.

En el caso de Emiratos Árabes, segundo país que más ticos ha recibido en el gremio, asegura Guillén que datos extraoficiales indican que son alrededor de 40 personas las que se encuentran actualmente laborando para la aerolínea Emirates, la más grande de Medio Oriente.

“Siempre he dicho que desde el momento en que le empiece a ver contras y que me empiecen a afectar, me voy de acá. La idea de estar acá es estar bien y feliz”, dice Carla.

Ella aplicó a un casting que hizo la aerolínea en Costa Rica y fue seleccionada al primer intento.

“Fueron unas 900 personas calculo yo. De esas personas pasamos 45. Ya el segundo día fue entero de dinámicas. Al final eligieron 10 y de esos nos vinimos a Doha como cuatro”, cuenta.

Aunque estudió comunicación, el anuncio en la página de Facebook del reclutamiento le era demasiado seductor como para dejarlo ir. Sabía que no iba a ser fácil; sabía que le haría falta su familia y su novio, y las inevitables preguntas llegarían: ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿En qué estaba pensando?

Prefiere enfocarse en todo lo bueno que le deja su ocupación. Cada día está más enamorada de su trabajo, a pesar del desgaste físico que implica.

“Conocés todo el mundo, conocés demasiada gente, se te abre demasiado la mente. Uno siente que tiene el mundo en la palma de la mano: hoy estás en Amsterdam, mañana en Sidney y pasado mañana en Namibia. El mundo se vuelve demasiado pequeño”, asegura.

Tampoco es como la gente lo imagina. No todo son fotos increíbles en los rincones más escondidos y remotos del planeta.

“Sí se conoce bastante, pero si uno se viene bajando de un vuelo de 10 horas en el que no te sentaste ni un solo segundo, que saliste de tu casa dos horas antes y te levantaste temprano para maquillarte, podés estar en París que solo vas a tener ganas de dormir”, dice.

Los horarios no existen, las jornadas tampoco. Unos días la recogen a las 2 a. m., otros a las 6 a. m. y otros en la tarde. Si se es joven, el cuerpo aún no lo resiente tanto.

“Lo que a los ticos nos ayuda mucho es que somos muy pegas. Al tener un grupo de Whatsapp, uno siempre tiene cosas que hacer. Los chiquillos ponen: ‘hey, ¿quién quiere ir a desayunar?’ Entonces uno se apunta”, añade. “Yo hablaba con una amiga que está en India y ellos no tienen eso. Prácticamente no tienen amigos porque nosotros todos los días volamos con un crew diferente. Es gente que conocés un día y no volvés a ver nunca más. Nosotros, al tener el grupo de ticos, nos mantenemos muy unidos y hace que uno no se ponga tan nostálgico”.

Felipe trabajó en Emirates durante tres años y renunció. Estaba cansado de la vida de sobrecargo y regresó a Costa Rica. “Volví a retomar los trabajos de call center y soporte técnico que tenía antes. Estuve siete meses encerrado en un call center y ya me hacía falta el trabajo de tripulante. Traté de volver a mi antigua compañía, Emirates, pero por políticas de la empresa no me recontrataron”.

Tocó la puerta en Qatar Airways, que para su suerte estaba buscando tripulantes con experiencia y lo aceptaron rápidamente. Ya cumplió tres años más con esta otra compañía y hoy es parte de la tripulación del avión de pasajeros más grande del mundo: el Airbus A380. Mide 24 metros de alto, 80 de ancho y 73 de largo, es decir: más del doble de lo que mide una ballena azul adulta. El colosal avión tiene dos pisos y puede transportar a 544 pasajeros.

“Un tío mío fue tripulante en Lacsa. Se hizo piloto también. La idea mía es seguir los pasos de él. Terminé de estudiar aviación en Costa Rica con los ingresos que ahorré estando en Emirates”, cuenta. “En nuestro país no hay muchos trabajos para pilotos. Por eso me vine para acá, porque siempre he tenido el interés en la aviación”.

Felipe no tiene planes de regresar. Ya no está tan joven, dice a sus 39 años. No se puede dar el lujo de volver a probar suerte en Costa Rica una vez más.

“Cuando estaba en Emirates mi plan era ahorrar y volver a Costa Rica, pero me costó mucho adaptarme a la vida allá. Por el momento, espero seguir ahorrando todo lo que pueda y quedarme aquí hasta que tenga alguna oferta segura en Costa Rica. Eso eso no se cuando va a ser. Todavía me gusta el trabajo y la vida aquí”, cuenta. “Me gusta la sensación de libertad. Que un día puedo estar en Europa y al día siguiente en Estados Unidos. El mundo deja de tener fronteras. Eso es lo que más me gusta”.

Los límites del cuerpo

Cristina Boza, en cambio, siente que su tiempo como tripulante ya se agota. La joven de 28 años ha sido empleada de Emirates durante dos etapas: la primera fue de un año y la actual, de tres años y medio.

“La primera vez que llegué acá fue en el 2011. Yo no tenía ni idea de dónde quedaba Dubai”, cuenta. “Renuncié en el 2012 y me fui de vuelta para Costa Rica a trabajar con Taca, que era lo que yo quería inicialmente. Tras un segundo intento, Taca sí me recibió. Hice el entrenamiento y luego nos echaron a todos en el 2013”.

Boza, graduada de Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica, contactó nuevamente a Emirates y se fue de regreso a Dubai.

“Jamás pensé que fuera a hacerlo por tanto tiempo”, dice. “Desde que salí del colegio quería hacerlo, pero tenía que ser mayor de 21 años. También era medio complicado. Yo soy de Guápiles, entonces uno tiene una visión un poco más diferente del mundo siendo de ahí como de pueblillo que siendo de San José”.

Tras tantos años, ya su cuerpo le comienza a pasar la factura. Ya la energía no es la misma. “Estás cambiando de zonas horarias muy seguido. En lo que tardo en recuperarme del jetlag por un viaje a Australia, ya tengo que salir a otro lado. Volamos mucho en las noches. Los horarios al tiempo te agotan y ya se empieza a ver un deterioro en el cuerpo: uno empieza a enfermarse más, comienzan a doler los brazos, las piernas, los ojos… todo”.

Tiene planes de casarse a finales de este año con su prometido, de origen estadounidense. Los deseos de empezar una familia la han hecho llegar a la conclusión de que no quiere continuar con ese ritmo de trabajo. “Uno se da cuenta de que se pierde muchos momentos muy importantes de la familia de uno. Uno vive en una burbuja”.

Cristina, a diferencia de la gran mayoría de sus colegas, no escogió trabajar como sobrecargo porque quería viajar por el mundo. Hubiera estado feliz trabajando en Taca, asegura, aerolínea que no vuela por todo el mundo.

“Una de las razones por las que quería este trabajo era porque me gustaba mucho el servicio al cliente, me gustaba hablar con las personas. Yo decía: ‘¡qué bonito servirle a la gente café y té!’. Ya digo vacilando que ahora odio a la gente. Yo ya no quiero chinear a sus chiquitos, ni hacerles las botellitas de leche para que se duerman. Ya no quiero. Me cambió un montón la perspectiva”, asegura.

También le dejó muchas buenas experiencias, y culturalmente le abrió muchos nuevos panoramas. “Hay cosas muy extrañas a las que uno termina acostumbrándose. Por ejemplo, si va una mujer completamente cubierta en el avión, usualmente ella no me va a hablar a mí de vuelta. Si yo le digo: ‘Hola, ¿qué desean tomar?’, ella le va decir al esposo: ‘jugo de naranja’ y el esposo me dice a mí: ‘jugo de naranja’. Así es la cultura. Mientras uno lo entienda no hay ningún problema”.

Cristina le recomendaría a cualquiera que quiera ser tripulante solo por conocer los más atractivos destinos, que no lo haga. Que lo piense dos veces. “Tenga un trabajo normal, gánese su platita y viaje. Es más bonito, se disfruta más. Yo he aprovechado mucho más viajes cuando estoy de vacaciones que trabajando”, cuenta.

También responsabiliza a la falta de oportunidades que existen en aviación en Costa Rica de las grandes migraciones de costarricenses.

“Muchos de los ticos que están acá, si tuvieran la oportunidad de volver a una aerolínea allá y que les ofrezca algo llamativo, se irían”, asegura. “Muchos están cansados de estar acá. Extrañan a sus familias y todo, pero se ponen a pensar: ‘pucha, ¿si uno se va de acá, qué hace allá?’”.

Antes de que sea tarde

Robert Araya tomó la decisión de irse antes de llevarse una desagradable sorpresa. Fue piloto de Lacsa durante siete años, y desde hace dos años y medio vuela como capitán en la aerolínea china Tianjin Airlines.

“En el momento en que yo tomé la decisión junto con mi esposa, consideramos que la situación con la aerolínea no era la más ideal”, indica. “No se estaban tomando las decisiones correctas a mi parecer y bueno, pensando en un posible despido, porque ya se había dado, conversé con mi esposa y llegamos a la conclusión de que había que buscar otras opciones. Si yo me hubiera quedado en Costa Rica, ahorita probablemente te estaría hablando de Perú y no desde China”.

En ese momento, la aerolínea estaba considerando enviar todos los aviones Embraer 190, avión que volaba Araya, para Perú. “Si ya iba a estar expatriado, íbamos a hacer que valiera la pena ganando un mejor salario y teniendo una experiencia más enriquecedora personal y profesionalmente”, dice.

Robert está seguro que desde que inició su carrera como piloto, quería volar fuera del país. Mientras se preparaba como aviador, ya se veía recorriendo otros cielos fuera de nuestras fronteras.

Cuando decidió renunciar, había pasado casi un año desde los despidos del 2013.

“Parecía que la situación iba a estar bien, sin embargo me dejó muy marcado ese evento. Vi como capitanes con los que compartí cabina durante muchos años y que le dieron muchos años a esa empresa, de un día para otro fueron echados a la calle como cualquier cosa. A la edad de ellos se vieron sin trabajo y con las opciones muy limitadas para encontrar empleo afuera”, asegura. “Te pone a pensar mucho. La única opción que vos tenés es agarrar maletas e irte a trabajar a otro país. No es lo mismo buscar trabajo como piloto teniendo un trabajo que estando despedido o desempleado”.

Tianjin Airlines fue la primera en contestar. Le ofrecieron trabajo como capitán del mismo avión que estaba volando en Costa Rica. “Me vi en el momento de tomar una decisión que iba a cambiar el resto de mi vida. No era fácil para mi renunciar a una aerolínea que me había dado muchas experiencias, gracias a la cual pude prepararme para tener el trabajo que tengo ahora y para la que toda persona estudiando esta carrera en Costa Rica quiere ser empleado”.

Su esposa estuvo viviendo con él en China durante el primer año y medio, hasta que llegó Nicolás, su primer hijo. Hoy, su pareja y su bebé de cuatro meses viven en Costa Rica. Consideraron que era un mejor ambiente para un bebé recién nacido.

Robert cambió el contrato para poder visitarlos más seguido. Viaja a Costa Rica cada 15 días, se queda junto a su familia durante dos semanas y vuelve a su trabajo.

“La distancia ahorita es lo que vos querás”, dice convencido. “Con las nuevas tecnologías no se siente uno tan lejos. No puedo decir que es fácil estar aquí, porque no, pero pienso más en los días que voy a estar allá. Ahora llego a la casa y voy a estar con mi bebé, con mi esposa, con mi familia y lo disfruto muchísimo. Uno aprende a apreciar mucho el tiempo”.

No es para cualquiera, advierte. No tiene aún definida una fecha para regresar. Si la aerolínea lo necesitara 15 años más, allá se quedará.

“Estoy en Costa Rica y estoy para todo mundo los días que estoy. Para mí realmente vale la pena. Obviamente los días que no estoy ahí no son fáciles. Yo estoy trabajando, mi esposa está allá sola, mi bebé está creciendo. No lo veo 15 días al mes. Hay momentos difíciles y otros no tanto”, asegura. “¿Por qué la gente se viene? Yo lo hice de una manera voluntaria. Tuve la opción de planearlo, pero otros compañeros no. En el mundo de la aviación ahorita las opciones están fuera. Están en Asia”.

Rescata las nuevas oportunidades que se están abriendo con la llegada de nuevas aerolíneas que están empleando personal costarricense, como la empresa mexicana Volaris. Para él, el mercado se está comenzando a mover y el panorama se está iluminando.

El piloto Luis Fernando Bruno también se siente optimista. “La Asociación Internacional de Transporte Aéreo (AIATA), un organismo internacional que les ayuda a las compañías en aviación, asegura que de aquí al 2025 habrá un auge grandísimo en la aviación”, comenta. “Habla de Asia y de América Latina, motivo por el cual se están viniendo tantas aerolíneas a Costa Rica. Va a ser un crecimiento inmenso. Estamos en un momento de mucho optimismo para todo lo que es la aviación”.

“Con todos los pronósticos que hay, la esperanza es que más de un capitán retorne a su país”, agrega. “A mí un capitán me dijo hace poco: ‘nosotros decimos que estamos muy bien afuera, pero en el corazón tenemos la valija detrás de la puerta para irnos para Costa Rica apenas podamos’. Todos añoran devolverse en algún momento, a muy poquitos no les interesa regresar”.