Los casa de las cartas ‘Magic’ y ‘Yu-Gi-Oh!’

Los jugadores de cartas coleccionables, como ‘Magic the Gathering’ y ‘Yu-Gi-Oh!’ han hallado nichos en diferentes ciudades el páis para reunirse, intercambiar, jugar y, sobre todo, hablar un rato.

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Dice Julio Herrera que esto es como un bar y algo de razón habrá que darle; pero su analogía falla ligeramente.

Quienes llegan lo hacen sin el anonimato feliz de quien entra a un bar. Aquí, apenas se abre la puerta, Blanca Angulo se asoma desde detrás del mostrador y saluda a los rostros conocidos. Unos cuantos pasan a conversar con ella, otros siguen hacia las mesas del fondo, donde algunos están cambiando cartas; otros están absortos siguiendo una partida, y hay quienes simplemente hablan. En torno a los manteles negros de esta docena de mesas, habita una comunidad.

Esto no es un bar; esto es una cantina. En realidad, es una tienda de juegos de mesa enfocada en juegos de cartas, pero para darle el gusto a Herrera, su administrador, diremos cantina. Es más, diremos taberna.

Este local es uno de varios donde se reúne cada semana la comunidad de jugadores de ‘Magic The Gathering’ , un juego de cartas coleccionables en que todas las personas personalizan su “baraja” y luego compiten entre ellos. También se agrupan en tiendas y casas en todo el país, dentro y fuera del Valle Central, y cuando hay eventos especiales o lanzamientos acuden por centenares.

En esencia, ‘Magic’ es simple: cada jugador puede construir una “baraja” de por lo menos 60 cartas que debe elegir entre las decenas de miles que hay a su disposición y que deben ser compradas. Hay entonces dos momentos claves: la selección de cuáles cartas incluir y luego, al competir, cuál estrategia usar.

Piénselo como póker. En vez de recibir cinco cartas del repartidor y jugar a partir de ahí, cada jugador puede personalizar su baraja para que se ajuste a su estrategia. ¿Trampa? No, su oponente tiene el mismo derecho.

¿Y no es complejo? Claro, pero por eso fascina y por eso ha crecido aquí y en todo el mundo.

Del primer torneo realizado en el 2002, al que llegaron 13 personas, el movimiento creció al Grand Prix de Magic –el equivalente a una fecha del circuito mundial de un deporte tradicional– realizado en el país diez años después, cuando llegaron casi 400 participantes de todo el mundo. Fue cuando Costa Rica se colocó en el mapa global de este juego. En aquel setiembre de hace dos años, el japonés que ganó el torneo se fue a casa con $3.500.

Actualmente, a la tienda entran tanto adolescentes con uniforme de colegio como universitarios cargando libros y adultos pasados de los 30 años, que todavía disfrutan de este u otros juegos. Sin embargo, ‘Magic’ y los juegos de cartas coleccionables en general, eran desconocidos hace un par de décadas.

Cuando Herrera y su hermano llegaron al país hace 15 años procedentes de Bogotá, traían sus paquetes de cartas ‘Magic’ bajo el brazo, pero encontraron la casa vacía.

“Cuando llegamos al país, no había nada qué hacer más que ir al cine o a la Calle de la Amargura. Entonces, empezamos a mover esto”, recuerda Herrera, de 31 años, quien montó con su familia un negocio de venta de cartas. Ellos las importaban del extranjero y empezaron a posicionarlas.

Tres lustros después, las cartas que trajeron los colombianos parecen haberse multiplicado en este local en San Pedro de Montes de Oca, pero también en San Ramón de Alajuela, el centro de Limón y la avenida central de San José. Se siente el empuje de la comunidad.

Gabriel Durán fue uno de quienes conoció los juegos de cartas fuera del Valle Central. Cuando estaba en octavo año, vio a unos compañeros jugar en un recreo y se interesó. Poco a poco, entró en el juego e incluso llegó a participar en un torneo a nivel regional en México. En el Grand Prix celebrado en Costa Rica, ocupó la decimoprimera posición.

El pasado domingo 18 de mayo, él ganó el torneo más reciente de ‘Yu-Gi-Oh!’ , un juego de cartas similar a ‘Magic’, pero que Durán considera “menos complejo”. Un día después, estaba de vuelta en el local, pero sin ánimos de competir.

“A veces uno viene solo a vacilar, a ver a la gente. No siempre vengo a jugar y mucha gente hace igual; pasa solo a saludar”, explica el joven estudiante de Derecho.

Pasan acá la tarde o solo unas horas; vienen cinco minutos a comprar un paquete de cartas y luego se van... da lo mismo. Jaime y su hermano Rafael conocen a la mayoría, y Blanca, desde el mostrador, lo mismo aconseja que regaña por malas notas.

Jaime dice que esto es como un bar porque los jugadores pueden elegir su favorito, entre los locales del país, y llegan a hablar con los amigos. Sobre las mesas con manteles negros en este cuarto claramente iluminado, pasan cartas y se forjan amistades.

Los 500 jugadores estables que llegan, afirman los administradores, son amigos, un clan, una cofradía.