Lo bueno, lo malo y lo normal

Lo normal era castigar el fracaso escolar reventando al hijo a fajazos

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La normalidad me asusta. Normal es lo que sigue la norma. La norma, en mi infancia, era que al entrar a la universidad hordas salvajes de estudiantes mayores les arrancaran el pelo a tijeretazos a los varones recién llegados. La norma era castigar el fracaso escolar reventando al hijo a fajazos. La norma era lanzar a la calle a la adolescente embarazada.

La norma es una regla en la que convenimos como colectividad, y todo esto ocurría porque lo considerábamos correcto o tolerable. Las normas variaron cuando varió nuestra percepción de qué era correcto y qué no.

A inicios del siglo XX, por ejemplo, no se consideraba normal que las mujeres votaran. Las sufragistas (como nos recordó hace poco una espléndida película), cansadas de abogar infructuosamente durante décadas por sus postulados, recurrieron a la desobediencia civil. Se opusieron a leyes que consideraban injustas, atacando la propiedad privada y obteniendo por fin atención.

Laura Flórez-Estrada y Jazmín Elizondo Arias contrajeron matrimonio a sabiendas de que, validas de un error burocrático, transgredían una ley opresiva. Su desobediencia nos obliga a reflexionar sobre el fundamento de la prohibición que sobre ellas pesa de brindarse el amor y la solidaridad que constituyen la esencia de toda familia humana, por una percepción religiosa de la pareja subyacente en nuestro Código de Familia. Estamos impidiendo que dos personas que se aman puedan llegar a las últimas consecuencias de su mutuo compromiso, esencialmente porque la religión no considera la unión de dos personas del mismo sexo como “natural”.

A mí, lo natural me asusta. Natural puede ser, en la conducta animal, el incesto, el infanticidio, el canibalismo sexual, que las crías devoren a la madre, el abandono de los viejos o enfermos. Lo que los animales hagan o dejen de hacer obedece a otras razones y no puede forjar nuestras políticas morales. Y si aun así insistimos en confiar en la “naturaleza”, hay una enorme cantidad de especies con individuos homosexuales.

Si somos pensantes y sensibles, y vivimos en un estado laico que aspira a respetar los derechos humanos, ¿qué nos detiene? ¿No aborrecimos la discriminación racial y la persecución política? ¿Qué nos impide otorgar a dos mujeres que se aman la dignidad de la que gozamos los demás? Su amor en nada nos daña; nos daña la injusticia que como sociedad cometemos.

Nadie está exento de que sus hijos o nietos enfrenten esta situación absurda. En nuestra mano está legarles un mundo más hospitalario.